Periodismo en Internet

Thursday, April 03, 2008

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Ética y periodistas por Vicente Romano*
Siempre que se habla de ética, nos referimos a las costumbres, al modo de comportarse el ser humano, a su conciencia moral. Como cualquier grupo profesional, los comunicadores profesionales, los periodistas, tienen también sus amores, sus costumbres, derivadas de prácticas útiles. Estas cambian a medida que lo hacen las técnicas de producción. Por eso conviene comprobar de vez en cuando si se siguen dando en la realidad las premisas de la ética profesional.
31 de octubre de 2005Herramientas Imprimir Enviar

Francisco Bellorin, Acrylique’s / toile, 1995
Esto no es tan sencillo como parece. Cada ética profesional tiene sus peculiaridades, que no concuerdan necesariamente con las costumbres generales. Los seres humanos tienen la capacidad de alternar, de hacer algo o dejar de hacerlo, y es su cultura subjetiva, su sistema de valores, quien les dice lo que deben hacer.
A pesar de la simbiosis entre los periodistas y sus medios, la decisión es siempre subjetiva. La ética apela al individuo para abordar un asunto según su conciencia, su convicción y su fe. Decir "no" es siempre más difícil, porque la negación se contradice con el deseo de apropiación y dominio. Por eso apenas hay periodistas que se nieguen a rechazar la invitación a un viaje o a una recepción oficial. Por eso hay tantos gourmets y tan pocos ascetas entre los periodistas. Pero la sociedad de consumo corre el peligro de devorarse a sí misma. Su voracidad puede llegar al extremo de que en algunas farmacias de Hollywood y Los Angeles se vendan por 30.000 dólares (cito de memoria) tenias que los ricos se meten en el cuerpo para seguir engullendo sin verse obligados a hacer dietas de adelgazamiento.
Son pocos los periodistas y profesores que, como W. Abendroth y Harry Pross, han llamado la atención sobre las consecuencias de este tipo de sociedad. En comunicación, el gran negocio lo ha hecho la prensa del corazón y los programas de entretenimiento, esto es, los contenidos que excluyen la responsabilidad propia, el comportamiento ético. Lo que se ha impuesto como criterio de calidad periodística es la especulación sobre un gusto difuso y nivelado del público.
Las quejas sobre la dependencia de los periodistas respecto del capital no constituyen ninguna novedad. Karl Bücher definía ya a principios de siglo el periódico como un texto que se redacta para vender espacio publicitario. Lord Nordcliffe, el magnate de la prensa inglesa de aquella época se expresaba así: "Dios enseñó a los hombres la lectura para que yo pueda decirles a quien deben amar, a quién deben odiar y lo que deben pensar." El viejo liberal alemán Paul Sethe definía la libertad de expresión en 1965, en una carta dirigida al Spiegel, en estos términos: "La libertad de expresión es la libertad de 200 ricos a difundir su opinión".
Durante la Guerra de Vietnam, la TV norteamericana, regida por criterios comerciales y alimentada con programas de entretenimiento, dejó un minúsculo espacio de las noticias y del comentario político a un pequeño sector opositor de intelectuales de izquierda, líderes religiosos y académicos. Y fue el efecto de éstos, y no el de los medios, el que se impuso. El gobierno aprendió bien la lección y en la Guerra del Golfo de 1990 sólo permitió a corresponsales políticamente "limpios" informar de la guerra "limpia" en la "tormenta del desierto".
En la actual, iniciada en marzo de 2003, el Pentágono y el Gobierno fundamentalista de EUA mantiene todavía la prohibición de que periodistas ajenos accedan a las actuaciones de los militares, a las cacareadas elecciones libres, a los datos sobre víctimas, las cárceles, torturas asesinatos y saqueos, etc., cometidos por sus tropas, y si es necesarios se liquidan a los periodistas que contravengan su política de ocultación. Los informadores extranjeros también tienen dificultades para acceder a los lugares devastados por el huracán Katrina y desarrollar su trabajo.
Sirvan estos ejemplos para ilustrar la complejidad de la situación según el punto de vista desde el que se juzgue, ya sea económico, político o comunicacional. Con el tiempo, los diferentes grupos participantes desarrollan comportamientos morales específicos con arreglo a leyes propias, que les sirven de pertenencia o exclusión. Frente a esto, la ética se presenta como una relación invariable del individuo con algo absoluto y metafísico. Como doctrina de la acción correcta apela siempre a la libertad del ser humano para decir sí o no.
Como, profesionalmente, tienen que tratar con distintas prácticas morales, debido a la fluctuación de los grupos sociales, los periodistas se ven constantemente confrontados con las imprecisiones de esas costumbres. Y el periodista nunca tiene tiempo para la precisión, para indagar más a fondo.
La economía de señales y la coacción de los plazos son, como se sabe, instancias morales de la profesión periodística. Los periodistas carecen de presente, viven siempre del pasado o del futuro. Su biotiempo está ocupado por cómo va a aparecer mañana su trabajo en el medio correspondiente. La moral profesional se orienta por los efectos comunicativos de ayer. ¿Qué lugar queda para la ética de la responsabilidad personal de la comunicación presente?
La coacción de los plazos y la economía de señales obligan a dejar de lado las decisiones éticas, incluso en la era de los medios electrónicos. Si revolución significa que un grupo toma el poder y encuentra seguidores dóciles durante cierto tiempo, resulta entonces que la revolución electrónica disfruta su victoria desde hace años: jamás se alcanzó simultáneamente con el mismo mensaje audiovisual a tantas personas en tan poco tiempo. Reduce su campo de percepción elemental, directa, a la pequeña caja rectangular del televisor, que se presenta enmarcada, arriba-abajo, derecha-izquierda, claro-oscuro, rápido-lento, ahorrando a los telespectadores esfuerzo perceptivo e impidiéndoles pensar.
En este contexto es importante que el entramado electrónico, la red, limite con imágenes el campo de acción subjetivo. Como falta la relación primaria, personal, no se da la necesidad de actuar. Todo lo que se hace es estar sentado. La ética, como doctrina de la acción correcta, resulta innecesaria, no encuentra demanda. La red electrónica reduce el valor de mercado de lo más cercano, al limitar las acciones directas que se puedan tener con ello.
En vez de hablar con las personas se habla con el ordenador o con la pantalla. En la era de los telespectadores la autoridad dimana de la contemplación, y ésta del primer plano. Y, como se sabe, el primer plano beneficia a quien ocupa el puesto oficial, al presidente, ministro o presentador de turno.
Los medios se interponen en los fines de la política y de la economía porque son muy aptos para ocupar el biotiempo de los sujetos. Por eso son un instrumento de poder. Formalmente, el Estado se presenta, según la vieja sociología, como una institución de derecho que una minoría victoriosa impone a la mayoría a fin de administrarla, esto es, gestionar su explotación. Administrar significa apropiarse a la larga del fruto del trabajo de la mayoría con el menor gasto propio posible. Para esto se requieren medios de comunicación que renueven constantemente la imago.

Francisco Bellorin, Acrilique’s / toile, 1990
El modelo de "sociedad libre de marcado" ha intentado incrementar la porción de los administrados en el producto de su trabajo. Pero no ha podido impedir que la minoría explotadora de los recursos eluda el control estatal. Cuando lo cree conveniente para sus intereses, esa minoría, vale decir, esos consorcios transnacionales, se busca objetos de explotación más baratos en otros Estados.
Bajo la concepción sociológica del Estado, la ética profesional de la comunicación social está predeterminada por una doble dependencia. Por un lado, los periodistas dependen de la minoría administradora-explotadora, puesto que ésta financia la tecnología. Por otro, dependen del Estado, puesto que están sometidos a sus leyes. Los representantes estatales y la minoría explotadora comparten el interés común de impedir aquello que pueda perturbar su colaboración. Tales trastornos pueden darse en los comunicados de prensa que hablen de las diferencias, de los favores recíprocos, etc. Al fin y al cabo navegan en el mismo barco. Los periodistas deben tratar estos asuntos puesto que forman parte del personal simbólico de la sociedad. Junto con las jerarquías religiosas, literarias, artísticas y académicas, este personal simbólico garantiza la cohesión y el proceso temporal del todo. Los diferentes códigos en que esto se hace constituyen conjuntamente la cultura.
Los derechos fundamentales de la libertad de credo, de expresión, de prensa y de reunión son sus postulados jurídicos. Pero esto no significa, ni mucho menos, que se lleven a la práctica. Pueblos que no han sido libres durante mucho tiempo tardan en desprenderse de los uniformes y las medallas. La educación para la libertad, incluida la libertad para comunicar, es algo que nunca acaba.
La relativización del prójimo a través de los medios electrónicos, la facilidad y rapidez con que se puede conectar electrónicamente con él, no ha fomentado la libertad, pero sí la adaptación a los usos de la explotación. Lo que hace 30 años rechazaría cualquier redactor, porque su ética profesional le impedía presentar como noticias reclamos publicitarios, ocupa hoy día una parte considerable del espacio redaccional y del tiempo de emisión.
Como ejemplo puede servir la irresponsable proporción que ocupan las noticias del deporte profesional lucrativo. Carecen de valor informativo, en el sentido de dirección del comportamiento, pero sirven para crear imagen. El mensaje es siempre el mismo: "Uno tiene que ganar".
Informar sobre el valor de cambio de futbolistas y entrenadores no tiene nada que ver con la comunicación social, con el intercambio social de conocimientos y sentimientos a fin de dominar el entorno. No es sino incitación a la magia de adquirir la superioridad de los vencedores etiquetados a traves de logotipos personificados. Ya no compite el equipo A contra el equipo B, sino la leche X contra el refresco Y. Los programas de TV los deciden. e incluso los hacen, los patrocinadores, con lo que los periodistas y presentadores se pasan el tiempo presentando y publicitando sus productos. Como audiencia publicitaria, el público paga su propio adoctrinamiento. La profesión periodística se deshace. Se puede objetar que la gente así lo quiere. Pero la verdad es que carecen de opción real. ¿Cómo va a desear lo que no se ofrece? Si fuese cierto que la gente tiene lo que pide, habría que preguntarse entonces por qué la gente aplaude su propia depauperación espiritual, cómo se forman los gustos, quiénes los determinan, etc. ¿Cómo va a querer la gente otra cosa si la consciencia se nutre de la experiencia?
Aún es demasiado pronto para vislumbrar los daños a largo plazo que pueden producir las ofertas niveladoras de entretenimiento y los programas que distraen de lo político. Es probable que no sean inferiores a la reducción de la responsabilidad propia, inducida por la presión constante a satisfacer inmediatamente unas necesidades y crear otras nuevas a fin de mantener el status social.
A juzgar por la propaganda que se les hace, por el espacio que ocupan en los medios y los libros que se les dedican y premian, parece que las redes mundiales de ordenadores (Internet es un buen ejemplo) son las que dictan las nuevas reglas del juego para las empresas, la economía y el estado, que los señores del ciberespacio, como Bill Gates, determinan el programa. 50 años después del primer ordenador, la empresa californaiana "Sun" tuvo en 1994 unas ventas de seis mil millones de dólares con el paso a las redes. Cierto, estas redes permiten a sus usuarios reducir a la mitad el tiempo de las actividades estudiadas. ¿Pero de qué sirve esto a los 40.000 niños que cada día mueren de hambre en el mundo? Las TIC (Tecnologías de la Información y la Comunicación) no han cambiado todavía la brecha entren ricos y pobres del mundo. He aquí el cuadro que ofrece el número de julio-agosto de 2005 la Monthly Review de Nueva York: De entre los 6,400 millones de habitantes del planeta: Casi la mitad de la humanidad (3.000 millones) sufren desnutrición. Esta mitad de la humanidad vive con lo que se puede adquirir por 2 dólares en los EUA.
De los 3.000 millones que viven las ciudades, 1.000 millones viven en chabolas.Mil millones no tienen acceso a agua limpia. Dos mil millones carecen de electricidad.Dos mil quinientos millones no tienen agua corriente en sus viviendas.Mil millones de niños, la mitad de los del mundo, sufre una privación extrema debido a la pobreza, la guerra y las enfermedades, incluido el SIDA. Sin olvidar los 25-30 millones de niños que viven abandonados en las grandes ciudades latinoamericanas a a quienes se mata porque perturban la estética urbana.
Hasta en los países ricos, como ha demostrado el huracán Katrine, grandes masas de la población carecen de alimentación suficiente. Cuatro millones de familias se privan de una comida al día para que puedan comer otros familiares.
No obstante, "el peor despilfarro", responden los señores del ciberespacio, "son las personas que no trabajan de manera rentable y que realizan trabajos sin sentido. Por eso tenemos que racionalizar e invertir el dinero ahorrado". (Palabras de Scott McNealy, de la Sun Corporation.)
Técnicamente, la conexión a la red es una cuestión de la capacidad del ordenador y del ancho de banda. Sociológicamente es una cuestión de la revolución cultural. Desde el punto de vista de la explotación económica se trata de qué minoría se enfrenta anónimamente a la mayoría a fin de hacerla trabajar "de modo rentable" para ella. ¿De qué sirve entonces el Estado?, podemos preguntarnos. En efecto, su dignidad como institución de derecho desaparece. Cuando el Estado ya no puede proteger a sus ciudadanos de la explotación extranjera, ni garantizar los derechos básicos de sus ciudadanos se erosiona su derecho.
Por depender de los avances de la tecnología de la comunicación, los periodistas pertenecen a los estamentos medios. Como se sabe, éstos son los primeros en perder poder adquisitivo. El hecho de que no se les considere totalmente superfluos se debe a su papel como mediadores y como consumidores. También las personas que no desempeñan un trabajo rentable y que, por tanto, son un "despilfarro", necesitan poder adquisitivo para consumir.
La ética grupal de los señores del ciberespacio es inaceptable por inhumana. Niega la relación de cada individuo con el principio superior de la solidaridad, a la que todo ser humano y la propia humanidad debe su existencia. Y, a la larga, esto no lo han permitido los seres humanos. Se dice que el ciberespacio convierte al mundo en una aldea, y a la aldea en una jungla. Pero el mundo no se convierte en una aldea, claro está. Pues la aldea es un espacio lleno de contactos elementales, directos, contraidos por una memoria colectiva. Lo que sí puede hacer el modo actual de producción de comunicación es contribuir a ensanchar este desierto electrónico, la soledad, esto es, la incomunicación. Que cada periodista se pregunte, como si en ello le fuera la propia vida, hasta qué punto sus textos y sus imágenes enriquecen el biotiempo de los muchos a quienes van dirigidos.
Vicente RomanoComunicólogo, catedrático jubilado

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Etica y periodistas
Vicente Romano

Siempre que se habla de ética, nos referimos a las costumbres, al modo de comportarse el ser humano, a su conciencia moral. Como cualquier grupo profesional, los comunicadores profesionales, los periodistas, tienen también sus mores, sus costumbres, derivadas de prácticas útiles. Estas cambian a medida que lo hacen las técnicas de producción. Por eso conviene comprobar de vez en cuando si se siguen dando en la realidad las premisas de la ética profesional.
Esto no es tan sencillo como parece. Cada ética profesional tiene sus peculiaridades, que no concuerdan necesariamente con las costumbres generales. Los seres humanos tienen la capacidad de alternar, de hacer algo o dejar de hacerlo, y es su cultura subjetiva, su sistema de valores, quien les dice lo que deben hacer.
A pesar de la simbiosis entre los periodistas y sus medios, la decisión es siempre subjetiva. La ética apela al individuo para abordar un asunto según su conciencia, su convicción y su fe. Decir "no" es siempre más difícil, porque la negación se contradice con el deseo de apropiación y dominio. Por eso apenas hay periodistas que se nieguen a rechazar la invitación a un viaje o a una recepción oficial. Por eso hay tantos gourmets y tan pocos ascetas entre los periodistas. Pero la sociedad de consumo corre el peligro de devorarse a sí misma. Su voracidad puede llegar al extremo de que en algunas farmacias de Hollywood y Los Angeles se vendan por 30.000 dólares (cito de memoria) tenias que los ricos se meten en el cuerpo para seguir engullendo sin verse obligados a hacer dietas de adelgazamiento. Son pocos los periodistas y profesores que, como W. Abendroth y Harry Pross, han llamado la atención sobre las consecuencias de este tipo de sociedad.
En comunicación, el gran negocio lo ha hecho la prensa del corazón y los programas de entretenimiento, esto es, los contenidos que excluyen la responsabilidad propia, el comportamiento ético. Lo que se ha impuesto como criterio de calidad periodística es la especulación sobre un gusto difuso y nivelado del público.
Las quejas sobre la dependencia de los periodistas respecto del capital no constituyen ninguna novedad. Karl Bücher definía ya a principios de siglo el periódico como un texto que se redacta para vender espacio publicitario. Lord Nordcliffe, el magnate de la prensa inglesa de aquella época se expresaba así: "Dios enseñó a los hombres la lectura para que yo pueda decirles a quien deben amar, a quién deben odiar y lo que deben pensar." El viejo liberal alemán Paul Sethe definía la libertad de expresión en 1965, en una carta dirigida al Spiegel, en estos términos: "La libertad de expresión es la libertad de 200 ricos a difundir su opinión".
Durante la Guerra de Vietnam, la TV norteamericana, regida por criterios comerciales y alimentada con programas de entretenimiento, dejó un minúsculo espacio de las noticias y del comentario político a un pequeño sector opositor de intelectuales de izquierda, líderes religiosos y académicos. Y fue el efecto de éstos, y no el de los medios, el que se impuso. El gobierno aprendió bien la lección y en la Guerra del Golfo de 1990 sólo permitió a corresponsales políticamente "limpios" informar de la guerra "limpia" en la "tormenta del desierto". En la actual, iniciada en marzo de 2003, el Pentágono y el Gobierno fundamentalista de EUA mantiene todavía la prohibición de que periodistas ajenos accedan a las actuaciones de los militares, a las cacareadas elecciones libres, a los datos sobre víctimas, las cárceles, torturas asesinatos y saqueos, etc., cometidos por sus tropas, y si es necesarios se liquidan a los periodistas que contravengan su política de ocultación. Los informadores extranjeros también tienen dificultades para acceder a los lugares devastados por el huracán Katrina y desarrollar su trabajo.
Sirvan estos ejemplos para ilustrar la complejidad de la situación según el punto de vista desde el que se juzgue, ya sea económico, político o comunicacional. Con el tiempo, los diferentes grupos participantes desarrollan comportamientos morales específicos con arreglo a leyes propias, que les sirven de pertenencia o exclusión.
Frente a esto, la ética se presenta como una relación invariable del individuo con algo absoluto y metafísico. Como doctrina de la acción correcta apela siempre a la libertad del ser humano para decir sí o no.
Como, profesionalmente, tienen que tratar con distintas prácticas morales, debido a la fluctuación de los grupos sociales, los periodistas se ven constantemente confrontados con las imprecisiones de esas costumbres. Y el periodista nunca tiene tiempo para la precisión, para indagar más a fondo. La economía de señales y la coacción de los plazos son, como se sabe, instancias morales de la profesión periodística. Los periodistas carecen de presente, viven siempre del pasado o del futuro. Su biotiempo está ocupado por cómo va a aparecer mañana su trabajo en el medio correspondiente. La moral profesional se orienta por los efectos comunicativos de ayer. ¿Qué lugar queda para la ética de la responsabilidad personal de la comunicación presente?
La coacción de los plazos y la economía de señales obligan a dejar de lado las decisiones éticas, incluso en la era de los medios electrónicos. Si revolución significa que un grupo toma el poder y encuentra seguidores dóciles durante cierto tiempo, resulta entonces que la revolución electrónica disfruta su victoria desde hace años: jamás se alcanzó simultáneamente con el mismo mensaje audiovisual a tantas personas en tan poco tiempo. Reduce su campo de percepción elemental, directa, a la pequeña caja rectangular del televisor, que se presenta enmarcada, arriba-abajo, derecha-izquierda, claro-oscuro, rápido-lento, ahorrando a los telespectadores esfuerzo perceptivo e impidiéndoles pensar.
En este contexto es importante que el entramado electrónico, la red, limite con imágenes el campo de acción subjetivo. Como falta la relación primaria, personal, no se da la necesidad de actuar. Todo lo que se hace es estar sentado. La ética, como doctrina de la acción correcta, resulta innecesaria, no encuentra demanda. La red electrónica reduce el valor de mercado de lo más cercano, al limitar las acciones directas que se puedan tener con ello. En vez de hablar con las personas se habla con el ordenador o con la pantalla. En la era de los telespectadores la autoridad dimana de la contemplación, y ésta del primer plano. Y, como se sabe, el primer plano beneficia a quien ocupa el puesto oficial, al presidente, ministro o presentador de turno.
Los medios se interponen en los fines de la política y de la economía porque son muy aptos para ocupar el biotiempo de los sujetos. Por eso son un instrumento de poder. Formalmente, el Estado se presenta, según la vieja sociología, como una institución de derecho que una minoría victoriosa impone a la mayoría a fin de administrarla, esto es, gestionar su explotación. Administrar significa apropiarse a la larga del fruto del trabajo de la mayoría con el menor gasto propio posible. Para esto se requieren medios de comunicación que renueven constantemente la imago.
El modelo de "sociedad libre de marcado" ha intentado incrementar la porción de los administrados en el producto de su trabajo. Pero no ha podido impedir que la minoría explotadora de los recursos eluda el control estatal. Cuando lo cree conveniente para sus intereses, esa minoría, vale decir, esos consorcios transnacionales, se busca objetos de explotación más baratos en otros Estados.
Bajo la concepción sociológica del Estado, la ética profesional de la comunicación social está predeterminada por una doble dependencia. Por un lado, los periodistas dependen de la minoría administradora-explotadora, puesto que ésta financia la tecnología. Por otro, dependen del Estado, puesto que están sometidos a sus leyes.
Los representantes estatales y la minoría explotadora comparten el interés común de impedir aquello que pueda perturbar su colaboración. Tales trastornos pueden darse en los comunicados de prensa que hablen de las diferencias, de los favores recíprocos, etc. Al fin y al cabo navegan en el mismo barco. Los periodistas deben tratar estos asuntos puesto que forman parte del personal simbólico de la sociedad. Junto con las jerarquías religiosas, literarias, artísticas y académicas, este personal simbólico garantiza la cohesión y el proceso temporal del todo. Los diferentes códigos en que esto se hace constituyen conjuntamente la cultura.
Los derechos fundamentales de la libertad de credo, de expresión, de prensa y de reunión son sus postulados jurídicos. Pero esto no significa, ni mucho menos, que se lleven a la práctica. Pueblos que no han sido libres durante mucho tiempo tardan en desprenderse de los uniformes y las medallas. La educación para la libertad, incluida la libertad para comunicar, es algo que nunca acaba.
La relativización del prójimo a través de los medios electrónicos, la facilidad y rapidez con que se puede conectar electrónicamente con él, no ha fomentado la libertad, pero sí la adaptación a los usos de la explotación. Lo que hace 30 años rechazaría cualquier redactor, porque su ética profesional le impedía presentar como noticias reclamos publicitarios, ocupa hoy día una parte considerable del espacio redaccional y del tiempo de emisión.
Como ejemplo puede servir la irresponsable proporción que ocupan las noticias del deporte profesional lucrativo. Carecen de valor informativo, en el sentido de dirección del comportamiento, pero sirven para crear imagen. El mensaje es siempre el mismo: "Uno tiene que ganar". Informar sobre el valor de cambio de futbolistas y entrenadores no tiene nada que ver con la comunicación social, con el intercambio social de conocimientos y sentimientos a fin de dominar el entorno. No es sino incitación a la magia de adquirir la superioridad de los vencedores etiquetados a traves de logotipos personificados. Ya no compite el equipo A contra el equipo B, sino la leche X contra el refresco Y. Los programas de TV los deciden. e incluso los hacen, los patrocinadores, con lo que los periodistas y presentadores se pasan el tiempo presentando y publicitando sus productos. Como audiencia publicitaria, el público paga su propio adoctrinamiento. La profesión periodística se deshace.
Se puede objetar que la gente así lo quiere. Pero la verdad es que carecen de opción real. ¿Cómo va a desear lo que no se ofrece? Si fuese cierto que la gente tiene lo que pide, habría que preguntarse entonces por qué la gente aplaude su propia depauperación espiritual, cómo se forman los gustos, quiénes los determinan, etc. ¿Cómo va a querer la gente otra cosa si la consciencia se nutre de la experiencia?
Aún es demasiado pronto para vislumbrar los daños a largo plazo que pueden producir las ofertas niveladoras de entretenimiento y los programas que distraen de lo político. Es probable que no sean inferiores a la reducción de la responsabilidad propia, inducida por la presión constante a satisfacer inmediatamente unas necesidades y crear otras nuevas a fin de mantener el status social.
A juzgar por la propaganda que se les hace, por el espacio que ocupan en los medios y los libros que se les dedican y premian, parece que las redes mundiales de ordenadores (Internet es un buen ejemplo) son las que dictan las nuevas reglas del juego para las empresas, la economía y el estado, que los señores del ciberespacio, como Bill Gates, determinan el programa. 50 años después del primer ordenador, la empresa californaiana "Sun" tuvo en 1994 unas ventas de seis mil millones de dólares con el paso a las redes. Cierto, estas redes permiten a sus usuarios reducir a la mitad el tiempo de las actividades estudiadas. ¿Pero de qué sirve esto a los 40.000 niños que cada día mueren de hambre en el mundo? Las TIC (Tecnologías de la Información y la Comunicación) no han cambiado todavía la brecha entren ricos y pobres del mundo. He aquí el cuadro que ofrece el número de julio-agosto de 2005 la Monthly Review de Nueva York:
De entre los 6,400 millones de habitantes del planeta:
Casi la mitad de la humanidad (3.000 millones) sufren desnutrición. Esta mitad de la humanidad vive con lo que se puede adquirir por 2 dólares en los EUA.
De los 3.000 millones que viven las ciudades, 1.000 millones viven en chabolas.
Mil millones no tienen acceso a agua limpia.
Dos mil millones carecen de electricidad.
Dos mil quinientos millones no tienen agua corriente en sus viviendas.
Mil millones de niños, la mitad de los del mundo, sufre una privación extrema debido a la pobreza, la guerra y las enfermedades, incluido el SIDA. Sin olvidar los 25-30 millones de niños que viven abandonados en las grandes ciudades latinoamericanas a a quienes se mata porque perturban la estética urbana.
Hasta en los países ricos, como ha demostrado el huracán Katrine, grandes masas de la población carecen de alimentación suficiente. Cuatro millones de familias se privan de una comida al día para que puedan comer otros familiares.
No obstante, “el peor despilfarro", responden los señores del ciberespacio, "son las personas que no trabajan de manera rentable y que realizan trabajos sin sentido. Por eso tenemos que racionalizar e invertir el dinero ahorrado". (Palabras de Scott McNealy, de la Sun Corporation.)
Técnicamente, la conexión a la red es una cuestión de la capacidad del ordenador y del ancho de banda. Sociológicamente es una cuestión de la revolución cultural. Desde el punto de vista de la explotación económica se trata de qué minoría se enfrenta anónimamente a la mayoría a fin de hacerla trabajar "de modo rentable" para ella. ¿De qué sirve entonces el Estado?, podemos preguntarnos. En efecto, su dignidad como institución de derecho desaparece. Cuando el Estado ya no puede proteger a sus ciudadanos de la explotación extranjera, ni garantizar los derechos básicos de sus ciudadanos se erosiona su derecho.
Por depender de los avances de la tecnología de la comunicación, los periodistas pertenecen a los estamentos medios. Como se sabe, éstos son los primeros en perder poder adquisitivo. El hecho de que no se les considere totalmente superfluos se debe a su papel como mediadores y como consumidores. También las personas que no desempeñan un trabajo rentable y que, por tanto, son un "despilfarro", necesitan poder adquisitivo para consumir.
La ética grupal de los señores del ciberespacio es inaceptable por inhumana. Niega la relación de cada individuo con el principio superior de la solidaridad, a la que todo ser humano y la propia humanidad debe su existencia. Y, a la larga, esto no lo han permitido los seres humanos. Se dice que el ciberespacio convierte al mundo en una aldea, y a la aldea en una jungla. Pero el mundo no se convierte en una aldea, claro está. Pues la aldea es un espacio lleno de contactos elementales, directos, unidos por una memoria colectiva.
Lo que sí puede hacer el modo actual de producción de comunicación es contribuir a ensanchar este desierto electrónico, la soledad, esto es, la incomunicación. Que cada periodista se pregunte, como si en ello le fuera la propia vida, hasta qué punto sus textos y sus imágenes enriquecen el biotiempo de los muchos a quienes van dirigidos.

lectura laura

Ética y Autorregulación de los medios a fin de milenio.

Por Virgilio Caballero Pedraza

Un fantasma recorre México: es el fantasma de la democracia incompleta, inacabada, inexperta, que se aparece con frecuencia creciente colocándose incontrastablemente en el centro de la vida nacional.
Todos los conflictos provenientes de una sociedad en movimiento, por periféricos o lejanos que parezcan, desembocan en la exigencia explícita o implícita de más y mejores instituciones democráticas. La ausencia de ellas, o a veces insuficiencia, se encuentra con frecuencia en el origen de los problemas o en su complicación a grados no exentos de ferocidad, de intolerancia.
No aludo sólo a las confrontaciones relacionadas con la lucha política, sino también a los múltiples conflictos regionales de todo tipo, a la lucha de los gremios frente a sus patronos y entre sí, a la cada vez más conflictuada actividad del poder judicial, y a la de los poderes legislativos: en cada porción de la vida del país, en su institucionalidad entera y hasta el último de sus rincones, lo establecido se ha quedado corto al lado de la nueva realidad social.
Algo semejante ha ocurrido en las relaciones de la prensa con el poder y con la sociedad, y por eso resulta inconcebible la reflexión acerca de los vínculos que guardan entre sí, y con la ética de los periodistas, sin considerar centralmente la profundización y anchura del proceso democrático en la comunicación social.
No hay la menor duda de los cambios que la prensa del país ha vivido en las últimas décadas a favor de la diversidad ideológica de la sociedad mexicana y por ende del ensanchamiento de la libertad de expresión y de la libertad de prensa.
Apenas en los años cincuentas y sesentas la nuestra era una prensa que entonaba a una sola voz y bajo una misma batuta. Su monocordia ideológica se sumó, en una especie de fatalidad geopolítica, a la guerra fría, que encontró en sus intolerancias, persecuciones y fantasmas el perfecto caldo de cultivo para reproducir, informativamente, las obsesiones que paralizaron durante tanto tiempo la actividad creadora del pensamiento, y que justificaban el atropello a toda suerte de derechos humanos e incluso a los genocidios que son ya parte de la historia de este siglo.
La guerra fría tuvo aquí su exacta expresión cotidiana en la persecución a toda disidencia del régimen de partido único, que derivaron en asesinatos, encarcelamientos a veces masivos o en genocidios, siempre con el apoyo del conjunto de los medios de comunicación, que azuzaban o justificaban cualquier represión.
En esos años, fueron notables las excepciones, de algún o algunos medios, al sustraerse de la justificación periodística del macartismo.
Excepciones notables, cierto, por su valor civil, pero también por su soledad...
Pertenezco a una generación intermedia que vivió esa especie de macartismo informativo y que ha podido testimoniar y participar en una cada vez más amplia tarea comunicadora, que hoy guarda un abismo con lo que ocurría en aquellos años. Medios y lectores se han multiplicado; temas inveteradamente soslayados, son hoy la información de cada día; la pluralidad de tendencias en el análisis y el comentario ha consolidado una visión de México más cercana a la realidad; personajes de la academia contribuyen cotidianamente a configurar la reflexión colectiva, y los líderes de los partidos políticos, los políticos militantes mismos velan sus armas desde los periódicos, las revistas y las estaciones de radio.
Sin embargo, la conquista de más y más amplios espacios para la expresión de las ideas no ha ido siempre aparejada con un periodismo de alta calidad ni con avances verdaderamente significativos en la relación de la prensa con el Estado y con la sociedad.
Esas relaciones han continuado siendo en términos generales, de dependencia hacia los poderes públicos mediante la preservación de diversos mecanismos de financiamiento indirecto a través de la publicidad gubernamental, la implícita compartición de los costos de la planta laboral en las dádivas oficiales y en las comisiones publicitarias de muchos medios a sus reporteros, la flexibilidad fiscal y los apoyos de varias clases en la cobertura informativa y en la distribución de la letra impresa o de las señales electrónicas.
Quizá todo eso explique un dato asombroso: México tiene en el mundo la mayor publicación de periódicos diarios, más de 300 en toda la República.
No hay datos que confirmen que los cinco o seis millones de ejemplares que se editan diariamente, sean leídos en verdad.
A tal proliferación de diarios debe agregarse una lista inmensa de publicaciones periódicas de todo tipo, incluso muchísimas especializadas en importantes pequeñísimas cuestiones, y la emisión de cientos de noticieros de televisión y radio en todo el país. Me pregunto si están contribuyendo a conocer, analizar y comprender la vasta complejidad de nuestras realidades, una de las altas misiones del periodismo, y la respuesta no puede ser categórica.

Hay muchos medios de comunicación en muchas partes de México, algunos de ellos verdaderos ejemplos de honestidad política y elevado profesionalismo, tanto de la empresa privada como del Estado, que actúan como efectivos interlocutores de la sociedad, lo cual constituye, justamente, el centro y la razón de ser de la comunicación.
Muchos otros operan como grupos de presión contra el Estado, los gobiernos y la sociedad, amparados en una libertad de prensa que no ejercen como garantía de las personas y las colectividades para elevar la condición humana, sino como vil reyerta para proteger negocios, a veces muy cercanos a la criminalidad.
Se emplea para ello una especie de anti-gobiernismo ramplón de doble banda: chantajear a personas específicas investidas de una función pública (es decir, "se ataca al gobierno"), y erigir al medio, así, en "opinión pública".
Hé allí otra explicación posible de la abundantísima publicación de diarios en México.
No obstante, estoy seguro que no corresponde sólo a los poderes públicos la definición de sus relaciones con los medios de comunicación y de éstos con la sociedad: los medios han de ejercer su propia gran influencia en esa tarea, sobre todo porque se trata, en el fondo, de una reflexión crítica, es decir, de su deber ser.
Limpiar nuestra propia casa es un imperativo urgente, inaplazable e intransferible. Sería ominoso para México que lo hiciera el Estado, porque ello implicaría hacer ajena nuestra iniciativa, nuestra necesidad de transformarnos y confirmaría la dependencia estructural de los medios hacia el poder.
Sin embargo, no parece cercana la posibilidad de que los periodistas constituyan los códigos deontológicos que regulen su actividad profesional, contribuyendo a reformar desde dentro la oscura relación de la mayoría de los medios con el poder.
No es ese un tema que siquiera se toque en público, no digamos, sería mucho, que sea motivo de investigación o de debate. No ha estado nunca, ni está, en la agenda del periodismo nacional.
En muchas áreas de la vida del país está pendiente el recuento de los daños que provocó la larga permanencia de un sólo partido en el poder político, con la temible secuela de lesiones espirituales que trae consigo la imposición de un pensamiento casi único para difundir la versión de los hechos sociales.
Es doloroso afirmarlo, pero también hay que tomar en cuenta que durante muchos años fue una práctica casi generalizada que los periodistas completaran sus ingresos salariales con las dádivas del poder político, y luego del poder empresarial.
Eran derivaciones de la discrecionalidad con que se han resuelto en los hechos las relaciones con los medios, que estoy seguro que han lastimado la dignidad de algunos periodistas, al convertir su trabajo en subsidiario incómodo e involuntario de la corrupción.
Desde hace unos quince años diversas organizaciones de periodistas han pugnado por el reconocimiento profesional de las actividades de la comunicación y su consecuente mejora laboral y de ingresos salariales, pero siempre han derivado tales esfuerzos en la frustración.
Resulta inaudito que al fin del milenio los periodistas y el periodismo en México no sean considerados como profesión ni como profesionistas por las autoridades educativas del país.
¿A quién beneficia esa descalificación, tozudamente ratificada también por las autoridades del trabajo? ¿Qué tanto ha contribuido a la dispersión del gremio, caracterizado de por sí con la proliferación a ultranza del individualismo? ¿Alrededor de qué núcleo de reconocimiento social podrían los periodistas construir sus propios códigos de ética?
Sé que no es preciso abundar aquí en la voluntad individual que determina libremente la conducta de las personas, y que distingue claramente a la ética de la política, donde se está siempre condicionado por el respaldo o la reprobación de múltiples voluntades. El comportamiento ético proviene de una reflexión personal, de una deliberación a solas, con la conciencia propia, para dirimir los alcances de nuestras acciones hacia el interior de nuestro ser, pero simultáneamente hacia el ser inconfundible de los otros, de nuestros semejantes.
La reflexión solitaria que genera al comportamiento ético es ya, en sí misma, un acto intransferible de libertad; si se resuelve positivamente, si se expresa y muestra hacia fuera, se convierte en un hecho liberador que enaltece a la vida propia y a cualquier actividad que se realice.
Así aporta el individuo a su grupo la creatividad de sus iniciativas, y el grupo puede reconocerse y reconocer a los demás, libremente, en el gran conglomerado social y en la responsabilidad de todos con todos.
Es claro que la definición de un código deontológico de los periodistas, la suma de las voluntades recreadas en la libertad personal, ocurre cuando la exigencia social de veracidad en la información alcanza el rango de una demanda política inaplazable.
No sugiero con ello que el comportamiento ético de los periodistas dependa de una circunstancia ajena a su responsabilidad, ni mucho menos, intentaría justificar así la carencia brutal en México de una deontología periodística, es decir, de una ética colectiva voluntariamente convenida, a la cual todos ciñéramos nuestra actividad.
Más bien, se trata de encontrar y definir las circunstancias políticas generales y el contexto social que pudieran propiciar o que impiden u obstaculizan la reflexión misma de los problemas vinculados a la ética periodística.
Reconocer sus dificultades podría acercarnos a la dimensión del problema, y para ello podría servir de ejemplo lo ocurrido en los últimos días respecto a un artificioso debate sobre las libertades de expresión y de prensa.
Es este un asunto que periódicamente calienta los ánimos de los empresarios de la comunicación, cada vez que se intenta modernizar las leyes en la materia, que tienen retrasos de 80 años, en el caso de la prensa escrita, y casi de 40 años en lo que se refiere a los medios electrónicos.
En el episodio más reciente, quizá el penúltimo, el intento reformador, que ni siquiera se había convertido en una acabada iniciativa de ley, fue literalmente aplastado por una ensordecedora campaña que paradójicamente asumía la defensa de la libertad de expresión. Mordaza para la llamada ley mordaza, podría concluirse que ocurrió.
Se diría que nada nuevo pasó; que las cosas fueron iguales que en cada ocasión en que se ha impedido la reforma de los medios. Pero esta vez hubo un hecho sobresaliente: un cierto número de periodistas, entre ellos algunos muy destacados, todos respetables; se pusieron esta vez de lado de quienes se oponen a la reforma.
No califico el hecho. Lo expongo ahora para sustanciar que el temario de nuestro medio periodístico tiene aún en debate (espero que por lo menos podamos debatir), un asunto tan básico como la libertad de prensa, y si los medios de comunicación deberán regirse por la ley o deberán autorregularse.
Pienso que el asunto nos regresa al Siglo 19, cuando eminentes periodistas mexicanos creían estar haciendo definiciones históricas en esa materia, pero como el país tiene varios lustros viviendo de espaldas a su propia historia, parece que no debiera extrañar esta especie de borrón y cuenta nueva, aunque sea en una materia tan delicada.
En todo caso, no parecen estar a la vista los temas que corresponden a una deontología de los periodistas, porque ¿cómo hablar entre amordazadores y amordazados de la veracidad informativa, del respeto a la vida privada, de la cláusula de conciencia, del secreto profesional, de la protección a la integridad de los periodistas, de los derechos de rectificación y de réplica, si aún no estamos seguros de que los medios de comunicación deben estar regidos por la ley?
Virgilio Caballero Pedraza

lectura para gabriela pardo
Utilizar el medio de comunicación como tribuna para defensa o autopromoción


Los medios de comunicación tienen la tarea de informar lo que acontece. También se reconoce en ellos la función de orientar a la opinión pública, una meta que se alcanzaría si se dieran a conocer los elementos necesarios para que los espectadores tengan un punto de vista propio sobre los distintos sucesos. No obstante, existe la posibilidad de confundir esa orientación informativa con la búsqueda de confrontaciones y de aliados para resolver una situación; al hacerlo, la empresa comunicadora sólo se torna un espacio para dirimir conflictos, para atacar y defenderse, para enaltecer o desprestigiar a los actores involucrados.
Para ilustrar este punto sólo tenemos que remitirnos al conflicto que surgió entre los dos consorcios televisivos más importantes del país: Televisa y Televisión Azteca.
El problema se remonta a la relación que Raúl Salinas de Gortari estableció con Ricardo Salinas Pliego, presidente de Televisión Azteca y con Abraham Zabludovsky, de Televisa. Mientras el asunto giraba en torno a la privatización de TV Azteca; el noticiario Hechos destacó, en todo momento, información referente a una competencia entre los consorcios. Este noticiario presentó una información cargada de adjetivos y juicios de valor. Su locutor, Javier Alatorre utilizó su espacio para defender a TV Azteca y atacar a su competidora.
Regularmente dio la información acompañada de comentarios que desprestigiaban a trabajadores de Televisa, especialmente Ricardo Rocha. Esto se puede apreciar en la nota que Javier Alatorre presentó el 2 de julio de 1996 en los primeros minutos del noticiario.
Televisa le ha declarado la guerra a TV Azteca. No es algo fácil para la empresa del país. Televisa es una de las mayores compañías del mundo; nosotros somos una empresa sin los recursos ni la influencia de Televisa, pero tenemos de nuestro lado un factor: la credibilidad, la confianza que usted, amigo televidente, nos ha dado. Usted nos ha visto con frecuencia; a veces cometemos errores y tenemos todavía, en ocasiones, el buen humor de reírnos de ellos; pero si hay algo en lo que no hemos cometido ningún error es en el proceso de privatización, el que nos llevó a constituirnos como empresa. Este proceso está documentado, en él participaron otros postores y todos aceptaron el resultado. ¿No le parece extraño a usted que una empresa tan poderosa como Televisa, se muestre hoy tan empeñada en demostrar que TV Azteca tiene un origen ilícito? ¿Por qué no se preocupó de ello cuando tuvo lugar la privatización? ¿Por qué la empresa cuestionada en su credibilidad quiere hoy convertirse en guardián de la honestidad? Quizá lo que ocurre es que a Televisa le ha molestado el desempeño de TV Azteca; quizá todas estas acusaciones no son más que una cortina de humo para ocultar los vicios del pasado que persisten en el presente. Pero nosotros no podemos ser el juez; usted, que tiene el control de su aparato de televisión será desde luego el mejor juez.
A este respecto, el noticiario 24 Horas manifestó una postura contraria. El 8 de julio de 1996, Jacobo Zabludovsky hizo la siguiente afirmación:
En los canales de TV Azteca se ha emprendido una campaña personal, a todas horas y de las más diversas formas, contra funcionarios y conductores de Televisa. Es evidente que la maniobra pretende distraer la atención pública del foco del escándalo, que es por qué el señor Raúl Salinas de Gortari entregó casi 30 millones de dólares, no justificados hasta el momento, al señor Ricardo Salinas Pliego, presidente de TV Azteca, en los días en que se decidió la privatización de la empresa. Ese es el meollo del asunto. Los ataques personales son un ardid para desviar la atención de lo que las autoridades y el Congreso de la Unión desean poner en claro... lo demás es un intento de poner una cortina de humo haciendo creer que hay una guerra entre televisoras. No hay tal, no caeremos en la provocación, ni en el insulto personal. No les haremos el juego ni mucho menos descenderemos al terreno de las ofensas personales... para que haya una guerra de televisoras se necesitan dos, nosotros seguiremos presentando toda la información que surja sobre este caso, basados en documentos, hechos y declaraciones comprobables.
Javier Alatorre aseguró en la cita anterior, que el público es el mejor juez. Esto sería lo real si los televidentes contaran con la información necesaria para reflexionar y tener un juicio al respecto. Pero, si la información que se presenta sólo es favorable para una de las partes, el argumento del locutor de Hechos queda fuera de lugar. Por su parte, Jacobo Zabludovsky intentó salvar la imagen de la empresa Televisa, pero los comentarios de Ricardo Rocha, uno de los personajes directamente afectados por la directiva e informadores de TV Azteca, en su programa informativo Detrás de la noticia resultaron contradictorios.
Las citas anteriores son muestra de un periodismo carente de ética profesional supeditado a intereses particulares; el público pasa a un segundo lugar. En México, ésta es una de las prácticas más frecuentes en el quehacer periodístico.
8. Inducción en las preguntas durante las entrevistas
Las entrevistas que se realizan a personajes públicos se hacen para dar información (de alguna fuente directa) sobre algún acontecimiento o dar a conocer al público algunas características de ciertos personajes. En ninguno de los dos casos el reportero debe apoyar o negar lo expuesto por el entrevistado y mucho menos, elaborar las preguntas de tal manera que permita obtener una respuesta esperada.
Como ejemplo, veamos una entrevista transmitida por el noticiario 24 Horas a Alfonso Guillén Vicente, presunto hermano del subcomandante Marcos el 9 de febrero de 1995. La entrevista se presenta tal como la hizo el reportero (en la transmisión no se identifica a qué medio pertenece) y, aunque la inducción se observa en cada una de las preguntas, es en la última donde el reportero obtiene de su entrevistado una respuesta "inesperada".
Reportero: ¿Cuál fue la primera sensación que tuvo usted al enterarse de que posiblemente su hermano era el comandante Marcos?
Alfonso Guillén: Pues de preocupación, o sea...
Reportero: ¿Preocupación? ¿Pero no de asombro?
Alfonso Guillén: Preocupación y... y... y... un poco... eh, no, la primer, o sea asombro; pero lo primero que pensé fue en, en mis papás, ¿no? ¿verdad? Eso es, sí. Por... por... le digo, son varios que se llaman igual en la familia, y obviamente que digan, este, el nombre, pues es para preocupar, pero sinceramente yo, en lo primero que pienso, pues es en mis padres, ¿no?
Reportero: ¿Cuántos Sebastianes hay, Sebastianes Guillén hay en la familia?
Alfonso Guillén: No, pues, no no... ahí sí no.
Reportero: ¿De la edad de ellos, más o menos?
Alfonso Guillén: No, pues hay varios, pues, le digo, o sea...
Reportero: ¿Cinco o seis, es posible que el papá se llame igual que el hijo, y así? Pero, ¿cuántos Sebastianes Guillén, Rafael Sebastián Guillén, o primos o algo así?
Alfonso Guillén: No, no, eso le digo, somos, son varios primos, hermanos que se llaman igual y también ascendientes, ¿no? Entonces eso es todo lo que le puedo decir.
Reportero: ¿Ha recibido en este, en estas últimas 24 horas alguna notificación, algún aviso por parte de las autoridades de la policía, no sé, para hacer alguna declaración?
Alfonso Guillén: No, no, pero en el momento que me soliciten, este, pues iré a declarar, ¿no? Solamente he recibido el apoyo institucional de la Universidad a través del rector y del coordinador y, y este, y es todo, ¿no? Una, este, y por lo demás, pues, es, es, estoy preocupado en el sentido de, de la familia, ¿sí?, y, y también por las consecuencias que esto pueda acarrear, ¿no?, para en caso que se confirme que sea esta persona, ¿no?
Reportero: Es muy normal que entre los hermanos conozcamos nuestras inclinaciones. Usted la última vez hace once años que no lo ve; en la última vez que lo vio usted, ¿considera que su hermano Rafael Sebastián Guillén pudiese tener tendencias hacia la izquierda?
Alfonso Guillén: A.. a... a... como lo vi, a como lo vi, no, ¿no? Por eso, pero le digo, este, pues cada quien va agarrando sus, su camino, ¿no? Como le digo, hay, en la familia pues hay empresarios, hay de todo.
Reportero: ¿Está usted de acuerdo en que se proceda conforme a la ley para, para, digamos, hacer, hacer pagar lo que se dice terrorismo y los cargos que se le imputan a esta persona?
Alfonso Guillén: Pues, me parece la pregunta un poco tramposa, ¿no?, ¿verdad? Y, o sea, yo les, yo salí de buena fe, ¿no?, y de buena fe contesto todas las preguntas, ¿no? Ya preguntas que traigan intención, intención doble no las contesto porque es un poco tender un cuatro, ¿no?, y usted como reportero lo debe saber muy bien, ¿no?

Friday, July 28, 2006

lectura para yariela

Etica e Internet: en un mundo globalizado, ¿cómo compatibilizar las éticas?
Por: Nicolás Etcheverry Estrázulas

1. Introducción al problema.Nos enfrentamos a un problema (aporía lo llamaban los griegos) y como toda aporía, puede presentar más de un camino a tomar, es decir, pueden manejarse varias respuestas. Ello no implica situarse en una postura ecléctica, sino comprender que cuando de ética se habla y se estudia, las formas de razonamiento nunca podrán ser demostrativas, apodícticas, que se imponen por evidencia. Habrá que razonar en forma argumentativa, es decir, con argumentos que podrán ser más o menos fuertes según el grado de persuasión o convicción que generen. Pero habrá que tener siempre claro que estas formas de razonar, los argumentos, deberían ser siempre abiertos, sujetos a revisiones, a críticas orientadas al mejoramiento de esos mismos razonamientos. Esto, insisto, no es sinónimo de relativismo, sino de apertura mental y de tolerancia, elementos básicos para que las ciencias en general progresen.2. Lo que está en juego.Lo que en definitiva se plantea en torno al tema de la ética es si puede hablarse de ética o de éticas. Si cabe considerar una ética aplicable a grupos humanos diferentes o no.Desde ahora les doy mi respuesta, y es que en los temas esenciales, que giran en torno a la convivencia pacífica y justa de los hombres, no cabe hablar de éticas en plural sino de una ética, que por otra parte, viene siendo estudiada desde hace más de dos mil años. No se trata entonces de plantearnos los temas de la ética porque ella está ahora de moda, porque suena bien, porque está en el candelero. Esto no sería ética sino etiquética; una postura pseudoética que se pone y se quita como las etiquetas, y a las que les cabría diferentes contenidos según las circunstancias, épocas y lugares. La ética a la que yo me refiero es la que ha inundado nuestra cultura occidental desde que Sócrates, Platón y Aristóteles se ocuparon de ella. En otras palabras, la ética de la que nos vamos a ocupar es la que estudia la conducta humana en cuanto a la bondad o maldad y rectitud o no de esa conducta, tanto en actos como en omisiones. Esta ética presupone una antropología. Es decir, una concepción del hombre entendido como poseedor de sentidos, razón, sentimientos y voluntad. Estos cuatro elementos lo determinan, lo constituyen de una determinada manera: es un ser racional dotado de voluntad y por ello es un ser responsablemente libre. Somos seres éticos por ser libres y responsables. No cabe hablar en el ser humano de libertad sin responsabilidad, pues ello sería un sinsentido. Todo acto libre, por otra parte, supone renuncia. Cada vez que elegimos, renunciamos a otras opciones y no por ello somos menos libres, sino que por el contrario con dichas renuncias estamos reafirmando nuestra libertad.3. La empresa económica personal como modelo de virtudes.Michael Novak, teólogo y director de estudios sociales y políticos en el American Enterprise Institute de Washington, afirma que la primer noción que debemos tener del término "empresa" no es la de una reunión de personas concertadas para un fin común en un espacio concreto y determinado. Antes que eso, la fundamental noción de empresa es la de libre iniciativa personal, libre emprendimiento individual. Es el individuo como tal quien al tener nuevas ideas, invenciones, creatividad, pone en marcha una empresa, un proyecto que luego sí podrá ser unipersonal o pluripersonal. Por lo tanto, para Novak, la iniciativa económica personal es un derecho humano fundamental, tan importante como muchos otros derechos llamados "humanos". Y Novak va más lejos aún; sostiene que esa empresa económica personal es una "virtud moral e intelectual, modelo de todas las otras virtudes económicas..." Por ello, cuando en un país no se fomenta o directamente se traba o se sofoca el ejercicio de esa virtud, vista como iniciativa, emprendimiento o creatividad, no sólo "se viola un derecho humano fundamental, sino que se atenta y perjudica al bien común, condenando a los individuos a vivir en economías estancadas, poco creativas y espiritualmente alienadas..." Comparto plenamente esa visión del individuo y de la economía. Basta para reforzar el enfoque de Novak con ver lo ocurrido en tantos países en los que durante décadas se suprimió la libre iniciativa y la competitividad que apunta a la mejoría y la excelencia. Sus integrantes se olvidaron (si es que alguna vez lo habían aprendido) de trabajar para mejorar ellos y su entorno. Durante décadas se acostumbraron a la ley del mínimo esfuerzo, a nivelar hacia abajo, sin aspiraciones ni desafíos de clase alguna. ¿Acaso es posible desarrollar virtudes económicas en un régimen que no estimula la creatividad, la iniciativa o la sana competencia?Ahora bien, ese derecho y deber de iniciativa personal, ese emprendimiento no puede realizarse de espaldas a los derechos y necesidades de los demás. No puede construirse, salvo por corto tiempo, descuidando o mejor dicho avasallando la felicidad y el bienestar de quienes nos rodean. Pues la persona que así lo hace está continuamente expuesta a que otro más fuerte o más listo (entendiéndose como más deshonesto) que él, a la corta o a la larga le pague con la misma moneda; y esto es convertir a las sociedades y a las empresas en reinos de la selva. Por ello es que muchas sociedades y empresas han comprendido que una base firme en lo ético, una defensa de principios y valores claros y objetivos, una inversión fuerte en materia de virtudes tales como la honestidad, es apostar a largo plazo para tener un retorno mucho más interesante: el retorno de la credibilidad en el mercado y del respeto al consumidor y al competidor. Estos retornos son mucho más significativos que la mera ganancia puntual y momentánea.4. Los valores en cuestión.Nos hemos referido a las nociones de bien y de mal. Son un valor y un disvalor respectivamente. Como lo son también las nociones de verdad y falsedad. Las sociedades en general apuntan a esos valores y tratan de evitar sus contracaras. Y aquí es donde nos sumergimos en el problema: ¿Cabe hablar de valores objetivos, o son relativos? La pregunta así planteada puede conducirnos a error o confusión. Porque los valores pueden ser a la vez objetivos y relativos y esto no es una contradicción. Pueden ser objetivos si admitimos que el bien y la verdad son valores que se descubren, que se buscan y se van develando a medida que el progreso científico y tecnológico permite quitar velos a lo que antes estaba oculto. Pero siguen siendo objetivos: están ahí, fuera del sujeto que los va descubriendo. La postura contraria es la que sostiene que la verdad y el bien son valores que se construyen, que el hombre va edificando por sí y para sí. En lo personal, considero a esta postura mucho más insegura, pues si cada individuo puede ser arquitecto de sus propias verdades y de sus propias nociones de lo que está bien o mal, ¿quién puede impedirle destruir mañana lo que hoy ha construído...? Por tanto, una cosa es decir que la verdad y el bien son la adecuación del intelecto a la realidad, y otra muy distinta es sostener que verdad y bien son la adecuación de la realidad a mi intelecto, a como yo quiero considerarlos…Al mismo tiempo, la noción de bien es relativa, pues siempre está relacionada con algo o con alguien en particular. Una medicina puede ser buena para una persona y contraindicada para otra. Yo soy padre en relación a mis hijos y profesor en relación a mis alumnos. Siempre lo relativo es relativo a algo, a otra cosa. La clave es que el instrumento de medición de esa relación sea siempre el mismo y sea universalmente aceptado. Yo no puedo medir las distancias en centímetros y pulgadas al mismo tiempo; debo elegir y una vez que elegí debo mantenerme en el empleo del instrumento elegido. Pues bien, el instrumento para medir las acciones de los hombres conviene que sea una ética objetiva, la cual asegura que no habrá subjetividades y cambios repentinos fruto de vaivenes y vientos coyunturales. En definitiva, a lo que apunto es a no confundir lo relativo con el relativismo, que todo lo acepta y todo lo adapta a sus propios enfoques: Si lo bueno o malo depende de mis puntos de vista y allá cada uno, el desenlace no podrá ser otro que el caos y la ley del más fuerte o del más listo.5. La universalidad como regla de objetividad.La mejor receta para descubrir la objetividad en el bien y el mal ya la planteó Kant a fines del siglo XVIII cuando propuso medir si una conducta era buena o mala en base a si era universalizable: El mentiroso, el ladrón de información confidencial, de programas y sus desarrollos, el saboteador de sistemas de redes informáticas, el que atenta contra la intimidad y dignidad de las personas o las instituciones (familia o Estado), ¿está dispuesto a que le jueguen con esas mismas reglas? Si no lo está es que su accionar no es generalizable y por lo tanto es tramposo. En definitiva se trata de aplicar la regla - vieja como el mundo - de no hacer a los demás lo que no nos gusta que nos hagan a nosotros. La mentira, la degradación, el hurto o sabotaje de información, no pueden ni han sido jamás reglas universalizables. Es en la universalidad de las reglas a aplicar que uno puede medir si las conductas son objetivamente buenas o malas. Y es también colocándose en el punto de vista de quien padece una acción o conducta que puede evaluarse si dicha acción o conducta es buena o mala objetivamente. El que realiza espionaje informático o el invasor de la intimidad ajena, ¿acepta que se le apliquen las mismas reglas de conducta que él está aplicando...? 6. La educación de las virtudes humanas y de la conciencia.La ética, al igual que la informática, es educable. Uno no nace sabiendo manejar un PC y sabiendo navegar por Internet de la misma forma que no nace prudente, honesto o justo. Nos vamos haciendo prudentes, templados o justos en la medida que nos acostumbramos a practicar, a vivir hábitos operativos positivos (virtudes). El problema es que al ser individuos de costumbre, también podemos acostumbrarnos a lo negativo: a desarrollar hábitos operativos negativos (vicios) tales como la imprudencia o la injusticia. La clave no está en acostumbrarse a la violencia, al robo de información, a la pornografía, al sabotaje o a la inseguridad en las comunicaciones. La clave está en descubrir si esos fenómenos son buenos en sí mismos, si atentan contra el bien común. Por bien común entiendo el conjunto de condiciones materiales y espirituales que pueden permitirle a un individuo o reunión de individuos un mayor grado de bienestar, de felicidad. Por ejemplo, la honestidad o el respeto por la dignidad de los demás son condiciones espirituales que permiten un mayor grado de felicidad en una comunidad dada. Para ir logrando esas condiciones espirituales, hay que conocer y vivir (teoría y praxis) virtudes concretas: justicia en primer lugar, prudencia, fortaleza, humildad y muchas otras. Y la manera de conocerlas y practicarlas es educando, formando a la conciencia individual. La conciencia es esa luz del intelecto que puede iluminar nuestras acciones u omisiones para decirnos si han sido, si son o si serán buenas o malas. Como cualquier otro instrumento (por ejemplo, una linterna) podemos emplearla bien o mal; la conciencia, como la linterna, puede tener sus pilas más o menos cargadas. Todo dependerá de cada uno, si quiere o no cargarlas. Incluso a veces apagamos la linterna y no la usamos, pues así nos molesta menos, no nos incomoda y actuamos engañando a nuestra conciencia para convencernos de que hicimos lo que teníamos que hacer. ("Si todos lo hacen, yo también tengo el derecho de hacerlo, y no sólo el derecho sino la obligación de realizar este fraude, esta manipulación, esta apropiación indebida…") 7. Objetivo y finalidad de la ética.Todas las razones antes vistas reclaman un replanteo de los temas vinculados con la ética. Pienso que ese replanteo debe apuntar a dos aspectos:

1) Hacia un objetivo y
2) Hacia una finalidad. 1) El objetivo debería ser profundizar el tema de la higiene. Durante mucho tiempo - siglos - la higiene ha sido un aspecto que ha quedado muy descuidado. Me refiero a la higiene exterior, al cuidado del cuerpo, a la salubridad. El baño corporal hasta no hace mucho, era un acontecimiento excepcional, que se daba muy de vez en cuando. Ni hablar de la higiene bucal, que recién en este siglo comienza a ser tratada seriamente. ¿Y qué ocurría antes? Lo normal era que se pudrían y se caían todos los dientes... No hace tanto que se inventaron las heladeras para preservar los alimentos, o las rosetas para darse una ducha todos los días... Ahora ocurre que nos fuimos para el otro extremo. Hemos hiperdesarrollado el culto a la higiene exterior, el culto al desarrollo del físico y de la silueta tanto femenina como masculina. Me parece muy bien... ¿Pero y de la higiene interior, qué? ¿Estamos haciendo algo por cultivar esos aspectos interiores que tienen que ver con la higiene del espíritu, del fondo de las personas y no meramente de sus formas? Pues si no lo estamos haciendo, algo mucho más importante que los alimentos y los dientes les aseguro que se nos puede pudrir...Para lograr esta higiene interior deberíamos saber plenamente si lo que hacemos está bien o está mal. Y para ello debemos formar exigentemente nuestras conciencias sin autoengaños, llamando además a las cosas por su nombre, sin utilizar juegos del lenguaje que adormecen y justifican lo injustificable.2) La finalidad debería ser darle un sentido a la vida en general y a nuestras vidas en particular. Parece sencillo, pero no lo es tanto; pues supone buscar y encontrar el porqué de nuestra existencia y la de quienes nos rodean: ¿Cuáles son las motivaciones esenciales que nos mueven? ¿ Por qué y para qué vivimos? Darle sentido a la vida es como afirma Enrique Rojas, darle dirección, contenido y estructura a esa vida. No es sano ni prudente ir por la vida sin rumbos, sin metas prefijadas, vacío espiritualmente y sin una estructura fuerte que le dé coherencia y armonía a ese fragmento de tiempo que a cada uno le toca vivir. En este sentido, el facilismo actual nos plantea una bipolaridad que no debemos descuidar: Por lo positivo, el ahorro de tiempos y energías, la simplificación de tareas y la eficacia lograda resultan incuestionables. Por lo negativo, ese facilismo puede generar la aplicación de fórmulas sin mínimo esfuerzo, sin creatividad y aporte personal alguno. Es bueno preguntarse entonces cómo vamos a formar a esta nueva generación de estudiantes: Cuando se "baja" información, se copia, se pega y se presenta muy vistosamente ¿qué aportes personales, qué iniciativas pueden encontrarse? ¿Cómo estimular la creatividad, base del ingenio y del emprendimiento en cualquier área?Debemos estar alertas ante el riesgo de tener por delante una generación plagiadora, no pensante, que llene su cabeza con datos e información, pero sin capacidad de procesarlos, de autocrítica, sin iniciativas y sin originalidad. El riesgo es grande, pues nunca como ahora las mayorías podrán ser manipuladas por una minoría, por una elite que estará en mejores condiciones de orientar y conducir a las masas hacia donde ella quiera....Desde la antiguedad en Grecia siempre se ha entendido que la finalidad del hombre (el telos de la persona, una vez completado y perfeccionado su desarrollo) ha sido, es y será la felicidad. Y una felicidad verdadera no se ha construido, no se construye ni se construirá jamás a costa de la felicidad de otros. Si así lo hiciere, sería una pseudofelicidad, apoyada en la infelicidad de otros, y por tanto, no puede durar, por ser falsa e injusta. Una vez más se constata que el bien no puede realizarse de espaldas a la verdad, a la realidad.8. Conclusión.Luego de haber analizado lo anterior, la opción que nos queda es clara: O nos inclinamos por y ante una ética coyuntural y utilitarista que sólo mide los resultados y el éxito inmediatos, la ganancia a corto plazo. O nos inclinamos por una ética que yo llamo proyectiva y esencial, porque se debe proyectar más allá de las visiones estrechas y egoístas, de coyuntura y accidentales. El primer tipo de ética olvida (o al menos descuida) nuestro telos último, nuestra finalidad como seres humanos y nuestra condición de buscadores permanentes de la verdad y del bien objetivos, para así poderlos compartir con los demás. Aplicar éticas coyunturales o utilitaristas es dejarse llevar por el culto a lo efímero, a la inmediatez. Es transferir al plano moral el esquema de "use y tire" que se da en las sociedades de consumo: esta conducta o acción la uso mientras me sirva, y luego la cambio por otra si esta última me sirve más y mejor...Elegir entre una u otra, es marcar la diferencia entre quienes prefieren una ética al servicio del progreso científico y tecnológico o quienes prefieren un desarrollo informático y una capacitación humana, al servicio de la ética.

Lectura para alondra
Etica e internet: nuevos escenarios para viejos problemas. Por Courtuisie


En estos minutos me propongo examinar todo lo viejo pero muy vigente que trae implícitamente Internet en materia ética. Desde el título hablo de "nuevos escenarios para viejos problemas", en el sentido de que Internet obliga a plantearse viejos problemas como los de los fundamentos de la ética, y problemas como la libertad y la equidad entre otros. Voy a enumerar algunos de los viejos problemas vinculados a valores, tanto en lo individual como en lo social, y mostrar de qué modo reaparecen en los nuevos escenarios. También me voy a permitir sugerir cuáles serían algunas estrategias más recomendables, a mi juicio, para interpretar y enfrentar estos fenómenos.La igualdad
En primer lugar, Internet vuelve a plantear con fuerza la vigente cuestión de la igualdad -o de la equidad, que es una palabra que me gusta más, porque es menos niveladora y parece incorporar un elemento de justicia-. Les doy apenas algunas cifras -puede haber otras diferentes pero que apuntan a lo mismo-, les doy apenas algunas cifras de un investigador algo apocalíptico en estos temas pero no por ello menos informado. Me refiero a Aníbal Ford, que sostiene que ya en 1997 existían casi 7 millones de documentos disponibles en la Web y que 80.000 compañías ya estaban conectadas, cifras que todos sabemos que han crecido espectacularmente, pero que entretanto el 80% de la humanidad todavía carece de las comunicaciones más básicas. En el Uruguay, una estimación de Equipos-Mori habla de un 9% de la población de usuarios de Internet (menos de 300.000 personas) y eso lleva a pensar¿Qué decir frente a esto? Hay que reconocer que existen infoexcluidos pero no es Internet quien los genera. En realidad, Internet es uno de los recursos a los cuales muchísimas personas no acceden - por cierto que no acceden-, pero Internet es un medio que ya está acercando muchísimas cosas a la gente, cosas que antes no era posible ni concebible acercar, y en el futuro va a poder acercar muchas más cosas, en materia de educación por ejemplo, si se vencen ciertas inercias. Por otra parte, en nuestro país a todos nos consta que la democratización del conocimiento y la generalización del acceso a Internet ya se ha convertido en una preocupación genuina, y que ya se comenzó con la ejecución de planes que persiguen esas metas.La libertad
Los problemas de la libertad pueden entenderse según dos acepciones. Tanto en un sentido político y social: en cuanto a los derechos de reunión, de expresión de pensamiento, de adhesión a creencias religiosas, etc.; como en un sentido filosófico, en un sentido de libre albedrío: en cuanto a si los seres humanos son independientes en algún grado de su propio pasado, la clase social a la que pertenecen, la cultura en la cual han nacido etc, o bien son un producto más o menos previsible de dichas circunstancias.En cuanto al sentido civil de la palabra libertad, y para quienes creen que Internet es una amenaza a las identidades culturales respectivas, hay que decir que las minorías se pueden manifestar, precisamente, mucho mejor que nunca a través de Internet. Y quien tiene una identidad fuerte, no debe temer escuchar a los demás. En sentido filosófico, y para quienes ven a Internet como poco más que una herramienta de penetración imperial y capitalista, yo les recordaría que cada uno de nosotros también existe y juega, y les recordaría el hecho nada menor de que es la gente la que elige navegar Internet y que nadie la obliga a ello. El hombre en parte es producto de circunstancias y en buena medida también es creador de su entorno. Internet, justamente, nos recuerda todos los días, que somos protagonistas, que las presiones externas, las condiciones del planeta son otros tantos desafíos a enfrentar. Y que en particular, la "culpa social" es un modo de hablar que suele convertirse en una excusa , y que libertad y responsabilidad en sentido propio es la que tiene cada individuo -sea que ocupe el más humilde lugar en la sociedad hasta las más altas responsabilidades públicas-. Como sostenía John Dewey, creer en la libertad, creer que somos libres, es creer que los seres humanos no somos un mero resultado del medio social o un simple efecto de un período histórico dado, creer en la libertad es creer "que nuestros deseos también puede ser causas" y transformar la realidad.La justicia
Internet nos plantea en múltiples sentidos problemas vinculados a la justicia, pero no solo en un sentido formal vinculado a un poder del Estado sino en un sentido moral, vinculado a los sentimientos de justicia, sentimiento que circula a veces por otros carriles. Esto nos conduce a la búsqueda de criterios de legitimidad. Por cierto que es difícil decidir quiénes deberían convertirse en jueces en muchas de las situaciones que plantean hoy Internet. Si pensamos en que la ética se debe instrumentar desde arriba, vamos a dar ciertas respuestas paternalistas de control de la sociedad en gral y de la web en particular, hasta donde ésta pueda ser controlada. Pero si pensamos que no es insensato construir la ética desde abajo, como yo mismo en parte lo creo, las respuestas también serán otras. Otro punto muy diferente pero de algún modo también puesto en la picota por Internet, es el de la propiedad intelectual, con todos los conflictos de valores que plantea. Aquí hay que procurar, una vez más, equlibrar los valores en conflicto. Nadie cruza una avenida mirando para un solo lado. Lo mismo ocurre en ética. Hay que procurar, y en eso están nuestros legisladores todavía, hay que procurar atender los legítimos derechos de las empresas y al mismo tiempo los de la gente común a educarse e informarse, en una búsqueda , en un equilibrio que supone no hacer siempre click en uno de los botones, porque en una democracia ningún actor debería poder conseguirlo todo.Los fundamentos
Internet nos plantea también el problema de los fundamentos de la ética. Este problema no es nada menor, porque no es lo mismo creer por ejemplo, que el encuentro de una auténtica escala de valores se apoya sobre una tradición religiosa, y creer que si Dios no existe, todo está permitido, que creer que el fundamento reside en un consensos o en convenciones surgidas del diálogo de los miembros de una comunidad.Precisamente, Internet plantea una aproximación entre distintas culturas y distintas personas que conduce a revisar de nuevo sobre qué bases hemos erigido nuestro sistema de valores y creencias. En uno de sus libros más recientes, La gran ruptura, Fukuyama sugiere que los problemas que más preocupan a las sociedades actuales -droga, delincuencia común, violencia- surgen de la pérdida del capital social, que en otros tiempos era generado y sostenido por lazos familiares más estables, y en sociedades cuyos niveles de confianza mutua permitían un progreso económico y un tejido social más integrado. Factores como la fe religiosa era muy determinantes en ese sentido. Este autor cree que las sociedades, después de un ciclo donde se ha producido destrucción de capital social por disolución de vínculos, vicios sociales, y desconfianza, se introducen casi en forma espontánea en un nuevo ciclo de restauración del capital social; un nuevo ciclo para recuperarse de los problemas creados por la inexistencia de reglas de juego compartidas.Fukuyama nos dice en ese libro que los orígenes de las normas en general pueden remontarse a varias fuentes, según su carácter racional o no racional, o bien según su carácter jerárquico o espontáneo. Esto es bien interesante. Este autor dibuja un cuadro y lo divide en cuatro sectores. En el primer cuadrante, arriba a la derecha, muestra lo racional jerárquico, vinculado a las normas jurídicas, a la ingeniería social, (la disciplina que lo estudia es la ciencia política). En el segundo cuadrante, dentro de lo racional más o menos espontáneo o más o menos autoorganizado, tenemos el mercado, el derecho consuetudinario, y muchas reglas que surgen de la experiencia. Por debajo, dentro de lo no racional, a la izquierda, tenemos lo jerárquico religioso, y a la derecha, en el cuarto cuadrante, las normas de base biológica, las religiones populares, la tradición histórica. Este criterio de Fukuyama es muy ordenador, pero no debería contribuir a encender más las disputas en cuanto a cuál es el fundamento verdadero, el que realmente tendríamos que elegir para sostener nuestro sistema de valores, sino por el contrario, para no caer en fundamentalismos, esta clasificación debería conducirnos a aceptar que las normas provienen de distintos y muy ricos orígenes diversos. Internet plantea dramáticamente esos cuatro nivel: lo racional y lo no racional, lo jerárquico y lo no jerárquico.Eso me permite realizar una sugerencia desde ya: tal vez lo más fecundo es la tolerancia de los orígenes diversos y no preocuparse solamente de cómo crear mayor eticidad sino más bien, de lo que se trata es partir de la base moral ya existente y tratar de ampliarla.En suma, he querido señalar que los nuevos escenarios nos obligan dramáticamente a reconocer en ellos los viejos problemas de valores. Internet debería conducirnos a la tolerancia. Hay que aceptar la pluralidad como riqueza, y no como peligro. Cuando digo aceptación de la pluralidad pienso no solamente en el respeto de la multiculturalidad sino también en no discutir tanto acerca de los fundamentos y tratar de crear la base moral ya creada y ampliarla. Tenemos que pensar que no vale la pena convertirnos en fundamentalistas por mucho discutir acerca de fundamentos, porque los fundamentos son múltiples y parten de las fuentes ya señaladas. ¿Qué nos dice Internet de la necesidad de controlar los contenidos? Aunque esto de preocuparse excesivamente por vigilar lo moral parece un reclamo de muchos, en realidad, tampoco en eso hay que cometer excesos y hay que vigilar la vigilancia, porque en lo moral se progresa de modo invisible y hay que confiar en las reservas espontáneas de la gente. Tomar las reservas morales ya existentes y encauzarlas es lo que sostuvo recientemente André Comte-Sponville en una polémica con Luc Ferry, pero ya lo sostenía nuestro Vaz Ferreira, en 1909 Moral para Intelectuales.En cuanto a los problemas de la posible amenaza a las identidades, o al criterio un poco desesperado y deseperanzado de que la globalización es un eufemismo para no hablar de imperialismo, yo digo que hay que calmar los ánimos. El Imperio Romano era un imperio, claro, pero la gente prefirió utilizar otro sistema para hacer cuentas porque en números romanos se hacía muy difícil. Es decir, nadie logra imponer a nadie, por mucho tiempo, algo que no sea adaptativo, y nadie se sustrae a algo que le puede hacer la vida más plena. Cuando la luz eléctrica se generalizó en el mundo, muchos pudieron seguir alumbrándose a vela. Sin embargo no lo hicieron. Eligieron la luz eléctrica porque era mejor. Algo semejante va a ocurrir con los estilos de vida y con las escalas de valores. De la combinación de culturas siempre salen platos sabrosos. Por otra parte, no hay que tener miedo a elegir una cultura o un conjunto de culturas porque realmente las consideremos mejores. No hay que temer el incorporar y utilizar las nuevas tecnologías si disponemos de las herramientas reflexivas y los valores que nos permitirán mantenernos alerta y en vigilia. No hay que tener miedo de afirmar valores propios y rehuir el relativismo: porque un poco de relativismo es bueno, pero a veces el relativismo se convierte en la comprensión de todas las culturas, excepto la propia que se vive como vergonzante.Así que Internet es una posibilidad de actualizar todos esos valores y comenzar a restaurar, bajo todas las vías posibles de fundamentación, la eticidad y el capital social que tanto le han preocuparodo a algunos autores.Internet es una invitación a la tolerancia pero una tolerancia entendida como que lo que realmente importa no es convencer, sino convivir.

Lectura para geudy

Traficantes de realidad
Marcelo Jelen *

Como de costumbre, en el principio fue el verbo. Un breve comunicado de prensa mecanografiado sobre la hoja membretada de un desconocido instituto científico fue la primera señal sobre el escritorio del periodista. Pero él no le dio mucha importancia. Era un día feo o hermoso, estaba enamorado o deprimido, había mucho trabajo o bien poco y las horas se sucedían unas iguales a otras. No importa ahora por qué, ese sobre fue a parar al cajón junto a otros papeles que suponía tan irrelevantes como ése.
Con las semanas, las gacetillas, fotografías, currículums y recortes de diario con el mismo membrete se fueron acumulando peligrosamente. El periodista tuvo que pedir un sobre de los grandes a la secretaria del director para guardar todo ese papelerío, pero al tiempo ya necesitaba una carpeta. La cosa impresionaba. A pesar de que no tenía mucho tiempo para averiguar de qué se trataba todo eso, llamó dos veces al teléfono que aparecía en los comunicados. Los murmullos sordos de un fax lo detuvieron. Creyó que en ese momento no valía la pena dejar el mensaje.
El doctor Gregor, el protagonista de esa avalancha informativa, era en la foto un señor canoso, bigotudo, de guardapolvos blanco y moñita a dos colores. Según los comunicados, había creado mediante manipulación genética una nueva especie de cucaracha que alcanzaba cuarenta centímetros de longitud, más o menos. Con las secreciones glandulares de esos insectos desarrolló una vacuna contra los efectos nocivos de las radiaciones atómicas. El trabajo de Gregor merecía elogios en el mundillo académico, de acuerdo con las fotocopias de las cartas enviadas por sus colegas. Pero lo que más impresionó al secretario de redacción fue la foto de la cucaracha. "Qué asco", murmuró. "Imagináte un bicho de éstos en tu baño."
Esa tarde había una interpelación, un incendio, una renuncia en el gabinete, una final de campeonato. Ya nadie se acuerda qué, pero tampoco entonces llamaron al instituto.
El periodista se encontró una madrugada después del cierre de edición con un amigo de la adolescencia que se dedicaba a la venta de artículos para médicos. Por el cuarto whisky, recordó el caso de Gregor y preguntó a su amigo si lo conocía. La respuesta fue que no. Sin embargo, la historia le pareció verosímil. La industria del medicamento avanza a velocidad de vahído y no dejará de hacerlo hasta lograr la inmortalidad o el suicidio perfecto. Entre el quinto y el octavo whisky, el tema de conversación fue el interferón, un remedio para el cáncer elaborado con prepucios humanos.
El día siguiente, era obvio, vino de resaca.
El periodista recibió la primera llamada de uno de los asistentes del doctor Gregor a las tres de la tarde, mientras intentaba deglutir tembloroso un sandwich de longaniza con un café doble y aspirinas. El científico había llegado a la ciudad pocos minutos antes y convocó una conferencia de prensa para las cinco.
"Sea puntual, por favor. El doctor tiene mucho trabajo", dijo el empleado. Justo entonces, cuando había que cerrar dos páginas de apuro. ¿No se podía arreglar una entrevista en el laboratorio, con fotógrafo y todo? "El doctor no concede entrevistas. No se lo tome como algo personal, pero ya ha tenido algunos problemas con algunos colegas suyos. Se sentirá más tranquilo si van todos los periodistas juntos. Los demás ya están avisados." Gracias.
"¿Gregor? ¿El de la cucaracha?", preguntó el secretario de redacción. "Llevá fotógrafo. ¿Gregor cuánto es? Ah, es el apellido. Sí, debe ser checo o eslovaco o de quién sabe dónde; ahora nunca se puede saber si un país existe o no. Apuráte que no llegás. Tomáte un taxi que te lo pago cuando pueda."
La conferencia de prensa estaba servida. Era en un salón de fiestas alquilado. Una larga mesa, varias hileras de sillas plegables, una secretaria que recibía a los periodistas. Lo único que faltaba era el plato principal, el propio doctor Gregor. Eran las cinco y cuarto y el tipo no aparecía. Las radios, los canales, los diarios, hasta los semanarios y las agencias, todos los medios estaban presentes.
Sólo quedaba tomar café y hablar de cualquier cosa. Nadie sabía siquiera el nombre de pila del científico, ni su nacionalidad; algunos se habían preocupado de leer los comunicados.
Gregor llegó con la tardanza habitual en estos casos, pero uno de los camarógrafos todavía no había encontrado enchufe para su lámpara. Sí, ese tipo que entraba al salón y se sentaba detrás de la mesa era el de la foto, aunque en vez de guardapolvos vestía un saco de tweed. Así que éste era el científico loco, el doctor de cucarachas... Antes de pronunciar palabra, sacó dos píldoras de un frasquito, se las metió en la boca y las arrastró con un buche de agua. Todos pensaron que el hombre estaba enfermo cuando la misma secretaria que llevaba las bandejas de café comenzó a pasar entre los asientos repartiendo píldoras. Dos para cada uno.
"Este medicamento no tiene efectos secundarios y, administrado de forma periódica, produce inmunidad a las radiaciones nocivas", sentenció Gregor, con un intransferible acento eslavo. "Tómenlas sin miedo. Ya las están distribuyendo por los alrededores de Chernobyl. La Food and Drugs Administration las está por autorizar para tomar baños de sol sin bronceador."
El doctor Gregor se levantó de su silla y esperó que cesara el murmullo. Entonces, hizo un ademán que dio confianza a los cronistas; uno a uno, fueron tragando las píldoras. La mayoría puso cara de asco y alguno hasta fingió un estornudo para meterlas con disimulo en el bolsillo. El científico moduló una sonrisa bondadosa y describió a pasos lentos un par de círculos delante de la mesa. Luego, emprendió una larga explicación de sus experimentos. Se notaba su esfuerzo por hacerse entender en un idioma que no era el suyo. Nadie, excepto Gregor y sus asistentes, parecía saber mucho de biología ni de ciencia alguna. De cualquier manera, el asunto sonaba razonable: un corte en el cromosoma 23 de la cucaracha doméstica, a la altura del gen VI-133, el transplante de una partícula de estroncio en el intersticio, el procesamiento de la linfa del espécimen resultante.
Pocas dudas quedaban cuando concluyó la conferencia. Apenas un par de preguntas, que merecieron extensas respuestas con la ayuda de un pizarrón y un asistente que traducía los pasajes más complicados del alemán o algo así. Luego, los murmullos se dirigieron a hacia uno de los ayudantes de Gregor que entraba a la sala cargando una cucaracha disecada de casi medio metro sobre un soporte de madera. El doctor se alejó de la mesa y se despidió de los periodistas para desaparecer por la puerta del costado. Los de la televisión y la radio, que siempre andan pidiendo un-resumen-de-treinta-segundos-por-favor, estaban desolados. El secretario del científico les explicó que había mucho trabajo atrasado en el laboratorio.
A bordo del taxi de vuelta, el periodista tomó su grabador, su libreta de notas y los auriculares. Desafió los baches y comenzó a desgrabar a mano, como para llegar a la redacción con el título pensado. Seguía sin saber el nombre de pila ni la nacionalidad del médico, pero ya no sufría la resaca. "Las píldoras", pensó.
La jornada había valido la pena. Cucarachas gigantes ponen coto a la amenaza de una hecatombe nuclear. El doctor Gregor es tuyo ahora, querido público.
***
Hace más de un cuarto de siglo que Joey Scaggs, un artista plástico neoyorquino, viene fabricando noticias. Encarnó al doctor Gregor frente a los grabadores y las cámaras con un guardapolvos, una moñita y un poco de tintura para el pelo. Era su cara la que se asomó a las pantallas de televisión minutos después. Las palabras que pronunció aparecieron en negro sobre blanco en miles y miles de diarios a la mañana siguiente. Los periodistas habían caído en la trampa.
No fue la primera vez, ni tampoco la última. Scaggs prestó su cuerpo a Giuseppe Scaggioli, el banquero que depositaba en sus cofres semen de estrellas de rocanrol y lo ofrecía en tubitos a las fanáticas, que bloquearon los teléfonos de los diarios para ofrecer sus úteros a la ciencia. Fue también el dueño de Hair Today, una empresa que compraba por adelantado el cabello a los futuros cadáveres, y de Comacoon, un sanatorio antiestrés que incluía alucinógenos en su vademécum.
Las noticias de Scaggs sortean con frecuencia los controles de las agencias internacionales y terminan en los informativos y en los diarios de todo el mundo, a pesar de que están llenas de luces amarillas: el nombre del doctor Gregor, por ejemplo, fue elegido en homenaje a Gregor Samsa, el personaje de Franz Kafka que se convierte en cucaracha a lo largo de la novela "La metamorfosis".
Todo esto hace pensar que no es necesario ser inteligente para trabajar de periodista. Es posible aun siendo un perfecto imbécil.
¿Por qué los periodistas se creen las puestas en escena de Scaggs? Porque el grueso del trabajo periodístico se parece más a la burocracia de las oficinas públicas o a la rutina de las fábricas de tornillos que a las aventuras que narran las películas sobre periodistas. Buena parte de la información que llega al público trasciende por mecanismos similares a los empleados por Scaggs para mostrar una cucaracha gigante moldeada en papel crepé.
El dirigente político que impulse una reforma constitucional o el presidente del club de fútbol que desee comprar un mediocampista mozambiqueño ordenarán a sus secretarios que envíen cientos de comunicados, gacetillas y fotos y que convoquen a conferencias de prensa, si es posible, con whisky & saladitos. Y tal vez lo que tengan que exponer al público no sea tan interesante como la vida y los milagros del doctor Gregor.
"Quiero demostrar lo fácil que puede ser manipular las noticias", dice Scaggs. Es que la difusión de un hecho implica, necesariamente, manipulaciones que lo convierten en noticia. Las fuentes manipulan, los periodistas manipulan, las empresas periodísticas manipulan. Así surge la duda: ¿aquello que los medios transmiten es o no más "real" o "verdadero" que la escultura de una cucaracha de un metro?
Amable público: la realidad es casi tan inasible como la ficción. Nadie puede pretender atraparla tal cual es. La realidad conocible —constituida apenas por una fracción de lo que se denomina "realidad"— es un producto, una convención generada por un número abrumador pero finito de intercambios de información. El periodista sólo puede trazar una de sus tantas versiones posibles: una versión periodística. Los periodistas no pueden pretender que beben la realidad entera de una cucharada, aunque muchos crean hacerlo. Como todo el mundo, sólo pueden hacer el intento de clavar el escarbadientes en una miga.
La ciencia ha perdido toda esperanza de condensar el universo en un tubo de ensayo o sintetizarlo en una fórmula matemática. Los astrónomos, por ejemplo, ya saben que los cuerpos celestes que postulan quizá ya no existan y que sus posiciones en el cielo están modificadas por el efecto de la gravedad sobre la luz. Pueden extender sus miradas algunos cientos de miles de quilómetros con muletas satelitales, pero todo lo demás es teoría. Fausto ha renunciado al microcosmos.
Según la física moderna —que ya tiene unas cuantas décadas—, es imposible determinar todos los parámetros del fenómeno que se estudia. Werner Heisenberg, fundador de la mecánica cuántica, llegó a formular, incluso, el "principio de indeterminación", dada la imposibilidad de describir con exactitud la ubicación y la velocidad de los cuerpos de un sistema atómico. Sólo se pueden determinar las posibilidades de que estén o no en algunos lugares alrededor del núcleo.
Mientras Heisenberg se ganaba un premio Nobel por admitir que el conocimiento de la física apenas era posible como aproximación, los periodistas —más cerca del arte que de la ciencia— han hecho un oficio de traficar con la realidad.
El truco es tan bueno que la mayoría de los clientes de los medios periodísticos suponen que lo que éstos difunden es "la realidad". Hasta los periodistas y sus patrones se lo creen, aunque sólo estén mostrando un grano de polvo posado sobre un jirón de una costura de esa pelota de fútbol imposible de patear que es el universo. Es una "realidad" desvariada, una alucinación: la noticia se instala en las mentes como si fuera un hecho.
***
Carl Bernstein, uno de los cronistas del célebre caso Watergate, definió el verbo "informar" como "dar la mejor versión obtenible de la realidad". Y nadie puede asegurar —ni el propio Bernstein lo pretende— que sólo un periodista puede obtener esa mejor versión. ¿Por qué no, por ejemplo, un adiestrador de caniches?
¿La mejor versión obtenible de la realidad es periodística? Eso, igual que la existencia de los dioses, es una cuestión de fe. Muchos periodistas creen que sí, a pesar de las cucarachas que se cuelan entre sus materiales de trabajo. Con ellos, el periodismo —igual que la religión, igual que la ideología— ha adoptado un discurso totalizador y totalizante que, a la larga, corre el riesgo de volverse totalitario. El periodismo es, apenas —y nada menos que—, periodismo. Ningún periodista puede contar-las-cosas-tal-como-pasan. Eso es imposible. A lo sumo, puede contarlas tal como se ve que pasan. Se aproxima, pero siempre quedará lejos.
El problema de la "verdad" quitó el sueño a decenas de filósofos y científicos célebres por milenios, antes aun de que existieran los medios modernos. Pero todas esas teorías no preocupan mucho a los periodistas que no hayan sido acusados en los tribunales de difamación o algo por el estilo. ¿Para qué, si tanta inteligencia nunca logró ponerse de acuerdo?
El filósofo francés Michel Foucault dijo que "cada sociedad tiene su régimen de verdad, su 'política general' de la verdad: es decir, los tipos de discurso que acoge y hace funcionar como verdaderos o falsos; las técnicas y los procedimientos que están valorados para la obtención de la verdad; el estatuto de quienes están a cargo de decir lo que funciona como verdadero".
Los periodistas postularon durante décadas la "objetividad" como criterio determinante de la calidad de sus trabajos y hasta de la veracidad de la información que ofrecían. Resultó imposible. Las rocas y los termómetros pueden ser "objetivos", pero los periodistas sólo pueden ser subjetivos, en tanto no son objetos sino sujetos que por lo general informan sobre otros sujetos. La objetividad, más que una pretensión ética, resultó una escuela estética que reclamaba cierto despojamiento, medido de acuerdo con la subjetividad de los periodistas y empresarios periodísticos que se creían objetivos y el reflejo empañado de la infinidad de subjetividades que intervenían en el proceso. Eso sirvió, en su momento, como cohartada para los medios aburridos y escudo para los periodistas temerosos.
"En el conocimiento hay un cuerpo de verdad exacta muy pequeño cuyo manejo no requiere mayor habilidad o entrenamiento. El resto que da a discreción del propio profesional", decía Walter Lippman, un presigioso periodista estadounidense para quien todo "se puede decir en cientos de formas diferentes". O sea que todo depende del oculista que recete los cristales. Como decía el músico californiano Frank Zappa, "existen tantas formas diferentes de expresar algo que es muy posible que el otro nunca sepa qué quisiste decir".
En su traducción periodística, el calificativo de "verdadero" recae sobre la información comprobable (porque soportará más o menos indemne que alguien quiera tildarla de mentira) planteada de modo verosímil (porque parece "de verdad"). La ausencia de comprobabilidad debería alcanzar para desecharla.
En algunos casos, verosimilitud y comprobabilidad parten de una base material, como la existencia de un documento o registro grabado. En otros, descansa sobre la presencia del periodista en el lugar donde sucedió el hecho que se pretende convertir en noticia o en la existencia de un informante que se identifica con nombre y apellido. Si la información carece de uno de esos soportes, un periodista responsable y con tiempo suficiente aplicará procedimientos de "chequeo" —la consulta a más fuentes— para ajustarla al criterio de comprobabilidad.
Los dichos y hechos recabados que pasen por los coladores de esta particular visión de la "realidad" y de la "verdad" serán luego sometidos por el periodista a una delicada selección. Será más fácil transformarlos en noticia cuanto más prominentes o poderosos sean sus protagonistas, cuanto más recientemente se hayan producido, cuanto más ocultos se hayan encontrado, cuanto mayor conflictividad revelen, cuanto mayor sea la porción de público sobre la que influyen, cuanto más muertos o heridos involucren, cuanto más absurdos suenen, cuanto más morbo desaten. El periodista coteja esos elementos, los combina, resalta algunos y resta importancia a otros. Al mismo tiempo, desecha aquellos que, según él, no valen la pena por el momento. Se trata de aplicar las pinzas y bisturíes del lenguaje, que tanto sirven para moldear una noticia como para inventarla.
***
La función del periodista quizá sea narrar cosas aproximadamente "reales" y aproximadamente "verdaderas" de las que aquellos que no son periodistas no se enterarían de otro modo que a través de un medio periodístico. A su vez, el oficio del periodista consistiría en obtener esa información y procesarla (o sea, manipularla) para que el cliente de la empresa periodística la consuma. Este procesamiento —la "edición"— es lo que convierte la información pura, químicamente dura, en noticia. Por lo tanto, la noticia es información tamizada, con colorantes y conservadores artificiales, adulterada: es información crocante, preparada para que el público se entere, así como el pan es harina preparada para que el público la coma.
Es decir que las noticias no son hechos, ni los hechos noticias.
El periodista también inocula en el consumidor de los medios la necesidad de estar informado. Le convence de que aquello sobre lo que le informa puede alterar, de algún modo, el mundo en que vive. Envuelve el producto para venderlo mejor, que es lo que hacen todas las industrias. Allí está la contradicción básica y el pecado original del periodismo.
Los medios periodísticos prometen "agotar" las cuestiones sobre las que informan, llegar a la raíz, rascar hasta la mera médula del hueso e ir más allá. Pero siempre quedan hilos sueltos, cosas que se desconocen, asuntos que el periodista no averiguó o que guarda en un cajón, pues el periodismo ha emulado la habilidad de Scherazada frente al rey por bastante más de mil y una mañanas, tardes y noches. Y también queda por verse el futuro: como en los teleteatros y en las películas de final abierto, como el conejo que persigue una zanahoria que cuelga de un palo ante su hocico, hay que esperar hasta la próxima edición para saber qué va a suceder luego. Y luego. Y luego.
La industria periodística es una subsidiaria de la industria del ocio y el entretenimiento, una variedad del "show business". Sin contar la página de servicios, los avisos fúnebres, la traducción de los partes meteorológicos, la cartelera de espectáculos y los horarios del paro de transporte, casi nada de lo que transmite un medio depara la satisfacción inmediata de una necesidad básica. Los medios no se comen, no se beben, no lavan. No ponen la torre Eiffel delante de la nariz del consumidor de noticias para que él la toque; a lo sumo, pueden mostrarle una fotografía que, bajo la lupa, es un montón de puntos.
Apenas una porción muy pequeña de la clientela de los medios necesita saber con cierta frecuencia y dentro de las 24 horas posteriores al hecho qué pasó entre el presidente y el líder opositor o entre el actor que ganó el Oscar y su amante. Son poco más que quienes toman decisiones que podrían afectar al resto de la sociedad, los apostadores compulsivos y los propios periodistas.
Por cierto, la gente toma en cuenta la información que consume para moldear sus opiniones y adoptar algunas esporádicas decisiones de importancia en sus vidas: en qué invertirán su dinero, adónde irán de vacaciones, si instalarán alarmas en sus casas. Los ciudadanos de un país democrático, por ejemplo, necesitan noticias para resolver sus votos, pero eso sucede una vez cada cuatro años, más o menos. No es imprescindible leer un diario, mirar los noticieros de la tele o desayunar con los de la radio durante 1.456 días. "Cada cuatro años se elige un presidente, pero cada día o cada semana se compra un producto de prensa. Para la felicidad de los pueblos, es más fácil cambiar de diario que cambiar de presidente", ironiza el presidente Elio Gaspari, editorialista de "O Estado de Sao Paulo".
Después de cientos de miles de años de caminata de la humanidad sobre la tierra durante los cuales la industria periodística parecía no ser en absoluto necesaria, ¿por qué se afirma ahora que su existencia es un imperativo de las sociedades modernas? "Los medios de comunicación no sólo son un espejo de la realidad que los circunda sino que también operan como motores, voluntarios o no, de esa misma realidad", es la explicación que ensaya Juan Luis Cebrián, fundador de "El País", de Madrid. "La prensa se viene revelando como uno de los pocos sistemas efectivos, por imperfecto que sea, de control de los ciudadanos sobre sus gobiernos. Lejos de configurarse como un 'cuarto' o enésimo poder, la prensa y los 'mass media' parecen definirse mejor como un contrapoder posible a los abusos del poder efectivo."
El ex fiscal argentino Luis Moreno Ocampo entiende que "la información es la herramienta clave para que una sociedad reduzca al mínimo las actividades antisociales". El revolucionario francés Camile Desmoulins alcanzó a decir, antes de que su cabeza cayera aguillotinada, que "el periodista tiene el mismo encargo que el censor romano: defiende al pueblo del senado y de los cónsules".
El mayor dilema para los periodistas, las empresas en las que se desempeñan y sus fuentes ha sido hasta dónde les conviene informar u ocultar. Quizás convendría que se preguntaran a sí mismos por qué ocultan o difunden determinadas informaciones. Las posibles soluciones a esta cuestión se han manifestado, por lo general, en sobreentendidos. Tal vez ayudaría en el proceso que los propios consumidores de noticias especularan, como práctica habitual, qué se oculta y con qué motivos. Que critiquen y pongan en duda la producción periodística.
La irrenunciable aspiración a la información plena no deja de ser una utopía. Por más que los periodistas proclamen lo contrario, el ocultamiento determina su tarea tanto como la difusión. El periodista oculta parar informar mejor, aunque parezca una contradicción. Las fuentes y las empresas periodísticas también practican ocultamientos. Este hecho no es malo ni bueno: simplemente, es. Forma parte de la naturaleza humana, del enfrentamiento de intereses que existe en toda sociedad. Ocurre, aunque en un mínimo, hasta en las parejas más armónicas, esas que se juran decirse todo por doloroso que sea. Y cruzan los dedos.
Pero, como las familias, las sociedades donde predomina la opacidad y no la transparencia están enfermas. El ocultamiento ejercido desde una posición de poder para beneficio de quienes lo detentan es autoritarismo, y se convierte en corrupción si es decidido por los periodistas o los medios. En esos casos, el ocultamiento alcanza rango de mentira.
La razón por la que resulta tan complicado responder cuál es el papel del periodismo en la democracia es que el surgimiento de esta actividad es anterior aun al establecimiento de esta forma de convivencia social. En cierto modo, la prensa fue la contracción uterina que provocó el nacimiento de las democracias y, junto con los medios periodísticos electrónicos, la fortalecen día a día. De hecho, ninguna dictadura ha podido subsistir, a la larga, en convivencia con la libertad de difundir información. El máximo de difusión afianza las democracias. La información es la mejor vacuna contra el prejuicio (porque alimentará ideas fundamentadas), el mejor soporte de las libertades individuales y los derechos humanos (porque amedrentará a quienes pretendan violarlos).
Por el contrario, los controles, amenazas y censuras a la actividad periodística son señales que revelan la existencia de una dictadura, o de su proximidad. El máximo de ocultamiento es un atributo de los autoritarismos.
La industria periodística establecida con cierta independencia de los poderes se concibe, entonces, como uno de los medios de que disponen las democracias para mejorarse día a día, para ser cada vez más libertarias, más igualitarias, más fraternales. "El genio de la democracia consiste en que, a través de un proceso de ventilación pública de ideas, opiniones y deberes, se libera la energía y la sabiduría intelectuales de la gente", opina el periodista Bill Kovach, ex editor del diario "The New York Times". "Si no hay una fuente de información creíble, el compromiso social es manejado por el rumor, el miedo y el cinismo. Los cínicos no construyen sociedades libres y abiertas."
"El papel del periodista es más importante que el de los políticos e ideólogos en este tiempo de incertidumbre, porque a ellos corresponde explicar el mundo", dice, por su parte, el escritor venezolano Arturo Uslar Pietri. Pero los periodistas no "hacen" política como la hacen los políticos profesionales, cuyos actos tienen el objetivo de generar hechos políticos. El objetivo de un periodista, en cambio, es difundir el máximo de información, no las consecuencias que ella acarreará. Si se planteara como finalidad la concreción de un hecho político, deportivo, artístico o policial posterior a la difusión del hecho del que informa, saltaría de la trinchera del periodista para zambullirse en la del político, el deportista, el artista o el policía.
En materia de periodismo "hay que diferenciar entre oposición y crítica", explica el argentino Mariano Grondona. "El opositor se presenta como alternativa. En cambio, el periodista no es alternativa de poder. Nosotros no tenemos poder político: tenemos influencia, que es otra cosa."
El periodismo es un subsistema del sistema social, al igual que lo son la política, la economía, las artes y las letras, los deportes y las farmacias de turno. Todos ellos se cortan de forma horizontal, se retroalimentan, se influyen unos a otros. El objetivo del periodismo no es o no debe ser la influencia sobre los restantes subsistemas: al igual que el sistema nervioso alerta a su pie que pisa un clavo y no una baldosa, ese subsistema social que es el periodismo avisará a los consumidores de noticias que esa farmacia está cerrada y no abierta, que el dólar sube y no baja, que este libro le pareció a alguien aburrido y no entretenido, que allí donde algunos creen ver la redención nacional se asoma la amenaza del genocidio.
Las cosas suceden. Lo único que puede hacer un periodista al respecto no es poco: ejercer ciertas facetas del derecho de la sociedad al libre acceso a la información a partir de la "producción" de parte de "la realidad" que ella consume, esa parte denominada con vaguedad como "lo público". Aunque en un régimen democrático a cabalidad, cualquiera, y no sólo un periodista, podría hacerlo: la ley, al menos en teoría, lo ampara. Según el artículo 19 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos aprobada por las Naciones Unidas en 1948, "todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; ese derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión".
O sea que cualquiera puede llamar al presidente de su país y preguntarle si va a mantener en el gabinete al ministro de Economía. Si paga la entrada, puede vercon sus propios ojos el partido final del campeonato de fútbol sin que se lo obligue a escuchar ni leer los comentarios. Puede averiguar si-se-efectuaron-muchos-disparos-con-arma-de-fuego-de-alto-calibre-con-resultado-fatal-en-el-copamiento-registrado-anoche-en-jurisdicción-de-la-seccional-8va, y arriesgarse a permanecer 48 horas en una celda mientras investigan sus antecedentes.
Pero ese ciudadano —usted mismo— tiene que trabajar, dormir, besar a su pareja, ir al cine, cortar el pasto, hacerse una tortilla y llevar a los nenes al colegio. Por eso, no se moleste: deje que lo hagan los periodistas, que para eso les pagan.
De cualquier manera, el consumidor de noticias haría bien en tener en cuenta la advertencia de David Broder, periodista del diario "The Washington Post": "El periódico que llega a su casa es un recuento parcial, apresurado, incompleto e inevitablemente algo confuso e inexacto de algunas de las cosas que hemos oído que sucedieron en las últimas 24 horas. Hay distorsión, a pesar de nuestra mejor buena voluntad para eliminar las parcialidades más obvias, por el mismo proceso de comprensión que hace posible que uno lo pueda leer en una hora. Pero es lo mejor que hemos podido hacer bajo las circunstancias, y mañana regresaremos con la versión corregida y al día."
Hasta la siguiente edición, las cucarachas continuarán caminando entre las páginas de su diario favorito. Ese papel entintado tendrá, entonces, un mejor destino. Lo fundamental ya habrá quedado dentro suyo.
* Marcelo Jelen es un reconocido periodista uruguayo, colaborador de la agencia de noticias IPS. Esta es su primera contribución para Sala de Prensa.