Periodismo en Internet

Thursday, April 03, 2008

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Ética y periodistas por Vicente Romano*
Siempre que se habla de ética, nos referimos a las costumbres, al modo de comportarse el ser humano, a su conciencia moral. Como cualquier grupo profesional, los comunicadores profesionales, los periodistas, tienen también sus amores, sus costumbres, derivadas de prácticas útiles. Estas cambian a medida que lo hacen las técnicas de producción. Por eso conviene comprobar de vez en cuando si se siguen dando en la realidad las premisas de la ética profesional.
31 de octubre de 2005Herramientas Imprimir Enviar

Francisco Bellorin, Acrylique’s / toile, 1995
Esto no es tan sencillo como parece. Cada ética profesional tiene sus peculiaridades, que no concuerdan necesariamente con las costumbres generales. Los seres humanos tienen la capacidad de alternar, de hacer algo o dejar de hacerlo, y es su cultura subjetiva, su sistema de valores, quien les dice lo que deben hacer.
A pesar de la simbiosis entre los periodistas y sus medios, la decisión es siempre subjetiva. La ética apela al individuo para abordar un asunto según su conciencia, su convicción y su fe. Decir "no" es siempre más difícil, porque la negación se contradice con el deseo de apropiación y dominio. Por eso apenas hay periodistas que se nieguen a rechazar la invitación a un viaje o a una recepción oficial. Por eso hay tantos gourmets y tan pocos ascetas entre los periodistas. Pero la sociedad de consumo corre el peligro de devorarse a sí misma. Su voracidad puede llegar al extremo de que en algunas farmacias de Hollywood y Los Angeles se vendan por 30.000 dólares (cito de memoria) tenias que los ricos se meten en el cuerpo para seguir engullendo sin verse obligados a hacer dietas de adelgazamiento.
Son pocos los periodistas y profesores que, como W. Abendroth y Harry Pross, han llamado la atención sobre las consecuencias de este tipo de sociedad. En comunicación, el gran negocio lo ha hecho la prensa del corazón y los programas de entretenimiento, esto es, los contenidos que excluyen la responsabilidad propia, el comportamiento ético. Lo que se ha impuesto como criterio de calidad periodística es la especulación sobre un gusto difuso y nivelado del público.
Las quejas sobre la dependencia de los periodistas respecto del capital no constituyen ninguna novedad. Karl Bücher definía ya a principios de siglo el periódico como un texto que se redacta para vender espacio publicitario. Lord Nordcliffe, el magnate de la prensa inglesa de aquella época se expresaba así: "Dios enseñó a los hombres la lectura para que yo pueda decirles a quien deben amar, a quién deben odiar y lo que deben pensar." El viejo liberal alemán Paul Sethe definía la libertad de expresión en 1965, en una carta dirigida al Spiegel, en estos términos: "La libertad de expresión es la libertad de 200 ricos a difundir su opinión".
Durante la Guerra de Vietnam, la TV norteamericana, regida por criterios comerciales y alimentada con programas de entretenimiento, dejó un minúsculo espacio de las noticias y del comentario político a un pequeño sector opositor de intelectuales de izquierda, líderes religiosos y académicos. Y fue el efecto de éstos, y no el de los medios, el que se impuso. El gobierno aprendió bien la lección y en la Guerra del Golfo de 1990 sólo permitió a corresponsales políticamente "limpios" informar de la guerra "limpia" en la "tormenta del desierto".
En la actual, iniciada en marzo de 2003, el Pentágono y el Gobierno fundamentalista de EUA mantiene todavía la prohibición de que periodistas ajenos accedan a las actuaciones de los militares, a las cacareadas elecciones libres, a los datos sobre víctimas, las cárceles, torturas asesinatos y saqueos, etc., cometidos por sus tropas, y si es necesarios se liquidan a los periodistas que contravengan su política de ocultación. Los informadores extranjeros también tienen dificultades para acceder a los lugares devastados por el huracán Katrina y desarrollar su trabajo.
Sirvan estos ejemplos para ilustrar la complejidad de la situación según el punto de vista desde el que se juzgue, ya sea económico, político o comunicacional. Con el tiempo, los diferentes grupos participantes desarrollan comportamientos morales específicos con arreglo a leyes propias, que les sirven de pertenencia o exclusión. Frente a esto, la ética se presenta como una relación invariable del individuo con algo absoluto y metafísico. Como doctrina de la acción correcta apela siempre a la libertad del ser humano para decir sí o no.
Como, profesionalmente, tienen que tratar con distintas prácticas morales, debido a la fluctuación de los grupos sociales, los periodistas se ven constantemente confrontados con las imprecisiones de esas costumbres. Y el periodista nunca tiene tiempo para la precisión, para indagar más a fondo.
La economía de señales y la coacción de los plazos son, como se sabe, instancias morales de la profesión periodística. Los periodistas carecen de presente, viven siempre del pasado o del futuro. Su biotiempo está ocupado por cómo va a aparecer mañana su trabajo en el medio correspondiente. La moral profesional se orienta por los efectos comunicativos de ayer. ¿Qué lugar queda para la ética de la responsabilidad personal de la comunicación presente?
La coacción de los plazos y la economía de señales obligan a dejar de lado las decisiones éticas, incluso en la era de los medios electrónicos. Si revolución significa que un grupo toma el poder y encuentra seguidores dóciles durante cierto tiempo, resulta entonces que la revolución electrónica disfruta su victoria desde hace años: jamás se alcanzó simultáneamente con el mismo mensaje audiovisual a tantas personas en tan poco tiempo. Reduce su campo de percepción elemental, directa, a la pequeña caja rectangular del televisor, que se presenta enmarcada, arriba-abajo, derecha-izquierda, claro-oscuro, rápido-lento, ahorrando a los telespectadores esfuerzo perceptivo e impidiéndoles pensar.
En este contexto es importante que el entramado electrónico, la red, limite con imágenes el campo de acción subjetivo. Como falta la relación primaria, personal, no se da la necesidad de actuar. Todo lo que se hace es estar sentado. La ética, como doctrina de la acción correcta, resulta innecesaria, no encuentra demanda. La red electrónica reduce el valor de mercado de lo más cercano, al limitar las acciones directas que se puedan tener con ello.
En vez de hablar con las personas se habla con el ordenador o con la pantalla. En la era de los telespectadores la autoridad dimana de la contemplación, y ésta del primer plano. Y, como se sabe, el primer plano beneficia a quien ocupa el puesto oficial, al presidente, ministro o presentador de turno.
Los medios se interponen en los fines de la política y de la economía porque son muy aptos para ocupar el biotiempo de los sujetos. Por eso son un instrumento de poder. Formalmente, el Estado se presenta, según la vieja sociología, como una institución de derecho que una minoría victoriosa impone a la mayoría a fin de administrarla, esto es, gestionar su explotación. Administrar significa apropiarse a la larga del fruto del trabajo de la mayoría con el menor gasto propio posible. Para esto se requieren medios de comunicación que renueven constantemente la imago.

Francisco Bellorin, Acrilique’s / toile, 1990
El modelo de "sociedad libre de marcado" ha intentado incrementar la porción de los administrados en el producto de su trabajo. Pero no ha podido impedir que la minoría explotadora de los recursos eluda el control estatal. Cuando lo cree conveniente para sus intereses, esa minoría, vale decir, esos consorcios transnacionales, se busca objetos de explotación más baratos en otros Estados.
Bajo la concepción sociológica del Estado, la ética profesional de la comunicación social está predeterminada por una doble dependencia. Por un lado, los periodistas dependen de la minoría administradora-explotadora, puesto que ésta financia la tecnología. Por otro, dependen del Estado, puesto que están sometidos a sus leyes. Los representantes estatales y la minoría explotadora comparten el interés común de impedir aquello que pueda perturbar su colaboración. Tales trastornos pueden darse en los comunicados de prensa que hablen de las diferencias, de los favores recíprocos, etc. Al fin y al cabo navegan en el mismo barco. Los periodistas deben tratar estos asuntos puesto que forman parte del personal simbólico de la sociedad. Junto con las jerarquías religiosas, literarias, artísticas y académicas, este personal simbólico garantiza la cohesión y el proceso temporal del todo. Los diferentes códigos en que esto se hace constituyen conjuntamente la cultura.
Los derechos fundamentales de la libertad de credo, de expresión, de prensa y de reunión son sus postulados jurídicos. Pero esto no significa, ni mucho menos, que se lleven a la práctica. Pueblos que no han sido libres durante mucho tiempo tardan en desprenderse de los uniformes y las medallas. La educación para la libertad, incluida la libertad para comunicar, es algo que nunca acaba.
La relativización del prójimo a través de los medios electrónicos, la facilidad y rapidez con que se puede conectar electrónicamente con él, no ha fomentado la libertad, pero sí la adaptación a los usos de la explotación. Lo que hace 30 años rechazaría cualquier redactor, porque su ética profesional le impedía presentar como noticias reclamos publicitarios, ocupa hoy día una parte considerable del espacio redaccional y del tiempo de emisión.
Como ejemplo puede servir la irresponsable proporción que ocupan las noticias del deporte profesional lucrativo. Carecen de valor informativo, en el sentido de dirección del comportamiento, pero sirven para crear imagen. El mensaje es siempre el mismo: "Uno tiene que ganar".
Informar sobre el valor de cambio de futbolistas y entrenadores no tiene nada que ver con la comunicación social, con el intercambio social de conocimientos y sentimientos a fin de dominar el entorno. No es sino incitación a la magia de adquirir la superioridad de los vencedores etiquetados a traves de logotipos personificados. Ya no compite el equipo A contra el equipo B, sino la leche X contra el refresco Y. Los programas de TV los deciden. e incluso los hacen, los patrocinadores, con lo que los periodistas y presentadores se pasan el tiempo presentando y publicitando sus productos. Como audiencia publicitaria, el público paga su propio adoctrinamiento. La profesión periodística se deshace. Se puede objetar que la gente así lo quiere. Pero la verdad es que carecen de opción real. ¿Cómo va a desear lo que no se ofrece? Si fuese cierto que la gente tiene lo que pide, habría que preguntarse entonces por qué la gente aplaude su propia depauperación espiritual, cómo se forman los gustos, quiénes los determinan, etc. ¿Cómo va a querer la gente otra cosa si la consciencia se nutre de la experiencia?
Aún es demasiado pronto para vislumbrar los daños a largo plazo que pueden producir las ofertas niveladoras de entretenimiento y los programas que distraen de lo político. Es probable que no sean inferiores a la reducción de la responsabilidad propia, inducida por la presión constante a satisfacer inmediatamente unas necesidades y crear otras nuevas a fin de mantener el status social.
A juzgar por la propaganda que se les hace, por el espacio que ocupan en los medios y los libros que se les dedican y premian, parece que las redes mundiales de ordenadores (Internet es un buen ejemplo) son las que dictan las nuevas reglas del juego para las empresas, la economía y el estado, que los señores del ciberespacio, como Bill Gates, determinan el programa. 50 años después del primer ordenador, la empresa californaiana "Sun" tuvo en 1994 unas ventas de seis mil millones de dólares con el paso a las redes. Cierto, estas redes permiten a sus usuarios reducir a la mitad el tiempo de las actividades estudiadas. ¿Pero de qué sirve esto a los 40.000 niños que cada día mueren de hambre en el mundo? Las TIC (Tecnologías de la Información y la Comunicación) no han cambiado todavía la brecha entren ricos y pobres del mundo. He aquí el cuadro que ofrece el número de julio-agosto de 2005 la Monthly Review de Nueva York: De entre los 6,400 millones de habitantes del planeta: Casi la mitad de la humanidad (3.000 millones) sufren desnutrición. Esta mitad de la humanidad vive con lo que se puede adquirir por 2 dólares en los EUA.
De los 3.000 millones que viven las ciudades, 1.000 millones viven en chabolas.Mil millones no tienen acceso a agua limpia. Dos mil millones carecen de electricidad.Dos mil quinientos millones no tienen agua corriente en sus viviendas.Mil millones de niños, la mitad de los del mundo, sufre una privación extrema debido a la pobreza, la guerra y las enfermedades, incluido el SIDA. Sin olvidar los 25-30 millones de niños que viven abandonados en las grandes ciudades latinoamericanas a a quienes se mata porque perturban la estética urbana.
Hasta en los países ricos, como ha demostrado el huracán Katrine, grandes masas de la población carecen de alimentación suficiente. Cuatro millones de familias se privan de una comida al día para que puedan comer otros familiares.
No obstante, "el peor despilfarro", responden los señores del ciberespacio, "son las personas que no trabajan de manera rentable y que realizan trabajos sin sentido. Por eso tenemos que racionalizar e invertir el dinero ahorrado". (Palabras de Scott McNealy, de la Sun Corporation.)
Técnicamente, la conexión a la red es una cuestión de la capacidad del ordenador y del ancho de banda. Sociológicamente es una cuestión de la revolución cultural. Desde el punto de vista de la explotación económica se trata de qué minoría se enfrenta anónimamente a la mayoría a fin de hacerla trabajar "de modo rentable" para ella. ¿De qué sirve entonces el Estado?, podemos preguntarnos. En efecto, su dignidad como institución de derecho desaparece. Cuando el Estado ya no puede proteger a sus ciudadanos de la explotación extranjera, ni garantizar los derechos básicos de sus ciudadanos se erosiona su derecho.
Por depender de los avances de la tecnología de la comunicación, los periodistas pertenecen a los estamentos medios. Como se sabe, éstos son los primeros en perder poder adquisitivo. El hecho de que no se les considere totalmente superfluos se debe a su papel como mediadores y como consumidores. También las personas que no desempeñan un trabajo rentable y que, por tanto, son un "despilfarro", necesitan poder adquisitivo para consumir.
La ética grupal de los señores del ciberespacio es inaceptable por inhumana. Niega la relación de cada individuo con el principio superior de la solidaridad, a la que todo ser humano y la propia humanidad debe su existencia. Y, a la larga, esto no lo han permitido los seres humanos. Se dice que el ciberespacio convierte al mundo en una aldea, y a la aldea en una jungla. Pero el mundo no se convierte en una aldea, claro está. Pues la aldea es un espacio lleno de contactos elementales, directos, contraidos por una memoria colectiva. Lo que sí puede hacer el modo actual de producción de comunicación es contribuir a ensanchar este desierto electrónico, la soledad, esto es, la incomunicación. Que cada periodista se pregunte, como si en ello le fuera la propia vida, hasta qué punto sus textos y sus imágenes enriquecen el biotiempo de los muchos a quienes van dirigidos.
Vicente RomanoComunicólogo, catedrático jubilado

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Etica y periodistas
Vicente Romano

Siempre que se habla de ética, nos referimos a las costumbres, al modo de comportarse el ser humano, a su conciencia moral. Como cualquier grupo profesional, los comunicadores profesionales, los periodistas, tienen también sus mores, sus costumbres, derivadas de prácticas útiles. Estas cambian a medida que lo hacen las técnicas de producción. Por eso conviene comprobar de vez en cuando si se siguen dando en la realidad las premisas de la ética profesional.
Esto no es tan sencillo como parece. Cada ética profesional tiene sus peculiaridades, que no concuerdan necesariamente con las costumbres generales. Los seres humanos tienen la capacidad de alternar, de hacer algo o dejar de hacerlo, y es su cultura subjetiva, su sistema de valores, quien les dice lo que deben hacer.
A pesar de la simbiosis entre los periodistas y sus medios, la decisión es siempre subjetiva. La ética apela al individuo para abordar un asunto según su conciencia, su convicción y su fe. Decir "no" es siempre más difícil, porque la negación se contradice con el deseo de apropiación y dominio. Por eso apenas hay periodistas que se nieguen a rechazar la invitación a un viaje o a una recepción oficial. Por eso hay tantos gourmets y tan pocos ascetas entre los periodistas. Pero la sociedad de consumo corre el peligro de devorarse a sí misma. Su voracidad puede llegar al extremo de que en algunas farmacias de Hollywood y Los Angeles se vendan por 30.000 dólares (cito de memoria) tenias que los ricos se meten en el cuerpo para seguir engullendo sin verse obligados a hacer dietas de adelgazamiento. Son pocos los periodistas y profesores que, como W. Abendroth y Harry Pross, han llamado la atención sobre las consecuencias de este tipo de sociedad.
En comunicación, el gran negocio lo ha hecho la prensa del corazón y los programas de entretenimiento, esto es, los contenidos que excluyen la responsabilidad propia, el comportamiento ético. Lo que se ha impuesto como criterio de calidad periodística es la especulación sobre un gusto difuso y nivelado del público.
Las quejas sobre la dependencia de los periodistas respecto del capital no constituyen ninguna novedad. Karl Bücher definía ya a principios de siglo el periódico como un texto que se redacta para vender espacio publicitario. Lord Nordcliffe, el magnate de la prensa inglesa de aquella época se expresaba así: "Dios enseñó a los hombres la lectura para que yo pueda decirles a quien deben amar, a quién deben odiar y lo que deben pensar." El viejo liberal alemán Paul Sethe definía la libertad de expresión en 1965, en una carta dirigida al Spiegel, en estos términos: "La libertad de expresión es la libertad de 200 ricos a difundir su opinión".
Durante la Guerra de Vietnam, la TV norteamericana, regida por criterios comerciales y alimentada con programas de entretenimiento, dejó un minúsculo espacio de las noticias y del comentario político a un pequeño sector opositor de intelectuales de izquierda, líderes religiosos y académicos. Y fue el efecto de éstos, y no el de los medios, el que se impuso. El gobierno aprendió bien la lección y en la Guerra del Golfo de 1990 sólo permitió a corresponsales políticamente "limpios" informar de la guerra "limpia" en la "tormenta del desierto". En la actual, iniciada en marzo de 2003, el Pentágono y el Gobierno fundamentalista de EUA mantiene todavía la prohibición de que periodistas ajenos accedan a las actuaciones de los militares, a las cacareadas elecciones libres, a los datos sobre víctimas, las cárceles, torturas asesinatos y saqueos, etc., cometidos por sus tropas, y si es necesarios se liquidan a los periodistas que contravengan su política de ocultación. Los informadores extranjeros también tienen dificultades para acceder a los lugares devastados por el huracán Katrina y desarrollar su trabajo.
Sirvan estos ejemplos para ilustrar la complejidad de la situación según el punto de vista desde el que se juzgue, ya sea económico, político o comunicacional. Con el tiempo, los diferentes grupos participantes desarrollan comportamientos morales específicos con arreglo a leyes propias, que les sirven de pertenencia o exclusión.
Frente a esto, la ética se presenta como una relación invariable del individuo con algo absoluto y metafísico. Como doctrina de la acción correcta apela siempre a la libertad del ser humano para decir sí o no.
Como, profesionalmente, tienen que tratar con distintas prácticas morales, debido a la fluctuación de los grupos sociales, los periodistas se ven constantemente confrontados con las imprecisiones de esas costumbres. Y el periodista nunca tiene tiempo para la precisión, para indagar más a fondo. La economía de señales y la coacción de los plazos son, como se sabe, instancias morales de la profesión periodística. Los periodistas carecen de presente, viven siempre del pasado o del futuro. Su biotiempo está ocupado por cómo va a aparecer mañana su trabajo en el medio correspondiente. La moral profesional se orienta por los efectos comunicativos de ayer. ¿Qué lugar queda para la ética de la responsabilidad personal de la comunicación presente?
La coacción de los plazos y la economía de señales obligan a dejar de lado las decisiones éticas, incluso en la era de los medios electrónicos. Si revolución significa que un grupo toma el poder y encuentra seguidores dóciles durante cierto tiempo, resulta entonces que la revolución electrónica disfruta su victoria desde hace años: jamás se alcanzó simultáneamente con el mismo mensaje audiovisual a tantas personas en tan poco tiempo. Reduce su campo de percepción elemental, directa, a la pequeña caja rectangular del televisor, que se presenta enmarcada, arriba-abajo, derecha-izquierda, claro-oscuro, rápido-lento, ahorrando a los telespectadores esfuerzo perceptivo e impidiéndoles pensar.
En este contexto es importante que el entramado electrónico, la red, limite con imágenes el campo de acción subjetivo. Como falta la relación primaria, personal, no se da la necesidad de actuar. Todo lo que se hace es estar sentado. La ética, como doctrina de la acción correcta, resulta innecesaria, no encuentra demanda. La red electrónica reduce el valor de mercado de lo más cercano, al limitar las acciones directas que se puedan tener con ello. En vez de hablar con las personas se habla con el ordenador o con la pantalla. En la era de los telespectadores la autoridad dimana de la contemplación, y ésta del primer plano. Y, como se sabe, el primer plano beneficia a quien ocupa el puesto oficial, al presidente, ministro o presentador de turno.
Los medios se interponen en los fines de la política y de la economía porque son muy aptos para ocupar el biotiempo de los sujetos. Por eso son un instrumento de poder. Formalmente, el Estado se presenta, según la vieja sociología, como una institución de derecho que una minoría victoriosa impone a la mayoría a fin de administrarla, esto es, gestionar su explotación. Administrar significa apropiarse a la larga del fruto del trabajo de la mayoría con el menor gasto propio posible. Para esto se requieren medios de comunicación que renueven constantemente la imago.
El modelo de "sociedad libre de marcado" ha intentado incrementar la porción de los administrados en el producto de su trabajo. Pero no ha podido impedir que la minoría explotadora de los recursos eluda el control estatal. Cuando lo cree conveniente para sus intereses, esa minoría, vale decir, esos consorcios transnacionales, se busca objetos de explotación más baratos en otros Estados.
Bajo la concepción sociológica del Estado, la ética profesional de la comunicación social está predeterminada por una doble dependencia. Por un lado, los periodistas dependen de la minoría administradora-explotadora, puesto que ésta financia la tecnología. Por otro, dependen del Estado, puesto que están sometidos a sus leyes.
Los representantes estatales y la minoría explotadora comparten el interés común de impedir aquello que pueda perturbar su colaboración. Tales trastornos pueden darse en los comunicados de prensa que hablen de las diferencias, de los favores recíprocos, etc. Al fin y al cabo navegan en el mismo barco. Los periodistas deben tratar estos asuntos puesto que forman parte del personal simbólico de la sociedad. Junto con las jerarquías religiosas, literarias, artísticas y académicas, este personal simbólico garantiza la cohesión y el proceso temporal del todo. Los diferentes códigos en que esto se hace constituyen conjuntamente la cultura.
Los derechos fundamentales de la libertad de credo, de expresión, de prensa y de reunión son sus postulados jurídicos. Pero esto no significa, ni mucho menos, que se lleven a la práctica. Pueblos que no han sido libres durante mucho tiempo tardan en desprenderse de los uniformes y las medallas. La educación para la libertad, incluida la libertad para comunicar, es algo que nunca acaba.
La relativización del prójimo a través de los medios electrónicos, la facilidad y rapidez con que se puede conectar electrónicamente con él, no ha fomentado la libertad, pero sí la adaptación a los usos de la explotación. Lo que hace 30 años rechazaría cualquier redactor, porque su ética profesional le impedía presentar como noticias reclamos publicitarios, ocupa hoy día una parte considerable del espacio redaccional y del tiempo de emisión.
Como ejemplo puede servir la irresponsable proporción que ocupan las noticias del deporte profesional lucrativo. Carecen de valor informativo, en el sentido de dirección del comportamiento, pero sirven para crear imagen. El mensaje es siempre el mismo: "Uno tiene que ganar". Informar sobre el valor de cambio de futbolistas y entrenadores no tiene nada que ver con la comunicación social, con el intercambio social de conocimientos y sentimientos a fin de dominar el entorno. No es sino incitación a la magia de adquirir la superioridad de los vencedores etiquetados a traves de logotipos personificados. Ya no compite el equipo A contra el equipo B, sino la leche X contra el refresco Y. Los programas de TV los deciden. e incluso los hacen, los patrocinadores, con lo que los periodistas y presentadores se pasan el tiempo presentando y publicitando sus productos. Como audiencia publicitaria, el público paga su propio adoctrinamiento. La profesión periodística se deshace.
Se puede objetar que la gente así lo quiere. Pero la verdad es que carecen de opción real. ¿Cómo va a desear lo que no se ofrece? Si fuese cierto que la gente tiene lo que pide, habría que preguntarse entonces por qué la gente aplaude su propia depauperación espiritual, cómo se forman los gustos, quiénes los determinan, etc. ¿Cómo va a querer la gente otra cosa si la consciencia se nutre de la experiencia?
Aún es demasiado pronto para vislumbrar los daños a largo plazo que pueden producir las ofertas niveladoras de entretenimiento y los programas que distraen de lo político. Es probable que no sean inferiores a la reducción de la responsabilidad propia, inducida por la presión constante a satisfacer inmediatamente unas necesidades y crear otras nuevas a fin de mantener el status social.
A juzgar por la propaganda que se les hace, por el espacio que ocupan en los medios y los libros que se les dedican y premian, parece que las redes mundiales de ordenadores (Internet es un buen ejemplo) son las que dictan las nuevas reglas del juego para las empresas, la economía y el estado, que los señores del ciberespacio, como Bill Gates, determinan el programa. 50 años después del primer ordenador, la empresa californaiana "Sun" tuvo en 1994 unas ventas de seis mil millones de dólares con el paso a las redes. Cierto, estas redes permiten a sus usuarios reducir a la mitad el tiempo de las actividades estudiadas. ¿Pero de qué sirve esto a los 40.000 niños que cada día mueren de hambre en el mundo? Las TIC (Tecnologías de la Información y la Comunicación) no han cambiado todavía la brecha entren ricos y pobres del mundo. He aquí el cuadro que ofrece el número de julio-agosto de 2005 la Monthly Review de Nueva York:
De entre los 6,400 millones de habitantes del planeta:
Casi la mitad de la humanidad (3.000 millones) sufren desnutrición. Esta mitad de la humanidad vive con lo que se puede adquirir por 2 dólares en los EUA.
De los 3.000 millones que viven las ciudades, 1.000 millones viven en chabolas.
Mil millones no tienen acceso a agua limpia.
Dos mil millones carecen de electricidad.
Dos mil quinientos millones no tienen agua corriente en sus viviendas.
Mil millones de niños, la mitad de los del mundo, sufre una privación extrema debido a la pobreza, la guerra y las enfermedades, incluido el SIDA. Sin olvidar los 25-30 millones de niños que viven abandonados en las grandes ciudades latinoamericanas a a quienes se mata porque perturban la estética urbana.
Hasta en los países ricos, como ha demostrado el huracán Katrine, grandes masas de la población carecen de alimentación suficiente. Cuatro millones de familias se privan de una comida al día para que puedan comer otros familiares.
No obstante, “el peor despilfarro", responden los señores del ciberespacio, "son las personas que no trabajan de manera rentable y que realizan trabajos sin sentido. Por eso tenemos que racionalizar e invertir el dinero ahorrado". (Palabras de Scott McNealy, de la Sun Corporation.)
Técnicamente, la conexión a la red es una cuestión de la capacidad del ordenador y del ancho de banda. Sociológicamente es una cuestión de la revolución cultural. Desde el punto de vista de la explotación económica se trata de qué minoría se enfrenta anónimamente a la mayoría a fin de hacerla trabajar "de modo rentable" para ella. ¿De qué sirve entonces el Estado?, podemos preguntarnos. En efecto, su dignidad como institución de derecho desaparece. Cuando el Estado ya no puede proteger a sus ciudadanos de la explotación extranjera, ni garantizar los derechos básicos de sus ciudadanos se erosiona su derecho.
Por depender de los avances de la tecnología de la comunicación, los periodistas pertenecen a los estamentos medios. Como se sabe, éstos son los primeros en perder poder adquisitivo. El hecho de que no se les considere totalmente superfluos se debe a su papel como mediadores y como consumidores. También las personas que no desempeñan un trabajo rentable y que, por tanto, son un "despilfarro", necesitan poder adquisitivo para consumir.
La ética grupal de los señores del ciberespacio es inaceptable por inhumana. Niega la relación de cada individuo con el principio superior de la solidaridad, a la que todo ser humano y la propia humanidad debe su existencia. Y, a la larga, esto no lo han permitido los seres humanos. Se dice que el ciberespacio convierte al mundo en una aldea, y a la aldea en una jungla. Pero el mundo no se convierte en una aldea, claro está. Pues la aldea es un espacio lleno de contactos elementales, directos, unidos por una memoria colectiva.
Lo que sí puede hacer el modo actual de producción de comunicación es contribuir a ensanchar este desierto electrónico, la soledad, esto es, la incomunicación. Que cada periodista se pregunte, como si en ello le fuera la propia vida, hasta qué punto sus textos y sus imágenes enriquecen el biotiempo de los muchos a quienes van dirigidos.

lectura laura

Ética y Autorregulación de los medios a fin de milenio.

Por Virgilio Caballero Pedraza

Un fantasma recorre México: es el fantasma de la democracia incompleta, inacabada, inexperta, que se aparece con frecuencia creciente colocándose incontrastablemente en el centro de la vida nacional.
Todos los conflictos provenientes de una sociedad en movimiento, por periféricos o lejanos que parezcan, desembocan en la exigencia explícita o implícita de más y mejores instituciones democráticas. La ausencia de ellas, o a veces insuficiencia, se encuentra con frecuencia en el origen de los problemas o en su complicación a grados no exentos de ferocidad, de intolerancia.
No aludo sólo a las confrontaciones relacionadas con la lucha política, sino también a los múltiples conflictos regionales de todo tipo, a la lucha de los gremios frente a sus patronos y entre sí, a la cada vez más conflictuada actividad del poder judicial, y a la de los poderes legislativos: en cada porción de la vida del país, en su institucionalidad entera y hasta el último de sus rincones, lo establecido se ha quedado corto al lado de la nueva realidad social.
Algo semejante ha ocurrido en las relaciones de la prensa con el poder y con la sociedad, y por eso resulta inconcebible la reflexión acerca de los vínculos que guardan entre sí, y con la ética de los periodistas, sin considerar centralmente la profundización y anchura del proceso democrático en la comunicación social.
No hay la menor duda de los cambios que la prensa del país ha vivido en las últimas décadas a favor de la diversidad ideológica de la sociedad mexicana y por ende del ensanchamiento de la libertad de expresión y de la libertad de prensa.
Apenas en los años cincuentas y sesentas la nuestra era una prensa que entonaba a una sola voz y bajo una misma batuta. Su monocordia ideológica se sumó, en una especie de fatalidad geopolítica, a la guerra fría, que encontró en sus intolerancias, persecuciones y fantasmas el perfecto caldo de cultivo para reproducir, informativamente, las obsesiones que paralizaron durante tanto tiempo la actividad creadora del pensamiento, y que justificaban el atropello a toda suerte de derechos humanos e incluso a los genocidios que son ya parte de la historia de este siglo.
La guerra fría tuvo aquí su exacta expresión cotidiana en la persecución a toda disidencia del régimen de partido único, que derivaron en asesinatos, encarcelamientos a veces masivos o en genocidios, siempre con el apoyo del conjunto de los medios de comunicación, que azuzaban o justificaban cualquier represión.
En esos años, fueron notables las excepciones, de algún o algunos medios, al sustraerse de la justificación periodística del macartismo.
Excepciones notables, cierto, por su valor civil, pero también por su soledad...
Pertenezco a una generación intermedia que vivió esa especie de macartismo informativo y que ha podido testimoniar y participar en una cada vez más amplia tarea comunicadora, que hoy guarda un abismo con lo que ocurría en aquellos años. Medios y lectores se han multiplicado; temas inveteradamente soslayados, son hoy la información de cada día; la pluralidad de tendencias en el análisis y el comentario ha consolidado una visión de México más cercana a la realidad; personajes de la academia contribuyen cotidianamente a configurar la reflexión colectiva, y los líderes de los partidos políticos, los políticos militantes mismos velan sus armas desde los periódicos, las revistas y las estaciones de radio.
Sin embargo, la conquista de más y más amplios espacios para la expresión de las ideas no ha ido siempre aparejada con un periodismo de alta calidad ni con avances verdaderamente significativos en la relación de la prensa con el Estado y con la sociedad.
Esas relaciones han continuado siendo en términos generales, de dependencia hacia los poderes públicos mediante la preservación de diversos mecanismos de financiamiento indirecto a través de la publicidad gubernamental, la implícita compartición de los costos de la planta laboral en las dádivas oficiales y en las comisiones publicitarias de muchos medios a sus reporteros, la flexibilidad fiscal y los apoyos de varias clases en la cobertura informativa y en la distribución de la letra impresa o de las señales electrónicas.
Quizá todo eso explique un dato asombroso: México tiene en el mundo la mayor publicación de periódicos diarios, más de 300 en toda la República.
No hay datos que confirmen que los cinco o seis millones de ejemplares que se editan diariamente, sean leídos en verdad.
A tal proliferación de diarios debe agregarse una lista inmensa de publicaciones periódicas de todo tipo, incluso muchísimas especializadas en importantes pequeñísimas cuestiones, y la emisión de cientos de noticieros de televisión y radio en todo el país. Me pregunto si están contribuyendo a conocer, analizar y comprender la vasta complejidad de nuestras realidades, una de las altas misiones del periodismo, y la respuesta no puede ser categórica.

Hay muchos medios de comunicación en muchas partes de México, algunos de ellos verdaderos ejemplos de honestidad política y elevado profesionalismo, tanto de la empresa privada como del Estado, que actúan como efectivos interlocutores de la sociedad, lo cual constituye, justamente, el centro y la razón de ser de la comunicación.
Muchos otros operan como grupos de presión contra el Estado, los gobiernos y la sociedad, amparados en una libertad de prensa que no ejercen como garantía de las personas y las colectividades para elevar la condición humana, sino como vil reyerta para proteger negocios, a veces muy cercanos a la criminalidad.
Se emplea para ello una especie de anti-gobiernismo ramplón de doble banda: chantajear a personas específicas investidas de una función pública (es decir, "se ataca al gobierno"), y erigir al medio, así, en "opinión pública".
Hé allí otra explicación posible de la abundantísima publicación de diarios en México.
No obstante, estoy seguro que no corresponde sólo a los poderes públicos la definición de sus relaciones con los medios de comunicación y de éstos con la sociedad: los medios han de ejercer su propia gran influencia en esa tarea, sobre todo porque se trata, en el fondo, de una reflexión crítica, es decir, de su deber ser.
Limpiar nuestra propia casa es un imperativo urgente, inaplazable e intransferible. Sería ominoso para México que lo hiciera el Estado, porque ello implicaría hacer ajena nuestra iniciativa, nuestra necesidad de transformarnos y confirmaría la dependencia estructural de los medios hacia el poder.
Sin embargo, no parece cercana la posibilidad de que los periodistas constituyan los códigos deontológicos que regulen su actividad profesional, contribuyendo a reformar desde dentro la oscura relación de la mayoría de los medios con el poder.
No es ese un tema que siquiera se toque en público, no digamos, sería mucho, que sea motivo de investigación o de debate. No ha estado nunca, ni está, en la agenda del periodismo nacional.
En muchas áreas de la vida del país está pendiente el recuento de los daños que provocó la larga permanencia de un sólo partido en el poder político, con la temible secuela de lesiones espirituales que trae consigo la imposición de un pensamiento casi único para difundir la versión de los hechos sociales.
Es doloroso afirmarlo, pero también hay que tomar en cuenta que durante muchos años fue una práctica casi generalizada que los periodistas completaran sus ingresos salariales con las dádivas del poder político, y luego del poder empresarial.
Eran derivaciones de la discrecionalidad con que se han resuelto en los hechos las relaciones con los medios, que estoy seguro que han lastimado la dignidad de algunos periodistas, al convertir su trabajo en subsidiario incómodo e involuntario de la corrupción.
Desde hace unos quince años diversas organizaciones de periodistas han pugnado por el reconocimiento profesional de las actividades de la comunicación y su consecuente mejora laboral y de ingresos salariales, pero siempre han derivado tales esfuerzos en la frustración.
Resulta inaudito que al fin del milenio los periodistas y el periodismo en México no sean considerados como profesión ni como profesionistas por las autoridades educativas del país.
¿A quién beneficia esa descalificación, tozudamente ratificada también por las autoridades del trabajo? ¿Qué tanto ha contribuido a la dispersión del gremio, caracterizado de por sí con la proliferación a ultranza del individualismo? ¿Alrededor de qué núcleo de reconocimiento social podrían los periodistas construir sus propios códigos de ética?
Sé que no es preciso abundar aquí en la voluntad individual que determina libremente la conducta de las personas, y que distingue claramente a la ética de la política, donde se está siempre condicionado por el respaldo o la reprobación de múltiples voluntades. El comportamiento ético proviene de una reflexión personal, de una deliberación a solas, con la conciencia propia, para dirimir los alcances de nuestras acciones hacia el interior de nuestro ser, pero simultáneamente hacia el ser inconfundible de los otros, de nuestros semejantes.
La reflexión solitaria que genera al comportamiento ético es ya, en sí misma, un acto intransferible de libertad; si se resuelve positivamente, si se expresa y muestra hacia fuera, se convierte en un hecho liberador que enaltece a la vida propia y a cualquier actividad que se realice.
Así aporta el individuo a su grupo la creatividad de sus iniciativas, y el grupo puede reconocerse y reconocer a los demás, libremente, en el gran conglomerado social y en la responsabilidad de todos con todos.
Es claro que la definición de un código deontológico de los periodistas, la suma de las voluntades recreadas en la libertad personal, ocurre cuando la exigencia social de veracidad en la información alcanza el rango de una demanda política inaplazable.
No sugiero con ello que el comportamiento ético de los periodistas dependa de una circunstancia ajena a su responsabilidad, ni mucho menos, intentaría justificar así la carencia brutal en México de una deontología periodística, es decir, de una ética colectiva voluntariamente convenida, a la cual todos ciñéramos nuestra actividad.
Más bien, se trata de encontrar y definir las circunstancias políticas generales y el contexto social que pudieran propiciar o que impiden u obstaculizan la reflexión misma de los problemas vinculados a la ética periodística.
Reconocer sus dificultades podría acercarnos a la dimensión del problema, y para ello podría servir de ejemplo lo ocurrido en los últimos días respecto a un artificioso debate sobre las libertades de expresión y de prensa.
Es este un asunto que periódicamente calienta los ánimos de los empresarios de la comunicación, cada vez que se intenta modernizar las leyes en la materia, que tienen retrasos de 80 años, en el caso de la prensa escrita, y casi de 40 años en lo que se refiere a los medios electrónicos.
En el episodio más reciente, quizá el penúltimo, el intento reformador, que ni siquiera se había convertido en una acabada iniciativa de ley, fue literalmente aplastado por una ensordecedora campaña que paradójicamente asumía la defensa de la libertad de expresión. Mordaza para la llamada ley mordaza, podría concluirse que ocurrió.
Se diría que nada nuevo pasó; que las cosas fueron iguales que en cada ocasión en que se ha impedido la reforma de los medios. Pero esta vez hubo un hecho sobresaliente: un cierto número de periodistas, entre ellos algunos muy destacados, todos respetables; se pusieron esta vez de lado de quienes se oponen a la reforma.
No califico el hecho. Lo expongo ahora para sustanciar que el temario de nuestro medio periodístico tiene aún en debate (espero que por lo menos podamos debatir), un asunto tan básico como la libertad de prensa, y si los medios de comunicación deberán regirse por la ley o deberán autorregularse.
Pienso que el asunto nos regresa al Siglo 19, cuando eminentes periodistas mexicanos creían estar haciendo definiciones históricas en esa materia, pero como el país tiene varios lustros viviendo de espaldas a su propia historia, parece que no debiera extrañar esta especie de borrón y cuenta nueva, aunque sea en una materia tan delicada.
En todo caso, no parecen estar a la vista los temas que corresponden a una deontología de los periodistas, porque ¿cómo hablar entre amordazadores y amordazados de la veracidad informativa, del respeto a la vida privada, de la cláusula de conciencia, del secreto profesional, de la protección a la integridad de los periodistas, de los derechos de rectificación y de réplica, si aún no estamos seguros de que los medios de comunicación deben estar regidos por la ley?
Virgilio Caballero Pedraza

lectura para gabriela pardo
Utilizar el medio de comunicación como tribuna para defensa o autopromoción


Los medios de comunicación tienen la tarea de informar lo que acontece. También se reconoce en ellos la función de orientar a la opinión pública, una meta que se alcanzaría si se dieran a conocer los elementos necesarios para que los espectadores tengan un punto de vista propio sobre los distintos sucesos. No obstante, existe la posibilidad de confundir esa orientación informativa con la búsqueda de confrontaciones y de aliados para resolver una situación; al hacerlo, la empresa comunicadora sólo se torna un espacio para dirimir conflictos, para atacar y defenderse, para enaltecer o desprestigiar a los actores involucrados.
Para ilustrar este punto sólo tenemos que remitirnos al conflicto que surgió entre los dos consorcios televisivos más importantes del país: Televisa y Televisión Azteca.
El problema se remonta a la relación que Raúl Salinas de Gortari estableció con Ricardo Salinas Pliego, presidente de Televisión Azteca y con Abraham Zabludovsky, de Televisa. Mientras el asunto giraba en torno a la privatización de TV Azteca; el noticiario Hechos destacó, en todo momento, información referente a una competencia entre los consorcios. Este noticiario presentó una información cargada de adjetivos y juicios de valor. Su locutor, Javier Alatorre utilizó su espacio para defender a TV Azteca y atacar a su competidora.
Regularmente dio la información acompañada de comentarios que desprestigiaban a trabajadores de Televisa, especialmente Ricardo Rocha. Esto se puede apreciar en la nota que Javier Alatorre presentó el 2 de julio de 1996 en los primeros minutos del noticiario.
Televisa le ha declarado la guerra a TV Azteca. No es algo fácil para la empresa del país. Televisa es una de las mayores compañías del mundo; nosotros somos una empresa sin los recursos ni la influencia de Televisa, pero tenemos de nuestro lado un factor: la credibilidad, la confianza que usted, amigo televidente, nos ha dado. Usted nos ha visto con frecuencia; a veces cometemos errores y tenemos todavía, en ocasiones, el buen humor de reírnos de ellos; pero si hay algo en lo que no hemos cometido ningún error es en el proceso de privatización, el que nos llevó a constituirnos como empresa. Este proceso está documentado, en él participaron otros postores y todos aceptaron el resultado. ¿No le parece extraño a usted que una empresa tan poderosa como Televisa, se muestre hoy tan empeñada en demostrar que TV Azteca tiene un origen ilícito? ¿Por qué no se preocupó de ello cuando tuvo lugar la privatización? ¿Por qué la empresa cuestionada en su credibilidad quiere hoy convertirse en guardián de la honestidad? Quizá lo que ocurre es que a Televisa le ha molestado el desempeño de TV Azteca; quizá todas estas acusaciones no son más que una cortina de humo para ocultar los vicios del pasado que persisten en el presente. Pero nosotros no podemos ser el juez; usted, que tiene el control de su aparato de televisión será desde luego el mejor juez.
A este respecto, el noticiario 24 Horas manifestó una postura contraria. El 8 de julio de 1996, Jacobo Zabludovsky hizo la siguiente afirmación:
En los canales de TV Azteca se ha emprendido una campaña personal, a todas horas y de las más diversas formas, contra funcionarios y conductores de Televisa. Es evidente que la maniobra pretende distraer la atención pública del foco del escándalo, que es por qué el señor Raúl Salinas de Gortari entregó casi 30 millones de dólares, no justificados hasta el momento, al señor Ricardo Salinas Pliego, presidente de TV Azteca, en los días en que se decidió la privatización de la empresa. Ese es el meollo del asunto. Los ataques personales son un ardid para desviar la atención de lo que las autoridades y el Congreso de la Unión desean poner en claro... lo demás es un intento de poner una cortina de humo haciendo creer que hay una guerra entre televisoras. No hay tal, no caeremos en la provocación, ni en el insulto personal. No les haremos el juego ni mucho menos descenderemos al terreno de las ofensas personales... para que haya una guerra de televisoras se necesitan dos, nosotros seguiremos presentando toda la información que surja sobre este caso, basados en documentos, hechos y declaraciones comprobables.
Javier Alatorre aseguró en la cita anterior, que el público es el mejor juez. Esto sería lo real si los televidentes contaran con la información necesaria para reflexionar y tener un juicio al respecto. Pero, si la información que se presenta sólo es favorable para una de las partes, el argumento del locutor de Hechos queda fuera de lugar. Por su parte, Jacobo Zabludovsky intentó salvar la imagen de la empresa Televisa, pero los comentarios de Ricardo Rocha, uno de los personajes directamente afectados por la directiva e informadores de TV Azteca, en su programa informativo Detrás de la noticia resultaron contradictorios.
Las citas anteriores son muestra de un periodismo carente de ética profesional supeditado a intereses particulares; el público pasa a un segundo lugar. En México, ésta es una de las prácticas más frecuentes en el quehacer periodístico.
8. Inducción en las preguntas durante las entrevistas
Las entrevistas que se realizan a personajes públicos se hacen para dar información (de alguna fuente directa) sobre algún acontecimiento o dar a conocer al público algunas características de ciertos personajes. En ninguno de los dos casos el reportero debe apoyar o negar lo expuesto por el entrevistado y mucho menos, elaborar las preguntas de tal manera que permita obtener una respuesta esperada.
Como ejemplo, veamos una entrevista transmitida por el noticiario 24 Horas a Alfonso Guillén Vicente, presunto hermano del subcomandante Marcos el 9 de febrero de 1995. La entrevista se presenta tal como la hizo el reportero (en la transmisión no se identifica a qué medio pertenece) y, aunque la inducción se observa en cada una de las preguntas, es en la última donde el reportero obtiene de su entrevistado una respuesta "inesperada".
Reportero: ¿Cuál fue la primera sensación que tuvo usted al enterarse de que posiblemente su hermano era el comandante Marcos?
Alfonso Guillén: Pues de preocupación, o sea...
Reportero: ¿Preocupación? ¿Pero no de asombro?
Alfonso Guillén: Preocupación y... y... y... un poco... eh, no, la primer, o sea asombro; pero lo primero que pensé fue en, en mis papás, ¿no? ¿verdad? Eso es, sí. Por... por... le digo, son varios que se llaman igual en la familia, y obviamente que digan, este, el nombre, pues es para preocupar, pero sinceramente yo, en lo primero que pienso, pues es en mis padres, ¿no?
Reportero: ¿Cuántos Sebastianes hay, Sebastianes Guillén hay en la familia?
Alfonso Guillén: No, pues, no no... ahí sí no.
Reportero: ¿De la edad de ellos, más o menos?
Alfonso Guillén: No, pues hay varios, pues, le digo, o sea...
Reportero: ¿Cinco o seis, es posible que el papá se llame igual que el hijo, y así? Pero, ¿cuántos Sebastianes Guillén, Rafael Sebastián Guillén, o primos o algo así?
Alfonso Guillén: No, no, eso le digo, somos, son varios primos, hermanos que se llaman igual y también ascendientes, ¿no? Entonces eso es todo lo que le puedo decir.
Reportero: ¿Ha recibido en este, en estas últimas 24 horas alguna notificación, algún aviso por parte de las autoridades de la policía, no sé, para hacer alguna declaración?
Alfonso Guillén: No, no, pero en el momento que me soliciten, este, pues iré a declarar, ¿no? Solamente he recibido el apoyo institucional de la Universidad a través del rector y del coordinador y, y este, y es todo, ¿no? Una, este, y por lo demás, pues, es, es, estoy preocupado en el sentido de, de la familia, ¿sí?, y, y también por las consecuencias que esto pueda acarrear, ¿no?, para en caso que se confirme que sea esta persona, ¿no?
Reportero: Es muy normal que entre los hermanos conozcamos nuestras inclinaciones. Usted la última vez hace once años que no lo ve; en la última vez que lo vio usted, ¿considera que su hermano Rafael Sebastián Guillén pudiese tener tendencias hacia la izquierda?
Alfonso Guillén: A.. a... a... como lo vi, a como lo vi, no, ¿no? Por eso, pero le digo, este, pues cada quien va agarrando sus, su camino, ¿no? Como le digo, hay, en la familia pues hay empresarios, hay de todo.
Reportero: ¿Está usted de acuerdo en que se proceda conforme a la ley para, para, digamos, hacer, hacer pagar lo que se dice terrorismo y los cargos que se le imputan a esta persona?
Alfonso Guillén: Pues, me parece la pregunta un poco tramposa, ¿no?, ¿verdad? Y, o sea, yo les, yo salí de buena fe, ¿no?, y de buena fe contesto todas las preguntas, ¿no? Ya preguntas que traigan intención, intención doble no las contesto porque es un poco tender un cuatro, ¿no?, y usted como reportero lo debe saber muy bien, ¿no?