Periodismo en Internet

Friday, July 28, 2006

lectura para yariela

Etica e Internet: en un mundo globalizado, ¿cómo compatibilizar las éticas?
Por: Nicolás Etcheverry Estrázulas

1. Introducción al problema.Nos enfrentamos a un problema (aporía lo llamaban los griegos) y como toda aporía, puede presentar más de un camino a tomar, es decir, pueden manejarse varias respuestas. Ello no implica situarse en una postura ecléctica, sino comprender que cuando de ética se habla y se estudia, las formas de razonamiento nunca podrán ser demostrativas, apodícticas, que se imponen por evidencia. Habrá que razonar en forma argumentativa, es decir, con argumentos que podrán ser más o menos fuertes según el grado de persuasión o convicción que generen. Pero habrá que tener siempre claro que estas formas de razonar, los argumentos, deberían ser siempre abiertos, sujetos a revisiones, a críticas orientadas al mejoramiento de esos mismos razonamientos. Esto, insisto, no es sinónimo de relativismo, sino de apertura mental y de tolerancia, elementos básicos para que las ciencias en general progresen.2. Lo que está en juego.Lo que en definitiva se plantea en torno al tema de la ética es si puede hablarse de ética o de éticas. Si cabe considerar una ética aplicable a grupos humanos diferentes o no.Desde ahora les doy mi respuesta, y es que en los temas esenciales, que giran en torno a la convivencia pacífica y justa de los hombres, no cabe hablar de éticas en plural sino de una ética, que por otra parte, viene siendo estudiada desde hace más de dos mil años. No se trata entonces de plantearnos los temas de la ética porque ella está ahora de moda, porque suena bien, porque está en el candelero. Esto no sería ética sino etiquética; una postura pseudoética que se pone y se quita como las etiquetas, y a las que les cabría diferentes contenidos según las circunstancias, épocas y lugares. La ética a la que yo me refiero es la que ha inundado nuestra cultura occidental desde que Sócrates, Platón y Aristóteles se ocuparon de ella. En otras palabras, la ética de la que nos vamos a ocupar es la que estudia la conducta humana en cuanto a la bondad o maldad y rectitud o no de esa conducta, tanto en actos como en omisiones. Esta ética presupone una antropología. Es decir, una concepción del hombre entendido como poseedor de sentidos, razón, sentimientos y voluntad. Estos cuatro elementos lo determinan, lo constituyen de una determinada manera: es un ser racional dotado de voluntad y por ello es un ser responsablemente libre. Somos seres éticos por ser libres y responsables. No cabe hablar en el ser humano de libertad sin responsabilidad, pues ello sería un sinsentido. Todo acto libre, por otra parte, supone renuncia. Cada vez que elegimos, renunciamos a otras opciones y no por ello somos menos libres, sino que por el contrario con dichas renuncias estamos reafirmando nuestra libertad.3. La empresa económica personal como modelo de virtudes.Michael Novak, teólogo y director de estudios sociales y políticos en el American Enterprise Institute de Washington, afirma que la primer noción que debemos tener del término "empresa" no es la de una reunión de personas concertadas para un fin común en un espacio concreto y determinado. Antes que eso, la fundamental noción de empresa es la de libre iniciativa personal, libre emprendimiento individual. Es el individuo como tal quien al tener nuevas ideas, invenciones, creatividad, pone en marcha una empresa, un proyecto que luego sí podrá ser unipersonal o pluripersonal. Por lo tanto, para Novak, la iniciativa económica personal es un derecho humano fundamental, tan importante como muchos otros derechos llamados "humanos". Y Novak va más lejos aún; sostiene que esa empresa económica personal es una "virtud moral e intelectual, modelo de todas las otras virtudes económicas..." Por ello, cuando en un país no se fomenta o directamente se traba o se sofoca el ejercicio de esa virtud, vista como iniciativa, emprendimiento o creatividad, no sólo "se viola un derecho humano fundamental, sino que se atenta y perjudica al bien común, condenando a los individuos a vivir en economías estancadas, poco creativas y espiritualmente alienadas..." Comparto plenamente esa visión del individuo y de la economía. Basta para reforzar el enfoque de Novak con ver lo ocurrido en tantos países en los que durante décadas se suprimió la libre iniciativa y la competitividad que apunta a la mejoría y la excelencia. Sus integrantes se olvidaron (si es que alguna vez lo habían aprendido) de trabajar para mejorar ellos y su entorno. Durante décadas se acostumbraron a la ley del mínimo esfuerzo, a nivelar hacia abajo, sin aspiraciones ni desafíos de clase alguna. ¿Acaso es posible desarrollar virtudes económicas en un régimen que no estimula la creatividad, la iniciativa o la sana competencia?Ahora bien, ese derecho y deber de iniciativa personal, ese emprendimiento no puede realizarse de espaldas a los derechos y necesidades de los demás. No puede construirse, salvo por corto tiempo, descuidando o mejor dicho avasallando la felicidad y el bienestar de quienes nos rodean. Pues la persona que así lo hace está continuamente expuesta a que otro más fuerte o más listo (entendiéndose como más deshonesto) que él, a la corta o a la larga le pague con la misma moneda; y esto es convertir a las sociedades y a las empresas en reinos de la selva. Por ello es que muchas sociedades y empresas han comprendido que una base firme en lo ético, una defensa de principios y valores claros y objetivos, una inversión fuerte en materia de virtudes tales como la honestidad, es apostar a largo plazo para tener un retorno mucho más interesante: el retorno de la credibilidad en el mercado y del respeto al consumidor y al competidor. Estos retornos son mucho más significativos que la mera ganancia puntual y momentánea.4. Los valores en cuestión.Nos hemos referido a las nociones de bien y de mal. Son un valor y un disvalor respectivamente. Como lo son también las nociones de verdad y falsedad. Las sociedades en general apuntan a esos valores y tratan de evitar sus contracaras. Y aquí es donde nos sumergimos en el problema: ¿Cabe hablar de valores objetivos, o son relativos? La pregunta así planteada puede conducirnos a error o confusión. Porque los valores pueden ser a la vez objetivos y relativos y esto no es una contradicción. Pueden ser objetivos si admitimos que el bien y la verdad son valores que se descubren, que se buscan y se van develando a medida que el progreso científico y tecnológico permite quitar velos a lo que antes estaba oculto. Pero siguen siendo objetivos: están ahí, fuera del sujeto que los va descubriendo. La postura contraria es la que sostiene que la verdad y el bien son valores que se construyen, que el hombre va edificando por sí y para sí. En lo personal, considero a esta postura mucho más insegura, pues si cada individuo puede ser arquitecto de sus propias verdades y de sus propias nociones de lo que está bien o mal, ¿quién puede impedirle destruir mañana lo que hoy ha construído...? Por tanto, una cosa es decir que la verdad y el bien son la adecuación del intelecto a la realidad, y otra muy distinta es sostener que verdad y bien son la adecuación de la realidad a mi intelecto, a como yo quiero considerarlos…Al mismo tiempo, la noción de bien es relativa, pues siempre está relacionada con algo o con alguien en particular. Una medicina puede ser buena para una persona y contraindicada para otra. Yo soy padre en relación a mis hijos y profesor en relación a mis alumnos. Siempre lo relativo es relativo a algo, a otra cosa. La clave es que el instrumento de medición de esa relación sea siempre el mismo y sea universalmente aceptado. Yo no puedo medir las distancias en centímetros y pulgadas al mismo tiempo; debo elegir y una vez que elegí debo mantenerme en el empleo del instrumento elegido. Pues bien, el instrumento para medir las acciones de los hombres conviene que sea una ética objetiva, la cual asegura que no habrá subjetividades y cambios repentinos fruto de vaivenes y vientos coyunturales. En definitiva, a lo que apunto es a no confundir lo relativo con el relativismo, que todo lo acepta y todo lo adapta a sus propios enfoques: Si lo bueno o malo depende de mis puntos de vista y allá cada uno, el desenlace no podrá ser otro que el caos y la ley del más fuerte o del más listo.5. La universalidad como regla de objetividad.La mejor receta para descubrir la objetividad en el bien y el mal ya la planteó Kant a fines del siglo XVIII cuando propuso medir si una conducta era buena o mala en base a si era universalizable: El mentiroso, el ladrón de información confidencial, de programas y sus desarrollos, el saboteador de sistemas de redes informáticas, el que atenta contra la intimidad y dignidad de las personas o las instituciones (familia o Estado), ¿está dispuesto a que le jueguen con esas mismas reglas? Si no lo está es que su accionar no es generalizable y por lo tanto es tramposo. En definitiva se trata de aplicar la regla - vieja como el mundo - de no hacer a los demás lo que no nos gusta que nos hagan a nosotros. La mentira, la degradación, el hurto o sabotaje de información, no pueden ni han sido jamás reglas universalizables. Es en la universalidad de las reglas a aplicar que uno puede medir si las conductas son objetivamente buenas o malas. Y es también colocándose en el punto de vista de quien padece una acción o conducta que puede evaluarse si dicha acción o conducta es buena o mala objetivamente. El que realiza espionaje informático o el invasor de la intimidad ajena, ¿acepta que se le apliquen las mismas reglas de conducta que él está aplicando...? 6. La educación de las virtudes humanas y de la conciencia.La ética, al igual que la informática, es educable. Uno no nace sabiendo manejar un PC y sabiendo navegar por Internet de la misma forma que no nace prudente, honesto o justo. Nos vamos haciendo prudentes, templados o justos en la medida que nos acostumbramos a practicar, a vivir hábitos operativos positivos (virtudes). El problema es que al ser individuos de costumbre, también podemos acostumbrarnos a lo negativo: a desarrollar hábitos operativos negativos (vicios) tales como la imprudencia o la injusticia. La clave no está en acostumbrarse a la violencia, al robo de información, a la pornografía, al sabotaje o a la inseguridad en las comunicaciones. La clave está en descubrir si esos fenómenos son buenos en sí mismos, si atentan contra el bien común. Por bien común entiendo el conjunto de condiciones materiales y espirituales que pueden permitirle a un individuo o reunión de individuos un mayor grado de bienestar, de felicidad. Por ejemplo, la honestidad o el respeto por la dignidad de los demás son condiciones espirituales que permiten un mayor grado de felicidad en una comunidad dada. Para ir logrando esas condiciones espirituales, hay que conocer y vivir (teoría y praxis) virtudes concretas: justicia en primer lugar, prudencia, fortaleza, humildad y muchas otras. Y la manera de conocerlas y practicarlas es educando, formando a la conciencia individual. La conciencia es esa luz del intelecto que puede iluminar nuestras acciones u omisiones para decirnos si han sido, si son o si serán buenas o malas. Como cualquier otro instrumento (por ejemplo, una linterna) podemos emplearla bien o mal; la conciencia, como la linterna, puede tener sus pilas más o menos cargadas. Todo dependerá de cada uno, si quiere o no cargarlas. Incluso a veces apagamos la linterna y no la usamos, pues así nos molesta menos, no nos incomoda y actuamos engañando a nuestra conciencia para convencernos de que hicimos lo que teníamos que hacer. ("Si todos lo hacen, yo también tengo el derecho de hacerlo, y no sólo el derecho sino la obligación de realizar este fraude, esta manipulación, esta apropiación indebida…") 7. Objetivo y finalidad de la ética.Todas las razones antes vistas reclaman un replanteo de los temas vinculados con la ética. Pienso que ese replanteo debe apuntar a dos aspectos:

1) Hacia un objetivo y
2) Hacia una finalidad. 1) El objetivo debería ser profundizar el tema de la higiene. Durante mucho tiempo - siglos - la higiene ha sido un aspecto que ha quedado muy descuidado. Me refiero a la higiene exterior, al cuidado del cuerpo, a la salubridad. El baño corporal hasta no hace mucho, era un acontecimiento excepcional, que se daba muy de vez en cuando. Ni hablar de la higiene bucal, que recién en este siglo comienza a ser tratada seriamente. ¿Y qué ocurría antes? Lo normal era que se pudrían y se caían todos los dientes... No hace tanto que se inventaron las heladeras para preservar los alimentos, o las rosetas para darse una ducha todos los días... Ahora ocurre que nos fuimos para el otro extremo. Hemos hiperdesarrollado el culto a la higiene exterior, el culto al desarrollo del físico y de la silueta tanto femenina como masculina. Me parece muy bien... ¿Pero y de la higiene interior, qué? ¿Estamos haciendo algo por cultivar esos aspectos interiores que tienen que ver con la higiene del espíritu, del fondo de las personas y no meramente de sus formas? Pues si no lo estamos haciendo, algo mucho más importante que los alimentos y los dientes les aseguro que se nos puede pudrir...Para lograr esta higiene interior deberíamos saber plenamente si lo que hacemos está bien o está mal. Y para ello debemos formar exigentemente nuestras conciencias sin autoengaños, llamando además a las cosas por su nombre, sin utilizar juegos del lenguaje que adormecen y justifican lo injustificable.2) La finalidad debería ser darle un sentido a la vida en general y a nuestras vidas en particular. Parece sencillo, pero no lo es tanto; pues supone buscar y encontrar el porqué de nuestra existencia y la de quienes nos rodean: ¿Cuáles son las motivaciones esenciales que nos mueven? ¿ Por qué y para qué vivimos? Darle sentido a la vida es como afirma Enrique Rojas, darle dirección, contenido y estructura a esa vida. No es sano ni prudente ir por la vida sin rumbos, sin metas prefijadas, vacío espiritualmente y sin una estructura fuerte que le dé coherencia y armonía a ese fragmento de tiempo que a cada uno le toca vivir. En este sentido, el facilismo actual nos plantea una bipolaridad que no debemos descuidar: Por lo positivo, el ahorro de tiempos y energías, la simplificación de tareas y la eficacia lograda resultan incuestionables. Por lo negativo, ese facilismo puede generar la aplicación de fórmulas sin mínimo esfuerzo, sin creatividad y aporte personal alguno. Es bueno preguntarse entonces cómo vamos a formar a esta nueva generación de estudiantes: Cuando se "baja" información, se copia, se pega y se presenta muy vistosamente ¿qué aportes personales, qué iniciativas pueden encontrarse? ¿Cómo estimular la creatividad, base del ingenio y del emprendimiento en cualquier área?Debemos estar alertas ante el riesgo de tener por delante una generación plagiadora, no pensante, que llene su cabeza con datos e información, pero sin capacidad de procesarlos, de autocrítica, sin iniciativas y sin originalidad. El riesgo es grande, pues nunca como ahora las mayorías podrán ser manipuladas por una minoría, por una elite que estará en mejores condiciones de orientar y conducir a las masas hacia donde ella quiera....Desde la antiguedad en Grecia siempre se ha entendido que la finalidad del hombre (el telos de la persona, una vez completado y perfeccionado su desarrollo) ha sido, es y será la felicidad. Y una felicidad verdadera no se ha construido, no se construye ni se construirá jamás a costa de la felicidad de otros. Si así lo hiciere, sería una pseudofelicidad, apoyada en la infelicidad de otros, y por tanto, no puede durar, por ser falsa e injusta. Una vez más se constata que el bien no puede realizarse de espaldas a la verdad, a la realidad.8. Conclusión.Luego de haber analizado lo anterior, la opción que nos queda es clara: O nos inclinamos por y ante una ética coyuntural y utilitarista que sólo mide los resultados y el éxito inmediatos, la ganancia a corto plazo. O nos inclinamos por una ética que yo llamo proyectiva y esencial, porque se debe proyectar más allá de las visiones estrechas y egoístas, de coyuntura y accidentales. El primer tipo de ética olvida (o al menos descuida) nuestro telos último, nuestra finalidad como seres humanos y nuestra condición de buscadores permanentes de la verdad y del bien objetivos, para así poderlos compartir con los demás. Aplicar éticas coyunturales o utilitaristas es dejarse llevar por el culto a lo efímero, a la inmediatez. Es transferir al plano moral el esquema de "use y tire" que se da en las sociedades de consumo: esta conducta o acción la uso mientras me sirva, y luego la cambio por otra si esta última me sirve más y mejor...Elegir entre una u otra, es marcar la diferencia entre quienes prefieren una ética al servicio del progreso científico y tecnológico o quienes prefieren un desarrollo informático y una capacitación humana, al servicio de la ética.

Lectura para alondra
Etica e internet: nuevos escenarios para viejos problemas. Por Courtuisie


En estos minutos me propongo examinar todo lo viejo pero muy vigente que trae implícitamente Internet en materia ética. Desde el título hablo de "nuevos escenarios para viejos problemas", en el sentido de que Internet obliga a plantearse viejos problemas como los de los fundamentos de la ética, y problemas como la libertad y la equidad entre otros. Voy a enumerar algunos de los viejos problemas vinculados a valores, tanto en lo individual como en lo social, y mostrar de qué modo reaparecen en los nuevos escenarios. También me voy a permitir sugerir cuáles serían algunas estrategias más recomendables, a mi juicio, para interpretar y enfrentar estos fenómenos.La igualdad
En primer lugar, Internet vuelve a plantear con fuerza la vigente cuestión de la igualdad -o de la equidad, que es una palabra que me gusta más, porque es menos niveladora y parece incorporar un elemento de justicia-. Les doy apenas algunas cifras -puede haber otras diferentes pero que apuntan a lo mismo-, les doy apenas algunas cifras de un investigador algo apocalíptico en estos temas pero no por ello menos informado. Me refiero a Aníbal Ford, que sostiene que ya en 1997 existían casi 7 millones de documentos disponibles en la Web y que 80.000 compañías ya estaban conectadas, cifras que todos sabemos que han crecido espectacularmente, pero que entretanto el 80% de la humanidad todavía carece de las comunicaciones más básicas. En el Uruguay, una estimación de Equipos-Mori habla de un 9% de la población de usuarios de Internet (menos de 300.000 personas) y eso lleva a pensar¿Qué decir frente a esto? Hay que reconocer que existen infoexcluidos pero no es Internet quien los genera. En realidad, Internet es uno de los recursos a los cuales muchísimas personas no acceden - por cierto que no acceden-, pero Internet es un medio que ya está acercando muchísimas cosas a la gente, cosas que antes no era posible ni concebible acercar, y en el futuro va a poder acercar muchas más cosas, en materia de educación por ejemplo, si se vencen ciertas inercias. Por otra parte, en nuestro país a todos nos consta que la democratización del conocimiento y la generalización del acceso a Internet ya se ha convertido en una preocupación genuina, y que ya se comenzó con la ejecución de planes que persiguen esas metas.La libertad
Los problemas de la libertad pueden entenderse según dos acepciones. Tanto en un sentido político y social: en cuanto a los derechos de reunión, de expresión de pensamiento, de adhesión a creencias religiosas, etc.; como en un sentido filosófico, en un sentido de libre albedrío: en cuanto a si los seres humanos son independientes en algún grado de su propio pasado, la clase social a la que pertenecen, la cultura en la cual han nacido etc, o bien son un producto más o menos previsible de dichas circunstancias.En cuanto al sentido civil de la palabra libertad, y para quienes creen que Internet es una amenaza a las identidades culturales respectivas, hay que decir que las minorías se pueden manifestar, precisamente, mucho mejor que nunca a través de Internet. Y quien tiene una identidad fuerte, no debe temer escuchar a los demás. En sentido filosófico, y para quienes ven a Internet como poco más que una herramienta de penetración imperial y capitalista, yo les recordaría que cada uno de nosotros también existe y juega, y les recordaría el hecho nada menor de que es la gente la que elige navegar Internet y que nadie la obliga a ello. El hombre en parte es producto de circunstancias y en buena medida también es creador de su entorno. Internet, justamente, nos recuerda todos los días, que somos protagonistas, que las presiones externas, las condiciones del planeta son otros tantos desafíos a enfrentar. Y que en particular, la "culpa social" es un modo de hablar que suele convertirse en una excusa , y que libertad y responsabilidad en sentido propio es la que tiene cada individuo -sea que ocupe el más humilde lugar en la sociedad hasta las más altas responsabilidades públicas-. Como sostenía John Dewey, creer en la libertad, creer que somos libres, es creer que los seres humanos no somos un mero resultado del medio social o un simple efecto de un período histórico dado, creer en la libertad es creer "que nuestros deseos también puede ser causas" y transformar la realidad.La justicia
Internet nos plantea en múltiples sentidos problemas vinculados a la justicia, pero no solo en un sentido formal vinculado a un poder del Estado sino en un sentido moral, vinculado a los sentimientos de justicia, sentimiento que circula a veces por otros carriles. Esto nos conduce a la búsqueda de criterios de legitimidad. Por cierto que es difícil decidir quiénes deberían convertirse en jueces en muchas de las situaciones que plantean hoy Internet. Si pensamos en que la ética se debe instrumentar desde arriba, vamos a dar ciertas respuestas paternalistas de control de la sociedad en gral y de la web en particular, hasta donde ésta pueda ser controlada. Pero si pensamos que no es insensato construir la ética desde abajo, como yo mismo en parte lo creo, las respuestas también serán otras. Otro punto muy diferente pero de algún modo también puesto en la picota por Internet, es el de la propiedad intelectual, con todos los conflictos de valores que plantea. Aquí hay que procurar, una vez más, equlibrar los valores en conflicto. Nadie cruza una avenida mirando para un solo lado. Lo mismo ocurre en ética. Hay que procurar, y en eso están nuestros legisladores todavía, hay que procurar atender los legítimos derechos de las empresas y al mismo tiempo los de la gente común a educarse e informarse, en una búsqueda , en un equilibrio que supone no hacer siempre click en uno de los botones, porque en una democracia ningún actor debería poder conseguirlo todo.Los fundamentos
Internet nos plantea también el problema de los fundamentos de la ética. Este problema no es nada menor, porque no es lo mismo creer por ejemplo, que el encuentro de una auténtica escala de valores se apoya sobre una tradición religiosa, y creer que si Dios no existe, todo está permitido, que creer que el fundamento reside en un consensos o en convenciones surgidas del diálogo de los miembros de una comunidad.Precisamente, Internet plantea una aproximación entre distintas culturas y distintas personas que conduce a revisar de nuevo sobre qué bases hemos erigido nuestro sistema de valores y creencias. En uno de sus libros más recientes, La gran ruptura, Fukuyama sugiere que los problemas que más preocupan a las sociedades actuales -droga, delincuencia común, violencia- surgen de la pérdida del capital social, que en otros tiempos era generado y sostenido por lazos familiares más estables, y en sociedades cuyos niveles de confianza mutua permitían un progreso económico y un tejido social más integrado. Factores como la fe religiosa era muy determinantes en ese sentido. Este autor cree que las sociedades, después de un ciclo donde se ha producido destrucción de capital social por disolución de vínculos, vicios sociales, y desconfianza, se introducen casi en forma espontánea en un nuevo ciclo de restauración del capital social; un nuevo ciclo para recuperarse de los problemas creados por la inexistencia de reglas de juego compartidas.Fukuyama nos dice en ese libro que los orígenes de las normas en general pueden remontarse a varias fuentes, según su carácter racional o no racional, o bien según su carácter jerárquico o espontáneo. Esto es bien interesante. Este autor dibuja un cuadro y lo divide en cuatro sectores. En el primer cuadrante, arriba a la derecha, muestra lo racional jerárquico, vinculado a las normas jurídicas, a la ingeniería social, (la disciplina que lo estudia es la ciencia política). En el segundo cuadrante, dentro de lo racional más o menos espontáneo o más o menos autoorganizado, tenemos el mercado, el derecho consuetudinario, y muchas reglas que surgen de la experiencia. Por debajo, dentro de lo no racional, a la izquierda, tenemos lo jerárquico religioso, y a la derecha, en el cuarto cuadrante, las normas de base biológica, las religiones populares, la tradición histórica. Este criterio de Fukuyama es muy ordenador, pero no debería contribuir a encender más las disputas en cuanto a cuál es el fundamento verdadero, el que realmente tendríamos que elegir para sostener nuestro sistema de valores, sino por el contrario, para no caer en fundamentalismos, esta clasificación debería conducirnos a aceptar que las normas provienen de distintos y muy ricos orígenes diversos. Internet plantea dramáticamente esos cuatro nivel: lo racional y lo no racional, lo jerárquico y lo no jerárquico.Eso me permite realizar una sugerencia desde ya: tal vez lo más fecundo es la tolerancia de los orígenes diversos y no preocuparse solamente de cómo crear mayor eticidad sino más bien, de lo que se trata es partir de la base moral ya existente y tratar de ampliarla.En suma, he querido señalar que los nuevos escenarios nos obligan dramáticamente a reconocer en ellos los viejos problemas de valores. Internet debería conducirnos a la tolerancia. Hay que aceptar la pluralidad como riqueza, y no como peligro. Cuando digo aceptación de la pluralidad pienso no solamente en el respeto de la multiculturalidad sino también en no discutir tanto acerca de los fundamentos y tratar de crear la base moral ya creada y ampliarla. Tenemos que pensar que no vale la pena convertirnos en fundamentalistas por mucho discutir acerca de fundamentos, porque los fundamentos son múltiples y parten de las fuentes ya señaladas. ¿Qué nos dice Internet de la necesidad de controlar los contenidos? Aunque esto de preocuparse excesivamente por vigilar lo moral parece un reclamo de muchos, en realidad, tampoco en eso hay que cometer excesos y hay que vigilar la vigilancia, porque en lo moral se progresa de modo invisible y hay que confiar en las reservas espontáneas de la gente. Tomar las reservas morales ya existentes y encauzarlas es lo que sostuvo recientemente André Comte-Sponville en una polémica con Luc Ferry, pero ya lo sostenía nuestro Vaz Ferreira, en 1909 Moral para Intelectuales.En cuanto a los problemas de la posible amenaza a las identidades, o al criterio un poco desesperado y deseperanzado de que la globalización es un eufemismo para no hablar de imperialismo, yo digo que hay que calmar los ánimos. El Imperio Romano era un imperio, claro, pero la gente prefirió utilizar otro sistema para hacer cuentas porque en números romanos se hacía muy difícil. Es decir, nadie logra imponer a nadie, por mucho tiempo, algo que no sea adaptativo, y nadie se sustrae a algo que le puede hacer la vida más plena. Cuando la luz eléctrica se generalizó en el mundo, muchos pudieron seguir alumbrándose a vela. Sin embargo no lo hicieron. Eligieron la luz eléctrica porque era mejor. Algo semejante va a ocurrir con los estilos de vida y con las escalas de valores. De la combinación de culturas siempre salen platos sabrosos. Por otra parte, no hay que tener miedo a elegir una cultura o un conjunto de culturas porque realmente las consideremos mejores. No hay que temer el incorporar y utilizar las nuevas tecnologías si disponemos de las herramientas reflexivas y los valores que nos permitirán mantenernos alerta y en vigilia. No hay que tener miedo de afirmar valores propios y rehuir el relativismo: porque un poco de relativismo es bueno, pero a veces el relativismo se convierte en la comprensión de todas las culturas, excepto la propia que se vive como vergonzante.Así que Internet es una posibilidad de actualizar todos esos valores y comenzar a restaurar, bajo todas las vías posibles de fundamentación, la eticidad y el capital social que tanto le han preocuparodo a algunos autores.Internet es una invitación a la tolerancia pero una tolerancia entendida como que lo que realmente importa no es convencer, sino convivir.

Lectura para geudy

Traficantes de realidad
Marcelo Jelen *

Como de costumbre, en el principio fue el verbo. Un breve comunicado de prensa mecanografiado sobre la hoja membretada de un desconocido instituto científico fue la primera señal sobre el escritorio del periodista. Pero él no le dio mucha importancia. Era un día feo o hermoso, estaba enamorado o deprimido, había mucho trabajo o bien poco y las horas se sucedían unas iguales a otras. No importa ahora por qué, ese sobre fue a parar al cajón junto a otros papeles que suponía tan irrelevantes como ése.
Con las semanas, las gacetillas, fotografías, currículums y recortes de diario con el mismo membrete se fueron acumulando peligrosamente. El periodista tuvo que pedir un sobre de los grandes a la secretaria del director para guardar todo ese papelerío, pero al tiempo ya necesitaba una carpeta. La cosa impresionaba. A pesar de que no tenía mucho tiempo para averiguar de qué se trataba todo eso, llamó dos veces al teléfono que aparecía en los comunicados. Los murmullos sordos de un fax lo detuvieron. Creyó que en ese momento no valía la pena dejar el mensaje.
El doctor Gregor, el protagonista de esa avalancha informativa, era en la foto un señor canoso, bigotudo, de guardapolvos blanco y moñita a dos colores. Según los comunicados, había creado mediante manipulación genética una nueva especie de cucaracha que alcanzaba cuarenta centímetros de longitud, más o menos. Con las secreciones glandulares de esos insectos desarrolló una vacuna contra los efectos nocivos de las radiaciones atómicas. El trabajo de Gregor merecía elogios en el mundillo académico, de acuerdo con las fotocopias de las cartas enviadas por sus colegas. Pero lo que más impresionó al secretario de redacción fue la foto de la cucaracha. "Qué asco", murmuró. "Imagináte un bicho de éstos en tu baño."
Esa tarde había una interpelación, un incendio, una renuncia en el gabinete, una final de campeonato. Ya nadie se acuerda qué, pero tampoco entonces llamaron al instituto.
El periodista se encontró una madrugada después del cierre de edición con un amigo de la adolescencia que se dedicaba a la venta de artículos para médicos. Por el cuarto whisky, recordó el caso de Gregor y preguntó a su amigo si lo conocía. La respuesta fue que no. Sin embargo, la historia le pareció verosímil. La industria del medicamento avanza a velocidad de vahído y no dejará de hacerlo hasta lograr la inmortalidad o el suicidio perfecto. Entre el quinto y el octavo whisky, el tema de conversación fue el interferón, un remedio para el cáncer elaborado con prepucios humanos.
El día siguiente, era obvio, vino de resaca.
El periodista recibió la primera llamada de uno de los asistentes del doctor Gregor a las tres de la tarde, mientras intentaba deglutir tembloroso un sandwich de longaniza con un café doble y aspirinas. El científico había llegado a la ciudad pocos minutos antes y convocó una conferencia de prensa para las cinco.
"Sea puntual, por favor. El doctor tiene mucho trabajo", dijo el empleado. Justo entonces, cuando había que cerrar dos páginas de apuro. ¿No se podía arreglar una entrevista en el laboratorio, con fotógrafo y todo? "El doctor no concede entrevistas. No se lo tome como algo personal, pero ya ha tenido algunos problemas con algunos colegas suyos. Se sentirá más tranquilo si van todos los periodistas juntos. Los demás ya están avisados." Gracias.
"¿Gregor? ¿El de la cucaracha?", preguntó el secretario de redacción. "Llevá fotógrafo. ¿Gregor cuánto es? Ah, es el apellido. Sí, debe ser checo o eslovaco o de quién sabe dónde; ahora nunca se puede saber si un país existe o no. Apuráte que no llegás. Tomáte un taxi que te lo pago cuando pueda."
La conferencia de prensa estaba servida. Era en un salón de fiestas alquilado. Una larga mesa, varias hileras de sillas plegables, una secretaria que recibía a los periodistas. Lo único que faltaba era el plato principal, el propio doctor Gregor. Eran las cinco y cuarto y el tipo no aparecía. Las radios, los canales, los diarios, hasta los semanarios y las agencias, todos los medios estaban presentes.
Sólo quedaba tomar café y hablar de cualquier cosa. Nadie sabía siquiera el nombre de pila del científico, ni su nacionalidad; algunos se habían preocupado de leer los comunicados.
Gregor llegó con la tardanza habitual en estos casos, pero uno de los camarógrafos todavía no había encontrado enchufe para su lámpara. Sí, ese tipo que entraba al salón y se sentaba detrás de la mesa era el de la foto, aunque en vez de guardapolvos vestía un saco de tweed. Así que éste era el científico loco, el doctor de cucarachas... Antes de pronunciar palabra, sacó dos píldoras de un frasquito, se las metió en la boca y las arrastró con un buche de agua. Todos pensaron que el hombre estaba enfermo cuando la misma secretaria que llevaba las bandejas de café comenzó a pasar entre los asientos repartiendo píldoras. Dos para cada uno.
"Este medicamento no tiene efectos secundarios y, administrado de forma periódica, produce inmunidad a las radiaciones nocivas", sentenció Gregor, con un intransferible acento eslavo. "Tómenlas sin miedo. Ya las están distribuyendo por los alrededores de Chernobyl. La Food and Drugs Administration las está por autorizar para tomar baños de sol sin bronceador."
El doctor Gregor se levantó de su silla y esperó que cesara el murmullo. Entonces, hizo un ademán que dio confianza a los cronistas; uno a uno, fueron tragando las píldoras. La mayoría puso cara de asco y alguno hasta fingió un estornudo para meterlas con disimulo en el bolsillo. El científico moduló una sonrisa bondadosa y describió a pasos lentos un par de círculos delante de la mesa. Luego, emprendió una larga explicación de sus experimentos. Se notaba su esfuerzo por hacerse entender en un idioma que no era el suyo. Nadie, excepto Gregor y sus asistentes, parecía saber mucho de biología ni de ciencia alguna. De cualquier manera, el asunto sonaba razonable: un corte en el cromosoma 23 de la cucaracha doméstica, a la altura del gen VI-133, el transplante de una partícula de estroncio en el intersticio, el procesamiento de la linfa del espécimen resultante.
Pocas dudas quedaban cuando concluyó la conferencia. Apenas un par de preguntas, que merecieron extensas respuestas con la ayuda de un pizarrón y un asistente que traducía los pasajes más complicados del alemán o algo así. Luego, los murmullos se dirigieron a hacia uno de los ayudantes de Gregor que entraba a la sala cargando una cucaracha disecada de casi medio metro sobre un soporte de madera. El doctor se alejó de la mesa y se despidió de los periodistas para desaparecer por la puerta del costado. Los de la televisión y la radio, que siempre andan pidiendo un-resumen-de-treinta-segundos-por-favor, estaban desolados. El secretario del científico les explicó que había mucho trabajo atrasado en el laboratorio.
A bordo del taxi de vuelta, el periodista tomó su grabador, su libreta de notas y los auriculares. Desafió los baches y comenzó a desgrabar a mano, como para llegar a la redacción con el título pensado. Seguía sin saber el nombre de pila ni la nacionalidad del médico, pero ya no sufría la resaca. "Las píldoras", pensó.
La jornada había valido la pena. Cucarachas gigantes ponen coto a la amenaza de una hecatombe nuclear. El doctor Gregor es tuyo ahora, querido público.
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Hace más de un cuarto de siglo que Joey Scaggs, un artista plástico neoyorquino, viene fabricando noticias. Encarnó al doctor Gregor frente a los grabadores y las cámaras con un guardapolvos, una moñita y un poco de tintura para el pelo. Era su cara la que se asomó a las pantallas de televisión minutos después. Las palabras que pronunció aparecieron en negro sobre blanco en miles y miles de diarios a la mañana siguiente. Los periodistas habían caído en la trampa.
No fue la primera vez, ni tampoco la última. Scaggs prestó su cuerpo a Giuseppe Scaggioli, el banquero que depositaba en sus cofres semen de estrellas de rocanrol y lo ofrecía en tubitos a las fanáticas, que bloquearon los teléfonos de los diarios para ofrecer sus úteros a la ciencia. Fue también el dueño de Hair Today, una empresa que compraba por adelantado el cabello a los futuros cadáveres, y de Comacoon, un sanatorio antiestrés que incluía alucinógenos en su vademécum.
Las noticias de Scaggs sortean con frecuencia los controles de las agencias internacionales y terminan en los informativos y en los diarios de todo el mundo, a pesar de que están llenas de luces amarillas: el nombre del doctor Gregor, por ejemplo, fue elegido en homenaje a Gregor Samsa, el personaje de Franz Kafka que se convierte en cucaracha a lo largo de la novela "La metamorfosis".
Todo esto hace pensar que no es necesario ser inteligente para trabajar de periodista. Es posible aun siendo un perfecto imbécil.
¿Por qué los periodistas se creen las puestas en escena de Scaggs? Porque el grueso del trabajo periodístico se parece más a la burocracia de las oficinas públicas o a la rutina de las fábricas de tornillos que a las aventuras que narran las películas sobre periodistas. Buena parte de la información que llega al público trasciende por mecanismos similares a los empleados por Scaggs para mostrar una cucaracha gigante moldeada en papel crepé.
El dirigente político que impulse una reforma constitucional o el presidente del club de fútbol que desee comprar un mediocampista mozambiqueño ordenarán a sus secretarios que envíen cientos de comunicados, gacetillas y fotos y que convoquen a conferencias de prensa, si es posible, con whisky & saladitos. Y tal vez lo que tengan que exponer al público no sea tan interesante como la vida y los milagros del doctor Gregor.
"Quiero demostrar lo fácil que puede ser manipular las noticias", dice Scaggs. Es que la difusión de un hecho implica, necesariamente, manipulaciones que lo convierten en noticia. Las fuentes manipulan, los periodistas manipulan, las empresas periodísticas manipulan. Así surge la duda: ¿aquello que los medios transmiten es o no más "real" o "verdadero" que la escultura de una cucaracha de un metro?
Amable público: la realidad es casi tan inasible como la ficción. Nadie puede pretender atraparla tal cual es. La realidad conocible —constituida apenas por una fracción de lo que se denomina "realidad"— es un producto, una convención generada por un número abrumador pero finito de intercambios de información. El periodista sólo puede trazar una de sus tantas versiones posibles: una versión periodística. Los periodistas no pueden pretender que beben la realidad entera de una cucharada, aunque muchos crean hacerlo. Como todo el mundo, sólo pueden hacer el intento de clavar el escarbadientes en una miga.
La ciencia ha perdido toda esperanza de condensar el universo en un tubo de ensayo o sintetizarlo en una fórmula matemática. Los astrónomos, por ejemplo, ya saben que los cuerpos celestes que postulan quizá ya no existan y que sus posiciones en el cielo están modificadas por el efecto de la gravedad sobre la luz. Pueden extender sus miradas algunos cientos de miles de quilómetros con muletas satelitales, pero todo lo demás es teoría. Fausto ha renunciado al microcosmos.
Según la física moderna —que ya tiene unas cuantas décadas—, es imposible determinar todos los parámetros del fenómeno que se estudia. Werner Heisenberg, fundador de la mecánica cuántica, llegó a formular, incluso, el "principio de indeterminación", dada la imposibilidad de describir con exactitud la ubicación y la velocidad de los cuerpos de un sistema atómico. Sólo se pueden determinar las posibilidades de que estén o no en algunos lugares alrededor del núcleo.
Mientras Heisenberg se ganaba un premio Nobel por admitir que el conocimiento de la física apenas era posible como aproximación, los periodistas —más cerca del arte que de la ciencia— han hecho un oficio de traficar con la realidad.
El truco es tan bueno que la mayoría de los clientes de los medios periodísticos suponen que lo que éstos difunden es "la realidad". Hasta los periodistas y sus patrones se lo creen, aunque sólo estén mostrando un grano de polvo posado sobre un jirón de una costura de esa pelota de fútbol imposible de patear que es el universo. Es una "realidad" desvariada, una alucinación: la noticia se instala en las mentes como si fuera un hecho.
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Carl Bernstein, uno de los cronistas del célebre caso Watergate, definió el verbo "informar" como "dar la mejor versión obtenible de la realidad". Y nadie puede asegurar —ni el propio Bernstein lo pretende— que sólo un periodista puede obtener esa mejor versión. ¿Por qué no, por ejemplo, un adiestrador de caniches?
¿La mejor versión obtenible de la realidad es periodística? Eso, igual que la existencia de los dioses, es una cuestión de fe. Muchos periodistas creen que sí, a pesar de las cucarachas que se cuelan entre sus materiales de trabajo. Con ellos, el periodismo —igual que la religión, igual que la ideología— ha adoptado un discurso totalizador y totalizante que, a la larga, corre el riesgo de volverse totalitario. El periodismo es, apenas —y nada menos que—, periodismo. Ningún periodista puede contar-las-cosas-tal-como-pasan. Eso es imposible. A lo sumo, puede contarlas tal como se ve que pasan. Se aproxima, pero siempre quedará lejos.
El problema de la "verdad" quitó el sueño a decenas de filósofos y científicos célebres por milenios, antes aun de que existieran los medios modernos. Pero todas esas teorías no preocupan mucho a los periodistas que no hayan sido acusados en los tribunales de difamación o algo por el estilo. ¿Para qué, si tanta inteligencia nunca logró ponerse de acuerdo?
El filósofo francés Michel Foucault dijo que "cada sociedad tiene su régimen de verdad, su 'política general' de la verdad: es decir, los tipos de discurso que acoge y hace funcionar como verdaderos o falsos; las técnicas y los procedimientos que están valorados para la obtención de la verdad; el estatuto de quienes están a cargo de decir lo que funciona como verdadero".
Los periodistas postularon durante décadas la "objetividad" como criterio determinante de la calidad de sus trabajos y hasta de la veracidad de la información que ofrecían. Resultó imposible. Las rocas y los termómetros pueden ser "objetivos", pero los periodistas sólo pueden ser subjetivos, en tanto no son objetos sino sujetos que por lo general informan sobre otros sujetos. La objetividad, más que una pretensión ética, resultó una escuela estética que reclamaba cierto despojamiento, medido de acuerdo con la subjetividad de los periodistas y empresarios periodísticos que se creían objetivos y el reflejo empañado de la infinidad de subjetividades que intervenían en el proceso. Eso sirvió, en su momento, como cohartada para los medios aburridos y escudo para los periodistas temerosos.
"En el conocimiento hay un cuerpo de verdad exacta muy pequeño cuyo manejo no requiere mayor habilidad o entrenamiento. El resto que da a discreción del propio profesional", decía Walter Lippman, un presigioso periodista estadounidense para quien todo "se puede decir en cientos de formas diferentes". O sea que todo depende del oculista que recete los cristales. Como decía el músico californiano Frank Zappa, "existen tantas formas diferentes de expresar algo que es muy posible que el otro nunca sepa qué quisiste decir".
En su traducción periodística, el calificativo de "verdadero" recae sobre la información comprobable (porque soportará más o menos indemne que alguien quiera tildarla de mentira) planteada de modo verosímil (porque parece "de verdad"). La ausencia de comprobabilidad debería alcanzar para desecharla.
En algunos casos, verosimilitud y comprobabilidad parten de una base material, como la existencia de un documento o registro grabado. En otros, descansa sobre la presencia del periodista en el lugar donde sucedió el hecho que se pretende convertir en noticia o en la existencia de un informante que se identifica con nombre y apellido. Si la información carece de uno de esos soportes, un periodista responsable y con tiempo suficiente aplicará procedimientos de "chequeo" —la consulta a más fuentes— para ajustarla al criterio de comprobabilidad.
Los dichos y hechos recabados que pasen por los coladores de esta particular visión de la "realidad" y de la "verdad" serán luego sometidos por el periodista a una delicada selección. Será más fácil transformarlos en noticia cuanto más prominentes o poderosos sean sus protagonistas, cuanto más recientemente se hayan producido, cuanto más ocultos se hayan encontrado, cuanto mayor conflictividad revelen, cuanto mayor sea la porción de público sobre la que influyen, cuanto más muertos o heridos involucren, cuanto más absurdos suenen, cuanto más morbo desaten. El periodista coteja esos elementos, los combina, resalta algunos y resta importancia a otros. Al mismo tiempo, desecha aquellos que, según él, no valen la pena por el momento. Se trata de aplicar las pinzas y bisturíes del lenguaje, que tanto sirven para moldear una noticia como para inventarla.
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La función del periodista quizá sea narrar cosas aproximadamente "reales" y aproximadamente "verdaderas" de las que aquellos que no son periodistas no se enterarían de otro modo que a través de un medio periodístico. A su vez, el oficio del periodista consistiría en obtener esa información y procesarla (o sea, manipularla) para que el cliente de la empresa periodística la consuma. Este procesamiento —la "edición"— es lo que convierte la información pura, químicamente dura, en noticia. Por lo tanto, la noticia es información tamizada, con colorantes y conservadores artificiales, adulterada: es información crocante, preparada para que el público se entere, así como el pan es harina preparada para que el público la coma.
Es decir que las noticias no son hechos, ni los hechos noticias.
El periodista también inocula en el consumidor de los medios la necesidad de estar informado. Le convence de que aquello sobre lo que le informa puede alterar, de algún modo, el mundo en que vive. Envuelve el producto para venderlo mejor, que es lo que hacen todas las industrias. Allí está la contradicción básica y el pecado original del periodismo.
Los medios periodísticos prometen "agotar" las cuestiones sobre las que informan, llegar a la raíz, rascar hasta la mera médula del hueso e ir más allá. Pero siempre quedan hilos sueltos, cosas que se desconocen, asuntos que el periodista no averiguó o que guarda en un cajón, pues el periodismo ha emulado la habilidad de Scherazada frente al rey por bastante más de mil y una mañanas, tardes y noches. Y también queda por verse el futuro: como en los teleteatros y en las películas de final abierto, como el conejo que persigue una zanahoria que cuelga de un palo ante su hocico, hay que esperar hasta la próxima edición para saber qué va a suceder luego. Y luego. Y luego.
La industria periodística es una subsidiaria de la industria del ocio y el entretenimiento, una variedad del "show business". Sin contar la página de servicios, los avisos fúnebres, la traducción de los partes meteorológicos, la cartelera de espectáculos y los horarios del paro de transporte, casi nada de lo que transmite un medio depara la satisfacción inmediata de una necesidad básica. Los medios no se comen, no se beben, no lavan. No ponen la torre Eiffel delante de la nariz del consumidor de noticias para que él la toque; a lo sumo, pueden mostrarle una fotografía que, bajo la lupa, es un montón de puntos.
Apenas una porción muy pequeña de la clientela de los medios necesita saber con cierta frecuencia y dentro de las 24 horas posteriores al hecho qué pasó entre el presidente y el líder opositor o entre el actor que ganó el Oscar y su amante. Son poco más que quienes toman decisiones que podrían afectar al resto de la sociedad, los apostadores compulsivos y los propios periodistas.
Por cierto, la gente toma en cuenta la información que consume para moldear sus opiniones y adoptar algunas esporádicas decisiones de importancia en sus vidas: en qué invertirán su dinero, adónde irán de vacaciones, si instalarán alarmas en sus casas. Los ciudadanos de un país democrático, por ejemplo, necesitan noticias para resolver sus votos, pero eso sucede una vez cada cuatro años, más o menos. No es imprescindible leer un diario, mirar los noticieros de la tele o desayunar con los de la radio durante 1.456 días. "Cada cuatro años se elige un presidente, pero cada día o cada semana se compra un producto de prensa. Para la felicidad de los pueblos, es más fácil cambiar de diario que cambiar de presidente", ironiza el presidente Elio Gaspari, editorialista de "O Estado de Sao Paulo".
Después de cientos de miles de años de caminata de la humanidad sobre la tierra durante los cuales la industria periodística parecía no ser en absoluto necesaria, ¿por qué se afirma ahora que su existencia es un imperativo de las sociedades modernas? "Los medios de comunicación no sólo son un espejo de la realidad que los circunda sino que también operan como motores, voluntarios o no, de esa misma realidad", es la explicación que ensaya Juan Luis Cebrián, fundador de "El País", de Madrid. "La prensa se viene revelando como uno de los pocos sistemas efectivos, por imperfecto que sea, de control de los ciudadanos sobre sus gobiernos. Lejos de configurarse como un 'cuarto' o enésimo poder, la prensa y los 'mass media' parecen definirse mejor como un contrapoder posible a los abusos del poder efectivo."
El ex fiscal argentino Luis Moreno Ocampo entiende que "la información es la herramienta clave para que una sociedad reduzca al mínimo las actividades antisociales". El revolucionario francés Camile Desmoulins alcanzó a decir, antes de que su cabeza cayera aguillotinada, que "el periodista tiene el mismo encargo que el censor romano: defiende al pueblo del senado y de los cónsules".
El mayor dilema para los periodistas, las empresas en las que se desempeñan y sus fuentes ha sido hasta dónde les conviene informar u ocultar. Quizás convendría que se preguntaran a sí mismos por qué ocultan o difunden determinadas informaciones. Las posibles soluciones a esta cuestión se han manifestado, por lo general, en sobreentendidos. Tal vez ayudaría en el proceso que los propios consumidores de noticias especularan, como práctica habitual, qué se oculta y con qué motivos. Que critiquen y pongan en duda la producción periodística.
La irrenunciable aspiración a la información plena no deja de ser una utopía. Por más que los periodistas proclamen lo contrario, el ocultamiento determina su tarea tanto como la difusión. El periodista oculta parar informar mejor, aunque parezca una contradicción. Las fuentes y las empresas periodísticas también practican ocultamientos. Este hecho no es malo ni bueno: simplemente, es. Forma parte de la naturaleza humana, del enfrentamiento de intereses que existe en toda sociedad. Ocurre, aunque en un mínimo, hasta en las parejas más armónicas, esas que se juran decirse todo por doloroso que sea. Y cruzan los dedos.
Pero, como las familias, las sociedades donde predomina la opacidad y no la transparencia están enfermas. El ocultamiento ejercido desde una posición de poder para beneficio de quienes lo detentan es autoritarismo, y se convierte en corrupción si es decidido por los periodistas o los medios. En esos casos, el ocultamiento alcanza rango de mentira.
La razón por la que resulta tan complicado responder cuál es el papel del periodismo en la democracia es que el surgimiento de esta actividad es anterior aun al establecimiento de esta forma de convivencia social. En cierto modo, la prensa fue la contracción uterina que provocó el nacimiento de las democracias y, junto con los medios periodísticos electrónicos, la fortalecen día a día. De hecho, ninguna dictadura ha podido subsistir, a la larga, en convivencia con la libertad de difundir información. El máximo de difusión afianza las democracias. La información es la mejor vacuna contra el prejuicio (porque alimentará ideas fundamentadas), el mejor soporte de las libertades individuales y los derechos humanos (porque amedrentará a quienes pretendan violarlos).
Por el contrario, los controles, amenazas y censuras a la actividad periodística son señales que revelan la existencia de una dictadura, o de su proximidad. El máximo de ocultamiento es un atributo de los autoritarismos.
La industria periodística establecida con cierta independencia de los poderes se concibe, entonces, como uno de los medios de que disponen las democracias para mejorarse día a día, para ser cada vez más libertarias, más igualitarias, más fraternales. "El genio de la democracia consiste en que, a través de un proceso de ventilación pública de ideas, opiniones y deberes, se libera la energía y la sabiduría intelectuales de la gente", opina el periodista Bill Kovach, ex editor del diario "The New York Times". "Si no hay una fuente de información creíble, el compromiso social es manejado por el rumor, el miedo y el cinismo. Los cínicos no construyen sociedades libres y abiertas."
"El papel del periodista es más importante que el de los políticos e ideólogos en este tiempo de incertidumbre, porque a ellos corresponde explicar el mundo", dice, por su parte, el escritor venezolano Arturo Uslar Pietri. Pero los periodistas no "hacen" política como la hacen los políticos profesionales, cuyos actos tienen el objetivo de generar hechos políticos. El objetivo de un periodista, en cambio, es difundir el máximo de información, no las consecuencias que ella acarreará. Si se planteara como finalidad la concreción de un hecho político, deportivo, artístico o policial posterior a la difusión del hecho del que informa, saltaría de la trinchera del periodista para zambullirse en la del político, el deportista, el artista o el policía.
En materia de periodismo "hay que diferenciar entre oposición y crítica", explica el argentino Mariano Grondona. "El opositor se presenta como alternativa. En cambio, el periodista no es alternativa de poder. Nosotros no tenemos poder político: tenemos influencia, que es otra cosa."
El periodismo es un subsistema del sistema social, al igual que lo son la política, la economía, las artes y las letras, los deportes y las farmacias de turno. Todos ellos se cortan de forma horizontal, se retroalimentan, se influyen unos a otros. El objetivo del periodismo no es o no debe ser la influencia sobre los restantes subsistemas: al igual que el sistema nervioso alerta a su pie que pisa un clavo y no una baldosa, ese subsistema social que es el periodismo avisará a los consumidores de noticias que esa farmacia está cerrada y no abierta, que el dólar sube y no baja, que este libro le pareció a alguien aburrido y no entretenido, que allí donde algunos creen ver la redención nacional se asoma la amenaza del genocidio.
Las cosas suceden. Lo único que puede hacer un periodista al respecto no es poco: ejercer ciertas facetas del derecho de la sociedad al libre acceso a la información a partir de la "producción" de parte de "la realidad" que ella consume, esa parte denominada con vaguedad como "lo público". Aunque en un régimen democrático a cabalidad, cualquiera, y no sólo un periodista, podría hacerlo: la ley, al menos en teoría, lo ampara. Según el artículo 19 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos aprobada por las Naciones Unidas en 1948, "todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; ese derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión".
O sea que cualquiera puede llamar al presidente de su país y preguntarle si va a mantener en el gabinete al ministro de Economía. Si paga la entrada, puede vercon sus propios ojos el partido final del campeonato de fútbol sin que se lo obligue a escuchar ni leer los comentarios. Puede averiguar si-se-efectuaron-muchos-disparos-con-arma-de-fuego-de-alto-calibre-con-resultado-fatal-en-el-copamiento-registrado-anoche-en-jurisdicción-de-la-seccional-8va, y arriesgarse a permanecer 48 horas en una celda mientras investigan sus antecedentes.
Pero ese ciudadano —usted mismo— tiene que trabajar, dormir, besar a su pareja, ir al cine, cortar el pasto, hacerse una tortilla y llevar a los nenes al colegio. Por eso, no se moleste: deje que lo hagan los periodistas, que para eso les pagan.
De cualquier manera, el consumidor de noticias haría bien en tener en cuenta la advertencia de David Broder, periodista del diario "The Washington Post": "El periódico que llega a su casa es un recuento parcial, apresurado, incompleto e inevitablemente algo confuso e inexacto de algunas de las cosas que hemos oído que sucedieron en las últimas 24 horas. Hay distorsión, a pesar de nuestra mejor buena voluntad para eliminar las parcialidades más obvias, por el mismo proceso de comprensión que hace posible que uno lo pueda leer en una hora. Pero es lo mejor que hemos podido hacer bajo las circunstancias, y mañana regresaremos con la versión corregida y al día."
Hasta la siguiente edición, las cucarachas continuarán caminando entre las páginas de su diario favorito. Ese papel entintado tendrá, entonces, un mejor destino. Lo fundamental ya habrá quedado dentro suyo.
* Marcelo Jelen es un reconocido periodista uruguayo, colaborador de la agencia de noticias IPS. Esta es su primera contribución para Sala de Prensa.

Lectura para francisco

Reporteros encubiertos
Charles Green *

Un nuevo caso judicial (pendiente de sentencia al escribir estas líneas) pone en el tapete un tema de ética que los periodistas vienen debatiendo desde que el primer hombre en la edad de las cavernas fue de cueva en cueva a poner al día a sus residentes de cuál era el último precio de cotización de los filetes de mastodonte.
¿Hasta dónde debe profundizar un reportero en una información? ¿Es correcto mentir o actuar como si uno no fuera periodista cuando la historia trae consigo algo que perjudica el bienestar público?
La cadena estadounidense de televisión ABC, envió a un equipo de su programa "Prime Time Live" para que consiguieran empleo en un supermercado Food Lion e investigaran cómo se manipulaban los alimentos en el lugar. Los reporteros utilizaron cámaras ocultas para documentar un trabajo periodístico en el que se acusaba a la cadena de vender queso mordido por ratas y reempacar carne echada a perder de manera que pareciera fresca.
La cadena de supermercados pidió una compensación de $2,500 millones por daños causados por el programa, que se transmitió en 1992. La compañía no desmintió las acusaciones que se le hicieron ni reclamó haber sido víctima de una nota infamatoria. En su lugar, presentó una demanda por fraude y transgresión de sus predios. Según afirmaron, el programa "Prime Time Live" utilizó métodos ilegales para hacer su trabajo de manera encubierta en tiendas de dos estados. La compañía alegó, además, que las cintas grabadas le pertenecen, puesto que fueron tomadas por reporteros que formaban parte de su plantilla y que filmaron durante su horario de trabajo.
Un jurado determinó que la cadena Food Lion debe recibir una compensación de $5,5 millones por daños punitivos. El veredicto en este caso se dio a conocer la misma semana en que una corte federal de la Florida ordenó que la cadena ABC y uno de sus productores paguen la suma de $10 millones a un banquero de Fort Lauderdale llamado Alan Levan, quien presentó una demanda judicial por publicación de libelo.
Algunas personas argumentan que los reporteros nunca deben actuar de manera encubierta y ninguna historia justifica que el periodista mienta. El que un periodista actúe como si fuera otro conduce a la pérdida de credibilidad y, sin credibilidad, ningún reportero u organización periodística puede servir a su público. Otros manifiestan que los reporteros tienen una obligación mucho mayor con su público y que, por lo tanto, no puede estar en ningún y tipo de sensibilería. Si para conseguir una historia que pondrá al descubierto un gran error o que protegerá al público de cualquier perjuicio, es necesario valerse de un subterfugio, entonces vale la pena.
Quienes están a favor de esta línea de pensamiento señalan que, a menudo, las organizaciones que se encargan del cumplimiento de la ley recurren a subterfugios para apresar a delincuentes. Un policía puede actuar como un narcotraficante, un ladrón o incluso un asesino, para poner en prisión a quienes transgreden la justicia. Según sus puntos de vista, la obligación de los periodistas de permitir que el público conozca lo que ocurre es tan importante como la que tiene la policía de proteger la vida y las propiedades de los ciudadanos. Por tanto, afirman, es correcto que un reportero actúe de manera encubierta para realizar una investigación periodística.
En 1995, una corte federal de apelaciones, en Estados Unidos, falló a favor "Prime Time Live" en otro caso en que los reporteros fingieron ser pacientes para filmar sus visitas a varios oftalmólogos. La corte estableció que la cadena no era responsable de transgresión de propiedad, invasión de privacidad y de instalar mecanismos electrónicos de grabación, como alegaban la clínica y dos de sus médicos.
Decidir si un reportero debe actuar de manera encubierta o no, es el tipo decisión que pone a prueba de fuego a los editores. Cosas como esta son las que hacen difícil caminar por la cuerda floja. El resultado del juico entre la cadena de supermercados Food Lion y la ABC podría tener un fuerte efecto en la manera en que trabajan los reporteros investigativos en los Estados Unidos.
En otro orden de cosas, y para mantenernos al tanto de los últimos acontecimientos que plantean cuestionamientos éticos: Richard Jewell, el guardia de seguridad que fue identificado por algunas organizaciones periodísticas como sospechoso de la explosión en las Olimpiadas y a quien más tarde el FBI declaró libre de sospechas, presentó una demanda judicial contra la cadena de televisión NBC por los comentarios hechos por su presentador Tom Brokaw acerca del incidente.
El abogado de Jewell dijo que su representado recibirá una compensación monetaria de la cadena, pero se negó a revelar otros detalles del acuerdo aunque dijo que la NBC no se retractaría públicamente. La cadena afirmó que prefirió llegar a un acuerdo fuera de corte para proteger a sus fuentes confidenciales.
Los abogados de Jewell Jewell's attorneys alegaban que Brokaw había insinuado al aire que Jewell era el responsable de la explosión del 27 de julio, en la que una mujer murió y otras 100 personas resultaron heridas.
El 26 de octubre, Jewell fue declarado fuera de sospecha por el gobierno. Sus abogados le han pedido al Atlanta Journal-Constitution –el primer periódico que publicó que Jewell era sospechoso– que se retracten de la historia. No obstante, el diario ha mantenido que su cobertura fue correcta. Según dijo su abogado, Jewell iniciará una demanda por difamación contra el periódico.
* Charles Green es director del Centro de Prensa Internacional, de la Universidad Internacional de la Florida, en Miami. Durante 25 años fue corresponsal y ejecutivo de The Associated Press. Este texto se reproduce de la revista Pulso del Periodismo, con autorización de su editor.

Lectura para fabian
De la "garganta" a Internet
VICTOR DE LA SERNA

Es fuerte la tentación de hablar de un Internet profundo en el escándalo del presidente Bill Clinton, trazando un paralelismo con aquella garganta profunda que fue guiando los pasos de los reporteros del Washington Post en el escándalo de otro presidente de Estados Unidos, Richard Nixon. Pero la situación es bien diferente.
Mientras que, en 1972-74, un personaje -aún no identificado hoy- cercano a la Presidencia dirigía en secreto a los periodistas, en este caso Internet no está siendo sino el tablón de anuncios en el que se adelantan y difunden las historias que los medios informativos tradicionales -escritos o audiovisuales- aún no han hecho públicas, por no estar éstas lo bastante contrastadas... o porque los medios no se atreven. Ahora bien, en las últimas horas los datos suministrados -por Internet también- por medios respetables como Newsweek ratifican y refuerzan lo adelantado por un polémico francotirador de la red.
Hace un cuarto de siglo un anónimo informante encarrilaba discreta pero precisamente la investigación periodística sobre Nixon y el caso Watergate de Bob Woodward y Carl Bernstein. Hoy, cualquier rumor sobre Clinton -alguno, francamente irreproducible- aparece instantáneamente en la página web titulada Drudge Report, a la que millones de personas conectadas a Internet pueden acceder... cuando no se bloquea del todo. Y eso es lo que sucedió ayer, en cuanto se supo de forma generalizada que allí era donde había aparecido la información que meticulosamente preparaba Newsweek, antes de que la propia revista se decidiese a publicarla.
Un desenfadado columnista de derechas, Matt Drudge, se ha especializado en recibir, al parecer de amigos en las diversas redacciones, datos sobre investigaciones en curso y en lanzarlos sin más protocolo al ciberespacio. De esa forma está suplantando a los verdaderos reporteros investigativos, en particular Michael Isikoff, de Newsweek, ya dos veces víctima de las indiscreciones de Drudge.
Así que Internet ha democratizado y extendido una investigación periodística... a la vez que la contaminaba peligrosamente de rumorología e irresponsabilidad.
Por cierto: la activa participación del Post en la cobertura de este último escándalo sí que constituye un lazo de unión con aquella vieja y famosa información del Watergate. El Post pertenece al mismo grupo editorial que la revista Newsweek, motivo por el cual apenas si se permitía -a través de su redactor Howard Kurtz- algún leve sarcasmo al contar lo que le ha sucedido al semanario.
FRUSTRACION.- Junto al irrefrenable Drudge, Isikoff es el protagonista periodístico de este nuevo escándalo sexual y legal que rodea al presidente de Estados Unidos. Isikoff es un reportero investigativo de primera clase pero con mala suerte, varias veces frustrado en sus esfuerzos por publicar scoops relacionados con Clinton.
Hace cuatro años, Isikoff trabajaba precisamente en el Washington Post cuando descubrió una historia bomba: una tal Paula Jones decía haber sido acosada sexualmente en 1991 por el entonces gobernador Clinton en una habitación de hotel de Little Rock (Arkansas). Tuvo un choque sonado con los responsables del periódico, que no parecían muy dispuestos a publicarla, según da a entender el propio Post en su información sobre aquel incidente. Al final acabó publicándose la exclusiva, pero a Isikoff le cayó una suspensión de empleo y sueldo de dos semanas por gritar a sus superiores. Poco después abandonaba el diario para pasar a Newsweek.
Quienes afirman que en Estados Unidos la prensa, desde los días del Watergate, se ha vuelto más timorata en su cobertura de los poderosos, y que los abogados son hoy más importantes que los redactores jefes, tienen en este caso abono suficiente para sus teorías. No se parece mucho, en efecto, al respaldo concedido en su día a Woodward y Bernstein... Y los dos últimos incidentes, el del verano pasado y el del último fin de semana, así lo confirman.
En el verano de 1997, Drudge y sus ignotos informantes en la Redacción de Newsweek se cruzaron por primera vez en el camino de Isikoff. La situación se reproducía: la revista dudaba sobre la publicación de otro supuesto encuentro sexual de Clinton, esta vez con Kathleen Willey, una funcionaria de la Casa Blanca. Y Drudge, merced a una evidente filtración desde dentro de la revista, se adelantó y lanzó la historia por Internet. Isikoff se llevó un berrinche.
Y ahora ha llegado el caso de Monica Lewinsky, de perfil casi idéntico al anterior: Newsweek duda, decide el pasado sábado aplazar la publicación prevista para el lunes, y el martes por la noche Drudge ya se ha enterado y coloca la historia en las pantallas de ordenador del mundo entero.
UN ERROR.- Las débiles explicaciones sobre la necesidad de "obtener más corroboración" por parte de los responsables de la revista, el pasado miércoles, convencen a pocos; otros directores de semanarios no dudan en tildar la decisión de "error". Se resalta que el sábado 17 de enero Newsweek ya tenía -en palabras de su propia publicación hermana, el Washington Post- "muchísimo en qué basarse" para haber dado el paso y publicarlo todo. El Post recalca sin piedad lo que Newsweek publicaba al fin -en Internet, ¡cómo no!- el miércoles: "La revista dice que Isikoff sabía del supuesto idilio desde hace más de un año. Entre otras cosas, la semana pasada escuchó una cinta de Lewinsky en la que describía su relación con el presidente, temerosa de que se hiciese pública...".
Los medios informativos legítimos se muestran, pues, mucho más retraídos que en los años 70, pero hoy ha aparecido un Pepito Grillo ciberespacial que parece compensar ese cambio de actitud. Los perdedores: Isikoff... y Clinton, claro. Pero la valentía y la credibilidad de los medios tampoco quedan por las nubes.

Lectura para claudia
Periodistas y decisiones morales
Jesús Urbina Serjant *

Cada día, los periodistas y los medios de información tomamos decisiones que constituyen serios desafíos morales. La elección de un título, el balance entre dos versiones contradictorias de una noticia, la reserva de identidad de una fuente controversial, el tratamiento informativo de personajes afectos a quien comunica. En todos estos casos hay una constante: el delicado equilibrio entre lo deontológicamente aceptable y lo que conviene a los intereses particulares de la dupla periodista-empresa informativa.
Sin querer pontificar sobre una inmaculada moralidad mediática y profesional, es preciso advertir que el reto mayor de la función informativa contemporánea se deriva de sus múltiples implicaciones éticas. Es fácil convencerse de esto si se considera la tensión que produce el rechazo a la regulación estatal de la prensa y de la labor periodística. Cuando se contesta sonoramente con un firme "no" a las tentativas de control legal por parte de los poderes públicos, hay que estar listos para proponer alguna alternativa de ponderación de las conductas de periodistas y medios, con frecuencia acusados, como somos, de graves excesos y de cultivar cierta impunidad comunicacional.
No resulta nada cómodo responder a los llamados a nuestra responsabilidad, porque el arreglo de la acción informativa según criterios de justicia y de íntegra honestidad le agrega un esfuerzo inusitado a las exigencias del deber de informar.
Hace bastante tiempo, sin embargo, que inventamos los mecanismos de la autorregulación. Supimos rodearnos de códigos de honor, tribunales disciplinarios y comités de ética. Pero el momento clave sigue siendo un asunto en extremo solitario y absolutamente individual: la escogencia entre el beneficio propio y la lealtad a nuestros compromisos morales.
Responsabilidad y autocontrol
En algunos de sus textos más conocidos sobre la ética de la información, el catedrático español Hugo Aznar1 se pregunta por la titularidad de la regulación sobre el desempeño de medios y periodistas. La interrogante ha surgido, incluso mucho antes que Aznar, a propósito de la misión fiscalizadora que los informadores pretendemos cumplir, en nombre de la sociedad entera, frente a los ejercicios políticos del Estado.
Parece válida la duda pues nada debería justificar que un solo sector de la ciudadanía, por más legítimo que sea su interés, obtenga una patente de corso para escudriñar en la vida y milagros de los demás sujetos, sin que nadie pueda cuestionar la intencionalidad que le guía.
En un excelente artículo acerca de la dimensión ética del periodismo actual, el colega boliviano José Luis Exeni2 apunta que si bien la regulación de la actividad informativa es un riesgo caro para la prensa y la comunidad misma, no regularla puede convertirse en un peligro (una similar amenaza, agregamos nosotros).
Los periodistas y las empresas de noticias reclaman libertad para informarse y luego informar al público. Esta premisa es de indiscutible legitimidad. Pero también es odiosa, vista desde un ángulo estrictamente ético, si no está cruzada por su valor gemelo en la deontología periodística y mediática: la responsabilidad. Es éste último el que le da su principal virtud a la libertad de información. Sin responsabilidad, el deber de informar se convierte en una suerte de dictablanda incontestable y, a la larga, conduce al peor de los destinos que puede esperar al periodismo y a la prensa libre: la censura, única defensa posible de los enemigos de la libertad.
Está claro que al focalizar el desideratum del comportamiento profesional de los periodistas y de las acciones de la prensa en el tema de la responsabilidad, estamos proponiendo sin ambigüedades la vía del autocontrol. Pero no exactamente como hasta ahora, según creemos, esto se ha planteado. Es decir, poco vale que recojamos nuevamente la iniciativa gremialista o corporativa como punto de arranque de la reflexión ética.
Ese plano grupalista en el que durante medio siglo se ha gestado la búsqueda de soluciones normativas a los problemas morales de la prensa, puede estar en proceso de agotamiento. Y no porque haya sido inútil; no nos contamos nosotros entre los detractores de los códigos de conducta y las otras figuras institucionales de la autorregulación.
Lo que sí criticamos es que el modelo deontológico convencional apela básicamente a la potencia correctiva del gremio o de la asociación, como si las faltas de un solo miembro del cuerpo las tuvieran que asumir sin resistencia los demás. Eso no es muy realista.
Todos los meses tenemos noticias de nuevos códigos deontológicos, nombramientos de defensores del público en medios impresos o radioeléctricos, dictámenes ejemplarizantes de consejos de prensa y publicaciones de novedosos estatutos de Redacción. Junto con ello y en contraste, también recibimos mensajes claros de las audiencias que en todas partes muestran preocupación por los abusos de muchos periodistas y no pocos medios. Éste el penoso trabajo que suelen hacer los colegas de la organización no gubernamental FAIR (Fairness & Accuracy In Reporting, Equidad y Exactitud en el Reporterismo). En uno de sus últimos trabajos, por cierto, ellos se han dedicado a evaluar el patético espectáculo de los medios estadounidenses ante la ejecución del terrorista Timothy McVeigh, responsable del bombazo de Oklahoma City que mató a 168 personas en 1995.
El periodista Exeni, antes citado, se atreve a optar por una ética de las responsabilidades frente a la tradicional ética de principios. Esto significa que la práctica informativa ha de ser vista principalmente a través del prisma de los compromisos deontológicos, más que desde una óptica basada en la formalización teórica de postulados universales y estáticos. Hace mucho que no se oye decir que la deontología es, en esencia, el sentido común aplicado a un quehacer compartido. Hace mucho, ciertamente, la ética dejó de ser un apéndice de la filosofía.
La independencia epistemológica de la ética es algo que ya no se discute, pero la naturaleza del juicio moral llano sigue siendo penetrada por argumentaciones cuasi religiosas. Frecuentemente, esa interferencia despersonaliza la asimilación de las normas de conducta y complica en alto grado el entendimiento de la razón que subyace en los deberes profesionales. La deontología informativa tiene que escapar de la trampa que, sin querer, le ha tendido la filosofía de la moral. Una cosa es la acción virtuosa del periodista o el justo proceder de la empresa noticiosa —además de sus respectivas antítesis—; otra, la investigación profunda y desinteresada de toda actividad relacionada con la función de informar. Aquél es el terreno arado de la deontología; este último, el campo fértil de la ética.
La introspección personal es el camino más largo, aunque probablemente el único eficaz en la tarea de construir lo que Luka Brajnovic3 llamó "criterio ético" como estadio superior de la conciencia moral del periodista. Está bien todo aquello de la invocación de las obligaciones gremiales o corporativas asociadas al deber de informar, pero lo primero y fundamental es que exista un convencimiento íntimo en cada profesional. El compromiso es individual, el juramento es público. La base del edificio moral del periodismo hunde sus pilotes en el sentido personal del deber, reforzado, eso sí, por las instituciones gremiales que vigilan, en favor de la profesión, el cumplimiento de las normas deontológicas.
Esta es la escala apropiada hacia la responsabilidad efectiva. Perseguir el mismo fin desde la trinchera de los formalismos, nos va a dejar sin respuestas creíbles ante las demandas de honestidad e integridad que expresan los ciudadanos.
En tiempos como estos, cuando la prensa venezolana comienza a temer que el gobierno de la Quinta República ceda a la tentación de la censura, nos parece un mejor método —y en todo caso, más propio del talante libertario original de la prensa y el periodismo— para defender la libertad de información, el fortalecimiento de la proyección pública de los medios y los periodistas con la revisión autocrítica y franca de su conducta.
Retos a la ética informativa
El desafío primordial que encaran los periodistas y los medios informativos, en el contexto de su responsabilidad social, se concentra en la superación de un abultado conjunto de vicios.
La tarea es ardua, porque las faltas son numerosas y empiezan a lucir patológicas. Pongamos en primer término el problema de los conflictos de intereses. Ya es cosa común que sepamos de colegas, e incluso de empresas periodísticas, que fácilmente sacrifican el postulado de la veracidad para no comprometer prebendas particulares y las de sus allegados. El compadrazgo y el clientelismo son los antivalores que pudieran desplazar, con descaro pasmoso, a la honestidad y el equilibrio.
Cada vez es más frecuente, por otro lado, el ejercicio simultáneo del periodismo diario y las asesorías de prensa para potenciales —o asiduas— fuentes informativas. Quienes así obran y las empresas alcahuetas marcan distancia del noble principio de la independencia profesional, apoyado en la incompatibilidad de la práctica periodística con los servicios paralelos de publicidad y relaciones públicas en cabeza de un mismo individuo.
Se resiente de igual modo el precepto del respeto a la dignidad humana cuando medios y reporteros extienden un trato denigrante, violento o indiferente a los derechos fundamentales de las personas que eventualmente protagonizan hechos criminales o situaciones infortunadas.
El frágil balance entre lo público y lo privado —ámbito de derechos protegidos por la ley— es desajustado en las arbitrarias invasiones a la intimidad de los ciudadanos por parte de medios amarillistas y periodistas amantes del escándalo.
A cualquier precio se busca y se obtiene una noticia, una "exclusiva", sin importar qué tan mal parado resulte el honor profesional de algunos periodistas y la seriedad de ciertos medios. El periodismo, en oposición a la política, es un arte en el que el fin nunca justifica los medios. Por ello es que no se puede menos que abominar de recursos como el engaño, el empleo de información privilegiada, el soborno, el acoso a la fuente, el encubrimiento de la identidad del periodista y el uso de instrumentos para la captura ilegal de información (cámaras y micrófonos ocultos, webcams furtivas y otros pertrechos).
El principio de la presunción de inocencia es la primera víctima de los excesos del llamado periodismo de denuncia. Periodistas que se autoimponen de las funciones de policías, alguaciles y carceleros, atropellan los beneficios procesales de los individuos sometidos a juicio e incluso se arrogan la potestad de declarar culpabilidad y dictar sentencia.
La tentación amarillista es incontenible a la hora de cubrir tragedias accidentales, catástrofes naturales o simples espectáculos de la miseria social. Las personas involucradas se convierten en objetos sin derechos ni dolientes para una jauría creciente de periodistas y medios con ávida pasión por el morbo.
El discurso de la violencia, o el culto de ésta, se ha apoderado de la función informativa. Los noticieros nacionales y locales de televisión abren sus emisiones con hechos de ralea policial, mientras los portavoces alternativos y las noticias que recogen acontecimientos edificantes son discriminados, desplazados.
Libertad autocrítica
Hace poco se conmemoró una década de la Declaración de Windhoek, manifiesto que sirvió a la Unesco para instituir el 3 de mayo como Día Mundial de la Libertad de Prensa. Sigamos celebrando esa novísima efemérides con ganas de mostrarle al planeta el sacrificio que muchos periodistas hacen en nombre del derecho a la información. Pero guardemos un momento, al menos, para pensar también en las bajas que los informadores causamos entre quienes, por cierto, ni siquiera son nuestros adversarios declarados: el testigo tantas veces acosado, el funcionario señalado injustamente, el público irrespetado en sus derechos más sustantivos.
Nos duele mucho la lista larga y trágica de periodistas asesinados o ilegalmente encarcelados, y de medios de comunicación censurados, clausurados o hasta dinamitados. ¿Y qué tal si sumamos, por puro ejercicio autocrítico nada más, las víctimas de las noticias "montadas", los presos inocentes que ayudamos a mantener entre rejas por acción u omisión, las reputaciones acribilladas por columnistas vengativos, las verdades inmoladas a costa de la autocensura, los abusos mediáticos cometidos por órdenes del rating? Se adivina una lista mucho más dramática que las estadísticas publicadas cada 3 de mayo por Reporteros sin Fronteras y las oficinas de comunicación de la Unesco.
El parte de guerra no resulta negativo sólo para la libertad de infomación. Obviar esta verdad nos pondría irónicamente en el lugar que ocupan esos a quienes tanto combatimos por sus mentiras y su hipocresía.
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Lectura para melisa morales
Periodistas y decisiones morales
Jesús Urbina Serjant *

Cada día, los periodistas y los medios de información tomamos decisiones que constituyen serios desafíos morales. La elección de un título, el balance entre dos versiones contradictorias de una noticia, la reserva de identidad de una fuente controversial, el tratamiento informativo de personajes afectos a quien comunica. En todos estos casos hay una constante: el delicado equilibrio entre lo deontológicamente aceptable y lo que conviene a los intereses particulares de la dupla periodista-empresa informativa.
Sin querer pontificar sobre una inmaculada moralidad mediática y profesional, es preciso advertir que el reto mayor de la función informativa contemporánea se deriva de sus múltiples implicaciones éticas. Es fácil convencerse de esto si se considera la tensión que produce el rechazo a la regulación estatal de la prensa y de la labor periodística. Cuando se contesta sonoramente con un firme "no" a las tentativas de control legal por parte de los poderes públicos, hay que estar listos para proponer alguna alternativa de ponderación de las conductas de periodistas y medios, con frecuencia acusados, como somos, de graves excesos y de cultivar cierta impunidad comunicacional.
No resulta nada cómodo responder a los llamados a nuestra responsabilidad, porque el arreglo de la acción informativa según criterios de justicia y de íntegra honestidad le agrega un esfuerzo inusitado a las exigencias del deber de informar.
Hace bastante tiempo, sin embargo, que inventamos los mecanismos de la autorregulación. Supimos rodearnos de códigos de honor, tribunales disciplinarios y comités de ética. Pero el momento clave sigue siendo un asunto en extremo solitario y absolutamente individual: la escogencia entre el beneficio propio y la lealtad a nuestros compromisos morales.
Responsabilidad y autocontrol
En algunos de sus textos más conocidos sobre la ética de la información, el catedrático español Hugo Aznar1 se pregunta por la titularidad de la regulación sobre el desempeño de medios y periodistas. La interrogante ha surgido, incluso mucho antes que Aznar, a propósito de la misión fiscalizadora que los informadores pretendemos cumplir, en nombre de la sociedad entera, frente a los ejercicios políticos del Estado.
Parece válida la duda pues nada debería justificar que un solo sector de la ciudadanía, por más legítimo que sea su interés, obtenga una patente de corso para escudriñar en la vida y milagros de los demás sujetos, sin que nadie pueda cuestionar la intencionalidad que le guía.
En un excelente artículo acerca de la dimensión ética del periodismo actual, el colega boliviano José Luis Exeni2 apunta que si bien la regulación de la actividad informativa es un riesgo caro para la prensa y la comunidad misma, no regularla puede convertirse en un peligro (una similar amenaza, agregamos nosotros).
Los periodistas y las empresas de noticias reclaman libertad para informarse y luego informar al público. Esta premisa es de indiscutible legitimidad. Pero también es odiosa, vista desde un ángulo estrictamente ético, si no está cruzada por su valor gemelo en la deontología periodística y mediática: la responsabilidad. Es éste último el que le da su principal virtud a la libertad de información. Sin responsabilidad, el deber de informar se convierte en una suerte de dictablanda incontestable y, a la larga, conduce al peor de los destinos que puede esperar al periodismo y a la prensa libre: la censura, única defensa posible de los enemigos de la libertad.
Está claro que al focalizar el desideratum del comportamiento profesional de los periodistas y de las acciones de la prensa en el tema de la responsabilidad, estamos proponiendo sin ambigüedades la vía del autocontrol. Pero no exactamente como hasta ahora, según creemos, esto se ha planteado. Es decir, poco vale que recojamos nuevamente la iniciativa gremialista o corporativa como punto de arranque de la reflexión ética.
Ese plano grupalista en el que durante medio siglo se ha gestado la búsqueda de soluciones normativas a los problemas morales de la prensa, puede estar en proceso de agotamiento. Y no porque haya sido inútil; no nos contamos nosotros entre los detractores de los códigos de conducta y las otras figuras institucionales de la autorregulación.
Lo que sí criticamos es que el modelo deontológico convencional apela básicamente a la potencia correctiva del gremio o de la asociación, como si las faltas de un solo miembro del cuerpo las tuvieran que asumir sin resistencia los demás. Eso no es muy realista.
Todos los meses tenemos noticias de nuevos códigos deontológicos, nombramientos de defensores del público en medios impresos o radioeléctricos, dictámenes ejemplarizantes de consejos de prensa y publicaciones de novedosos estatutos de Redacción. Junto con ello y en contraste, también recibimos mensajes claros de las audiencias que en todas partes muestran preocupación por los abusos de muchos periodistas y no pocos medios. Éste el penoso trabajo que suelen hacer los colegas de la organización no gubernamental FAIR (Fairness & Accuracy In Reporting, Equidad y Exactitud en el Reporterismo). En uno de sus últimos trabajos, por cierto, ellos se han dedicado a evaluar el patético espectáculo de los medios estadounidenses ante la ejecución del terrorista Timothy McVeigh, responsable del bombazo de Oklahoma City que mató a 168 personas en 1995.
El periodista Exeni, antes citado, se atreve a optar por una ética de las responsabilidades frente a la tradicional ética de principios. Esto significa que la práctica informativa ha de ser vista principalmente a través del prisma de los compromisos deontológicos, más que desde una óptica basada en la formalización teórica de postulados universales y estáticos. Hace mucho que no se oye decir que la deontología es, en esencia, el sentido común aplicado a un quehacer compartido. Hace mucho, ciertamente, la ética dejó de ser un apéndice de la filosofía.
La independencia epistemológica de la ética es algo que ya no se discute, pero la naturaleza del juicio moral llano sigue siendo penetrada por argumentaciones cuasi religiosas. Frecuentemente, esa interferencia despersonaliza la asimilación de las normas de conducta y complica en alto grado el entendimiento de la razón que subyace en los deberes profesionales. La deontología informativa tiene que escapar de la trampa que, sin querer, le ha tendido la filosofía de la moral. Una cosa es la acción virtuosa del periodista o el justo proceder de la empresa noticiosa —además de sus respectivas antítesis—; otra, la investigación profunda y desinteresada de toda actividad relacionada con la función de informar. Aquél es el terreno arado de la deontología; este último, el campo fértil de la ética.
La introspección personal es el camino más largo, aunque probablemente el único eficaz en la tarea de construir lo que Luka Brajnovic3 llamó "criterio ético" como estadio superior de la conciencia moral del periodista. Está bien todo aquello de la invocación de las obligaciones gremiales o corporativas asociadas al deber de informar, pero lo primero y fundamental es que exista un convencimiento íntimo en cada profesional. El compromiso es individual, el juramento es público. La base del edificio moral del periodismo hunde sus pilotes en el sentido personal del deber, reforzado, eso sí, por las instituciones gremiales que vigilan, en favor de la profesión, el cumplimiento de las normas deontológicas.
Esta es la escala apropiada hacia la responsabilidad efectiva. Perseguir el mismo fin desde la trinchera de los formalismos, nos va a dejar sin respuestas creíbles ante las demandas de honestidad e integridad que expresan los ciudadanos.
En tiempos como estos, cuando la prensa venezolana comienza a temer que el gobierno de la Quinta República ceda a la tentación de la censura, nos parece un mejor método —y en todo caso, más propio del talante libertario original de la prensa y el periodismo— para defender la libertad de información, el fortalecimiento de la proyección pública de los medios y los periodistas con la revisión autocrítica y franca de su conducta.
Retos a la ética informativa
El desafío primordial que encaran los periodistas y los medios informativos, en el contexto de su responsabilidad social, se concentra en la superación de un abultado conjunto de vicios.
La tarea es ardua, porque las faltas son numerosas y empiezan a lucir patológicas. Pongamos en primer término el problema de los conflictos de intereses. Ya es cosa común que sepamos de colegas, e incluso de empresas periodísticas, que fácilmente sacrifican el postulado de la veracidad para no comprometer prebendas particulares y las de sus allegados. El compadrazgo y el clientelismo son los antivalores que pudieran desplazar, con descaro pasmoso, a la honestidad y el equilibrio.
Cada vez es más frecuente, por otro lado, el ejercicio simultáneo del periodismo diario y las asesorías de prensa para potenciales —o asiduas— fuentes informativas. Quienes así obran y las empresas alcahuetas marcan distancia del noble principio de la independencia profesional, apoyado en la incompatibilidad de la práctica periodística con los servicios paralelos de publicidad y relaciones públicas en cabeza de un mismo individuo.
Se resiente de igual modo el precepto del respeto a la dignidad humana cuando medios y reporteros extienden un trato denigrante, violento o indiferente a los derechos fundamentales de las personas que eventualmente protagonizan hechos criminales o situaciones infortunadas.
El frágil balance entre lo público y lo privado —ámbito de derechos protegidos por la ley— es desajustado en las arbitrarias invasiones a la intimidad de los ciudadanos por parte de medios amarillistas y periodistas amantes del escándalo.
A cualquier precio se busca y se obtiene una noticia, una "exclusiva", sin importar qué tan mal parado resulte el honor profesional de algunos periodistas y la seriedad de ciertos medios. El periodismo, en oposición a la política, es un arte en el que el fin nunca justifica los medios. Por ello es que no se puede menos que abominar de recursos como el engaño, el empleo de información privilegiada, el soborno, el acoso a la fuente, el encubrimiento de la identidad del periodista y el uso de instrumentos para la captura ilegal de información (cámaras y micrófonos ocultos, webcams furtivas y otros pertrechos).
El principio de la presunción de inocencia es la primera víctima de los excesos del llamado periodismo de denuncia. Periodistas que se autoimponen de las funciones de policías, alguaciles y carceleros, atropellan los beneficios procesales de los individuos sometidos a juicio e incluso se arrogan la potestad de declarar culpabilidad y dictar sentencia.
La tentación amarillista es incontenible a la hora de cubrir tragedias accidentales, catástrofes naturales o simples espectáculos de la miseria social. Las personas involucradas se convierten en objetos sin derechos ni dolientes para una jauría creciente de periodistas y medios con ávida pasión por el morbo.
El discurso de la violencia, o el culto de ésta, se ha apoderado de la función informativa. Los noticieros nacionales y locales de televisión abren sus emisiones con hechos de ralea policial, mientras los portavoces alternativos y las noticias que recogen acontecimientos edificantes son discriminados, desplazados.
Libertad autocrítica
Hace poco se conmemoró una década de la Declaración de Windhoek, manifiesto que sirvió a la Unesco para instituir el 3 de mayo como Día Mundial de la Libertad de Prensa. Sigamos celebrando esa novísima efemérides con ganas de mostrarle al planeta el sacrificio que muchos periodistas hacen en nombre del derecho a la información. Pero guardemos un momento, al menos, para pensar también en las bajas que los informadores causamos entre quienes, por cierto, ni siquiera son nuestros adversarios declarados: el testigo tantas veces acosado, el funcionario señalado injustamente, el público irrespetado en sus derechos más sustantivos.
Nos duele mucho la lista larga y trágica de periodistas asesinados o ilegalmente encarcelados, y de medios de comunicación censurados, clausurados o hasta dinamitados. ¿Y qué tal si sumamos, por puro ejercicio autocrítico nada más, las víctimas de las noticias "montadas", los presos inocentes que ayudamos a mantener entre rejas por acción u omisión, las reputaciones acribilladas por columnistas vengativos, las verdades inmoladas a costa de la autocensura, los abusos mediáticos cometidos por órdenes del rating? Se adivina una lista mucho más dramática que las estadísticas publicadas cada 3 de mayo por Reporteros sin Fronteras y las oficinas de comunicación de la Unesco.
El parte de guerra no resulta negativo sólo para la libertad de infomación. Obviar esta verdad nos pondría irónicamente en el lugar que ocupan esos a quienes tanto combatimos por sus mentiras y su hipocresía.
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Lectura para diego
Perdidos en la nebulosa retórica de la guerra
Robert Fisk*

The Independent, 9 de octubre de 2001 (Traducción: CSCAweb)
La controversia suscitada por la exigencia norteamericana ante las autoridades de Qatar para que fuercen el cierre de Al-Jazeera, el canal de TV árabe de ese país, única TV que retransmite en directo desde Afganistán, pone de relieve los intentos de EEUU de ejercer el control mediático y la manipulación informativa en el actual contexto de intervención militar
HACE algunos meses, mi viejo amigo Tom Friedman emprendió un viaje hacia el pequeño emirato de Qatar desde donde, en una de sus columnas de tono mesiánico que publica The New York Times, nos contaba que el canal vía satélite de Al-Jazeera del pequeño emirato era una buena señal de que la democracia podría estar naciendo en el Próximo Oriente. Al-Jazeera había venido molestando a varios dictadores árabes de la zona ­ por ejemplo, al presidente egipcio Mubarak ­ y a Tom todo esto le parecía muy bien. Lo mismo que a mí. Pero esperen: ahora la historia se está rescribiendo. La semana pasada, el Secretario de Estado norteamericano, Colin Powell, le echó un rapapolvo al Emir de Qatar porque, según Powell, Al-Jazeera estaba "incitando el anti-americanismo".
Así que, adiós a la democracia. Los norteamericanos quieren que el emir cierre las oficinas del canal de televisión en Kabul. Al-Jazeera está ofreciendo en exclusiva al mundo entero imágenes de los bombardeos estadounidenses y más todavía, declaraciones televisadas de Osama Ben Laden. El hombre más buscado de todo el planeta dice que está enfadado por la muerte de niños iraquíes bajo el régimen de sanciones, por la corrupción de los regímenes árabes pro-occidentales, por los ataques israelíes sobre territorio palestino, porque es necesario que las fuerzas norteamericanas abandonen el Próximo Oriente. Y después de haber insistido tanto en que Ben Laden es un "terrorista que actúa sin motivos" (es decir, que no existe ninguna conexión entre la política norteamericana en el Próximo Oriente y los crímenes contra la humanidad que tuvieron lugar en Nueva York y Washington), los norteamericanos necesitan terminar con la cobertura informativa que ofrece Al-Jazeera.
Ni falta hace decir que esta payasada de Colin Powell no ha recibido demasiada atención por parte de los medios de comunicación occidentales, que saben que no tienen ni un solo corresponsal en el área controlada por los talibán en Afganistán. Pero Al-Jazeera sí que los tiene.
Pero, ¿por qué los periodistas estamos cayendo en el mismo conformismo ovejuno que adoptamos en 1991 durante la Guerra del Golfo o en 1999 durante la guerra de Kosovo? Pues de nuevo... ¡repetimos! Ayer, la BBC emitía las declaraciones de un oficial nortemericano hablando sobre el peligro de los "daños colaterales" sin que se hiciese la más mínima referencia a la inmoralidad de la frase en cuestión. Tony Blair presume de la participación británica en el bombardeo estadounidense, hablando de nuestra "ventaja", y ayer por la mañana la BBC estaba ya repitiendo la misma jerga soldadesca. ¿Es que existe algún tipo de nebulosa retórica que nos cubre cada vez que bombardeamos a alguien?
Como viene siendo habitual, los primeros informes sobre los ataques con misiles estadounidenses han sido emitidos sin que se haya hecho la más mínima referencia a los inocentes que están a punto de morir en el mismo país que nosotros nos disponemos a "salvar". Mientan o no los talibán sobre la muerte de 30 personas en Kabul, ¿acaso los comentaristas de los medios de comunicación pensamos de verdad que las bombas solamente caen sobre los culpables y no tocan a los inocentes? ¿Pensamos acaso que todos los alimentos que según nos dicen se están arrojando [sobre Afganistán] van a caer precisamente en las manos de los inocentes y no en las de los talibán? Empiezo a preguntarme si es que no nos habremos convencido a nosotros mismos de que las guerras ­ nuestras guerras ­ no son más que películas. La única película de Hollywood que se filmó sobre Afganistán fue una de Rambo, en la cual Silvestre Stallone enseñaba a los mujahedin afganos a luchar contra la ocupación rusa, ayudándoles a derrotar al ejército soviético y ganándose la admiración de un chavalillo afgano. Me pregunto si los norteamericanos no estarán intentando convertir la película en algo real.
Pero examinemos ahora las preguntas que no nos estamos haciendo. En 1991, cargamos el coste de la Guerra del Golfo (miles de millones de dólares) sobre Arabia Saudí y Kuwait. Pero en esta ocasión, ni los saudíes ni los kuwaitíes nos van a pagar el bombardeo. Así que, ¿quién va a pagar? ¿Cuándo? ¿Cuánto nos va a costar? (Y me refiero a nosotros). La primera noche de bombardeos costó, o eso nos dicen, dos millones de dólares; sospecho que incluso más. No preguntaremos ahora a cuántos afganos se podría alimentar; pero sí nos preguntaremos sobre qué cantidades de nuestro dinero van destinadas a la guerra, y cuáles van destinadas al envío de ayuda humanitaria.
La propaganda de Ben Laden es bastante simple. Graba sus propias declaraciones y envía a uno de sus recaderos a la oficina de Al-Jazeera en Kabul. Nada de profundidades, desde luego: simplemente, un sermón. Hasta el momento no hemos visto ningún video que muestre la destrucción de las infraestructuras de los talibán, los viejos Mig y los todavía más viejos tanques de la era del Pacto de Varsovia que se han estado oxidando por todo Afganistán durante años. Lo único que hemos visto es una secuencia de imágenes (parece ser que reales) de los daños causados por las bombas en las zonas civiles de Kabul. Los talibán no dejan entrar a los reporteros. Pero, ¿significa que tenemos que tratar de equilibrar esta imagen distorsionada con nuestras media verdades?"
Hace algunos días, uno de mis colegas intentó tan en serio desvincular el fenómeno Ben Laden de la siniestra historia de Occidente en el Próximo Oriente que llegó a sugerir muy en serio que los atentados habían sido planificados para hacerlos coincidir con la derrota de las tropas musulmanas [otomanas] a las puertas de Viena en 1683. Por desgracia, los polacos vencieron a los turcos el día 12 de septiembre, no el 11. Cuando los terroríficos detalles del testamento de Mohamed Atta fechado en abril de 1996 se hicieron públicos la pasada semana, nadie podía pensar que ningún acontecimiento que hubiera ocurrido en tal mes podía haber llevado a Atta a comportarse tan criminalmente.
Ni el bombardeo israelí sobre el sur del Líbano, no la masacre israelí de Qana que acabó con la vida de 106 civiles libaneses que se encontraban en un centro de NNUU (más de la mitad de los cuales eran niños). Eso ocurrió en abril de 1996. No; evidentemente semejante carnicería no excusa los crímenes contra la humanidad cometidos en EEUU el mes pasado. Pero, ¿no merece la pena mencionar, quizás brevemente, que un egipcio que más tarde se convertiría en un asesino de masas escribió un testamento con una intencionalidad suicida que hiela la sangre justamente el mismo mes en que las masacres ocurridas en el Líbano enfurecieron a la población árabe del Próximo Oriente?
En su lugar, no escuchamos sino comentarios propios de la Segunda Guerra Mundial sobre el estado de ánimo de los ejércitos occidentales. En la BBC, tuvimos que oír incluso que era "una noche sin luna ideal para nuestro ejército". Perdón, ¿cómo dice? ¿Han vuelto los alemanes al Cabo Gris Nez? ¿O es que acaso nuestros aviones están surcando una vez más los cielos de Kent, luchando contra los Dorniers y los Heinkels? Ayer, un canal vía satélite nos hablaba del "combate aéreo" sobre Afganistán. Mentiras, por supuesto. Los talibán no tenían ni uno solo de sus viejos Mig en el aire. No hubo ningún combate.
Claro, conozco los argumentos morales. Después de las atrocidades de Nueva York, no podemos ser equitativos al hablar de la figura cruel de Ben Laden y de Occidente. No podemos establecer ninguna equivalencia entre la inocencia de un asesino de masas y las fuerzas norteamericanas y británicas que están intentando destruir a los talibán.
Pero esta no es la cuestión. Con quien tenemos que ser equitativos es con nuestros lectores y oyentes. ¿Debemos perder todas nuestras facultades críticas por la furia que sentimos ante la masacre de inocentes en EEUU o por nuestro deseo de rendir pleitesía a los "expertos en temas de terrorismo"? ¿Por qué al menos no nos dicen cómo estos "expertos" llegaron a adquirir tal categoría? ¿Cuáles son las conexiones de estos "expertos" con ciertos servicios de inteligencia algo sospechosos?
En algunos casos, en EEUU algunos de los hombres que aparecen en las pantallas de nuestros televisores ofreciéndonos sus consejos, son los mismos que han convertido a la CIA y al FBI en el mayor fracaso de los servicios de inteligencia de la historia moderna, fundamentalmente por su incapacidad para descubrir la trama [de los atentados], que se habían planificado durante cuatro años y han costado la vida a 6.000 personas. El presidente Bush asegura que esta es una guerra entre el Bien y el Mal. O estáis con nosotros, o contra nosotros. Pero eso es exactamente lo que dice Ben Laden. ¿No merece la pena acaso mencionar esto y preguntarse hacia dónde nos lleva?